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Crepúsculo en Tokio

Drama Dos hermanas viven con su padre, abandonado por su mujer. La más joven ha tenido una aventura y se ha quedado embarazada, la mayor ha abandonado a su marido y se ha refugiado con su hijo en la casa paterna. Cuando de pronto reaparece su madre, su estupor no tendrá límites. (FILMAFFINITY)
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Críticas 11
Críticas ordenadas por utilidad
24 de noviembre de 2011
55 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puede que nos encontremos con la película más narusiana de cuantas rodó Ozu. El momento clave, surge en la estación de trenes, cuando la madre, decidida a abandonar Tokio, busca con un hilo de esperanza que haya alguien a quien dar un último adiós.

Luego la vida sigue, que es como crear un plano interior del vagón mientras el marido comenta:

- Estaremos en este tren hasta mañana a mediodía. Debimos haber traído una manta.

No, no hay un primer plano de ella desolada. Ella, solo limpia con un pañuelo la ventanilla del tren.

En 140 minutos no hay un solo travelling o panorámica. Ozu, había depurado su estilo con tal elegancia, que los planos estáticos siempre se perciben en movimiento. Crea espacio de la nada, y lo cotidiano (que siempre es invisible) lo transforma en terrenal.
Chagolate con churros
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3 de octubre de 2012
30 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Conocer el cine de Ozu lo cambia a uno como cinéfilo desde la primera vez, y tal cambio va más allá del visionado de sus películas. Sin conocer todavía muchas obras importantes de él, son innumerables las cosas que me conmueven e impresionan de Crepúsculo en Tokio. Como suelo consultar listas que hacen los críticos -ahora sí que nomás por 'gafapasta'-, me deja perplejo que ésta no sea equiparada a obras tan profundas y reconocidas como Primavera tardía, La hierba errante o, incluso, mi favorita, Cuentos de Tokio (AKA Historia de Tokio, como fue titulada en mi país).

Es invierno. La gente sale con cubrebocas para prevenir la gripe. Akiko y Takako viven con su padre. Ozu nos acerca a las cicatrices de cada una con respeto y profundidad, esperando a que el sufrimiento se desvele. Akiko espera a un novio que no la ama, mientras que Takako se resigna a la soledad de un matrimonio sin amor. Shukichi Sugiyama, el padre, se preocupa, pero de poco sirve. El frío, más que una simple estación, congela la posibilidad de encontrarse con el otro a través de algo tan aparentemente simple como la confesión: las dos hijas se rehúsan a compartir con su padre el dolor y la soledad.

La aparición súbita de la madre presuntamente muerta pareciera -sólo eso- dibujar un cambio a esa monotonía afectiva. Hasta una musiquilla más alegre nos regala Ozu cuando ella aparece en pantalla, y sobre todo, cuando se acerca a las hijas que abandonó. Justamente es desde la figura de la maternidad que Ozu conecta el desamparo interior de estas tres mujeres: el abandono, el silencio del aborto y el desamor conyugal que afecta a los hijos. No sé qué me produce que una cinta tan importante filmada por Ozu en torno a la maternidad sea tan dura y triste... tanto como la figura de Akiko.

