La huella del crimen 2: El crimen de las estanqueras de Sevilla (TV)

Interesante episodio de la serie "La huella del crimen", pero se fija más en el intento de indulto por parte de Fray Antequera (Fernando Guillén Cuervo) que en explicar el crimen y las reacciones de la Sevilla de la época, que por cierto sale muy bonita. A destacar el trabajo de Antonio Dechent, la banda sonora de Bernardo Bonezzi y una corta aparición de Jesús Bonilla.

Interesante propuesta de una España todavía en Blanco y Negro pero con visos de vislumbrar un futuro colectivo mejor. Pero la policía seguía siento terrible, con métodos no excesivamente decentes de resolver los asuntos, por decirlo con palabras muyyyy suaves. Una brutalidad policial y una forma de obrar inexplicable desde el punto de vista actual.
Una entrega muy 'carcelaria', desarrollada en prisión y en dependencias policiales.
La actuación judicial adecena la vergonzosa actuación policial, pero no es suficiente para que se consiga que la verdad aflore. No parece haber pruebas suficientes, la reconstrucción de los hechos es ridícula, el careo infructuoso.
El juicio oral parece una farsa. Se niegan los hechos por los acusados, no se identifican a los autores por su orden, y el único de ellos que ha hecho una confesión parece afectados de una abierta imbecilidad, propiciada o acrecentada por las palizas en prisión.
Un resultado interesante, que aporta otra perspectiva de los crímenes de aquellos años.

La vía policial y judicial de la época, o se encontraban pronto a los culpables del delito que fuera, o se iba a palos de ciego a coger al primero del que se tenía alguna liguera sospecha. Una policía que, además, te maltrataba y humillaba físicamente, para a posteriori ser ejecutado con una muerte cruel e inhumana.

De todo eso trata este episodio. Llama la atención como los acusados según se va acercando su destino ponen toda su fe al servicio de Cristo, espero no tener la misma debilidad el día que vea que ya no me quedan más allá de unos minutos u horas. Un tramo final desalentador, y una escena final que ya, aunque te lo imaginas, no por ello deja de ponerte los pelos de punta.

El cómo se le podía echar la culpa a alguien por el simple hecho de ser gente con mala vida estaba a la orden del día, y llevarlos a la muerte por la fuerza popular y las directrices de la policía que a base de torturas y demás conseguía declaraciones falsas de los acusados, aunque para ello hicieran falta 48 horas seguidas sin comer, sin dormir, y con agresiones físicas continuas. Como para no declarar.
En este capítulo se ven, claramente, los entresijos de los chanchullos que se llevaban a cabo con tal de solucionar un caso para evitar mayores problemas y conseguir progresos profesionales de los que llevaban el caso.
Toda la parte religiosa queda mostrada un poco de forma forzada, no aparentan ser los acusados muy católicos en sus formas de ser y las vidas que llevan, aunque supongo que la censura de la época obligaba a hacer muy evidente el arrepentimiento, aunque no fuera por los hechos delictivos de los que se les acusaba, sino de cualquier otro. Un 6,5.