Vayamos al grano con los instantes: cuando habla con su novio sobre el embarazo. Al fondo, un mar turbio, con barcos exhalando bocanadas negras de humo. En un bar, en pleno estado de ebriedad, Akiko le propina unas bofetadas que sólo un ser que ha perdido la fe en todo puede propinar. Su destierro de la vida lo alcanzamos a leer en el rostro de Kenji, quien llegó sardónico, pero que se queda pasmado y sin habla después de la tunda. Un sondeo descarnado y preciso de la soledad de Akiko. De pronto, tengo un traslado rapidísimo a la oscura obra de Kaurismäki llamada 'La chica de la fábrica de cerillos'. Sencillamente, brota.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
sin_tiempo
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1 de octubre de 2010
22 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos de los actores fetiche de Yasujiro Ozu demuestran, como en cada película, que el talento nace de una cualidad tal vez invisible, inefable. Chishu Ryu no fue un intérprete histriónico. No lo he visto descomponerse una sola vez en las seis películas en las que lo he seguido, entre las muchísimas en las que intervino. Sus dotes forjaban un personaje cabal, comedido, paciente y reposado, que sabía mostrar cariño sin efusiones, severidad sin alzar la voz, alegría con el rictus de una sonrisa, pena sin llanto. Solía representar, durante una época de su carrera al menos, al patriarca de una familia, protector y atento, tolerante y comprensivo a su callada manera y dentro de sus limitaciones teniendo en cuenta el rígido código de conducta, en apertura hacia Occidente, del Japón de posguerra. Hasta ahora lo he admirado sobre todo en papeles de viudo o separado, y rara vez felizmente casado. Daba rostro frecuentemente a un padre que ha perdido a su compañera y cría a sus hijos asumiendo el hueco de la mujer que no está. Como es el caso.
Por su parte, Setsuko Hara era una actriz ideal como hija abnegada y obediente, que sirve al progenitor con esmeradas atenciones y que contribuye a sostener el pilar de la familia. Sus suaves e impecables modales y su acatamiento de las normas sociales la convierten en una mujer afable y servicial, aunque tiene en su interior un punto de amor propio que no le permite aceptar con entera sumisión circunstancias lastimosas para su temple delicado pero firme.
Setsuko poseía una esbeltez que comenzaba en su semblante armonioso y dulce, y que continuaba en su figura alta y bien constituida. Pero lo que la transformaba en una dama japonesa verdaderamente elegante era la gracilidad de sus gestos, el timbre de su voz modulada, y esa capacidad para formar parte natural del escenario, dando la impresión de querer fundirse con el fondo a fuerza de modestia.
Dos actores nipones de relumbrón, probablemente entre los mejores de la historia reciente del país del Sol Naciente, para otra historia de Ozu sobre familias parecidas a otros millones de ellas, filmada con la clásica cámara estática a la altura de una persona sentada, con esos interiores domésticos de tatamis y paredes y puertas de madera y papel, con esas breves perspectivas urbanas de carteles y anuncios callejeros, de edificios y comercios, con esos locales de mahjong, salones de té, restaurantes de fideos y arroz y bares de sake, con esas canciones alternando entre melodías orientales tradicionales, ligeros y repetitivos boleros instrumentales que serían la moda del momento, y pequeña orquesta de cuerda. Quimonos y trajes de chaqueta y corbata, sedas y faldas de vuelo, jerséys de punto, sandalias y zapatos de tacón, un vestuario variado en su sencillez que los habitantes lucen según la ocasión, la etiqueta o el capricho.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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16 de octubre de 2020
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos encontramos en el Japón de la posguerra donde un padre intenta educar a la única hija que le queda a su cargo.

La cinta inicia su andadura cuando su otra hija mayor vuelve a casa por culpa de un matrimonio deteriorado (con su hija como mochila). Nos damos cuenta de la infelicidad de la hija pequeña y del fallecimiento de un tercer hijo. Un padre que tuvo que lidiar con un abandono, el su esposa, al irse con otro hombre. Solo, con dos hijas y un trauma, es incapaz de que todo su amor sea captado como el intenta darlo.

La falta de conexión entre padre e hijas es evidente a pesar del amor que se profesan. Recordar la sociedad machista de la época y el papel secundario de un genero que era despreciado si se pasaba de ciertas lineas rojas en conducta. La falta de confianza hacia un padre en la parte fuerte y dominante de la sociedad, esa parte que ha hecho desgraciadas a las dos féminas de la familia, se hace palpable al no ser capaces de compartir mas de una desdicha.

Situaciones que podrían ser problemas modernos en nuestra sociedad, Yasujiro Ozu ya nos las plasmaba entonces. Embarazos por accidente y la tesitura del aborto. El matrimonio roto y el abandono del hogar. La ausencia de progenitores en el crecimiento y plenitud personal. Y como todo ésto es encajado en la sociedad.

Ozu nos cuenta todo esto a base de planos fijos y geométricos. Composición y equilibrios. Juega con una fotografía de contrastes. Luces y sombras en interiores que si bien son espacios públicos, el director los hace íntimos.

Todo su melodrama está contenido. La historia está contada con sutileza y tempo lento en el que los personajes van fortaleciendo su valentía y su carácter sin alardes ni excentricidades.

El reparto esta magnifico, danzando por la historia al son de una música agradable, alejada de fanfarrias. Casi con tono melancólico.

Una historia familiar narrada con clase y elegancia. Una maravilla.
La puerta de Tannhäuser
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15 de noviembre de 2015
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una historia sencilla, planos fijos, cámara a la altura de los ojos de los personajes, diálogos cotidianos; un par de planos, unos árboles, una calle y pasamos a otro capítulo del relato en silencio o acompañados de una música suave y de aire popular, actores austeros en sus gestos y su entonación. Todo así de sencillo, pero Ozu en sus películas muestra la complejidad del ser humano, su problemática común a toda época y lugar y lo hace por medio de una sencillez que aumenta el dramatismo de unas vidas resignadas, adaptadas al medio y a la tradición, "así es la vida" parece decir. Los hombres se preocupan por sus seres cercanos pero no se atreven a romper con su papel aprehendido durante siglos y que en el fondo les deja disminuidos ante las situaciones a las que tendrían que enfrentarse. Las mujeres sufren una presión social que las deja sin fuerza para vivir mínimamente su propia vida, y si lo hacen pagan cara su valentía. "Así es la vida".
Victoria
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