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Siempre en abril (TV)

Drama Crónica del genocidio que tuvo lugar en Ruanda en 1994. Después de que el avión del presidente hutu fuera derribado, las milicias hutus causaron una auténtica masacre entre los tutsis. Augustín Muganza y Xavier, dos soldados hutus, desobedecen las órdenes de sus superiores para poder salvar a la mujer del primero, que es tutsi, y a sus hijos. Cuando Augustin es arrestado, ignora la suerte que ha corrido su familia, pero alberga pocas ... [+]
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
4 de noviembre de 2008
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sometimes in April es un telefilme que, con tino, logra escabullirse del drama fácil en el que normalmente se circunscribe este estilo de realización. Con interés objetivo revive el genocidio del que fue víctima la etnia tutsi, en Ruanda, a manos de sus oponentes los hutus. Sin demasiados rodeos se abordan los complejos hechos que suscitaron la abominable masacre, tomando como eje central la historia de Agustin, un ex-oficial hutu de la fuerza armada ruandesa, quien lo perdió todo durante los días febriles de la matanza y que ahora asistirá al juicio contra los responsables, entre los que se encuentra su propio hermano. El inminente encuentro servirá de telón para que a través de (irregulares) flashbacks presenciemos los insólitos acontecimientos que recrean la bajeza, perversión e intolerancia a la que podemos llegar los humanos. Los discursos reales "colados" en el filme son especialmente ilustradores de la situación de entonces (el de Bill Clinton es erizante) y la (a)postura diplomática internacional resulta poco menos que vergonzosa. Con tono crítico, sin desmesura dramática y con tristeza documental, Sometimes in April deviene en una interesante revisión histórica, eso sí, un poco extensa para verla de una sola sentada.
Fritz Bang
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25 de diciembre de 2010
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otra gran película sobre el genocidio de Ruanda, tal como es "Hotel Ruanda" o "Disparando a perros", es una genialidad tanto como marco histórico, como conciencia social.

Casi 2 horas y media de película que no se hace larga ni pesada.

Buenas interpretaciones, dentro de una historia demente y brutal.

Una vez más, se demuestra que la raza blanca es como un cáncer al planeta, donde a parte de crear cánceres a la naturaleza, corrompe personas creando un cáncer a millones de personas.
edugrn
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16 de septiembre de 2012
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
A medida que iba viendo esta película me iba preguntando por qué no estuve al tanto de lo que pasaba en Ruanda cuando estas bajezas ocurrían. Y la misma película me lo señaló: en las noticias que quería ver y leer solo buscaba qué había pasado con Kurt Cobain, quien había fallecido en esos mismos días en que comenzaba el gran genocidio. Cierta pena me recorría con la sutil denuncia de Sometimes in April: ¡me preocupaba un hombre que había querido morirse y no tenía ni idea de los cientos de miles que morían teniendo tanto para vivir o, al menos, queriendo vivir! La culpa, como todos sabemos, no es solo mía: los medios de comunicación nos volvieron frívolos (¿o volvimos frívolos a los medios los espectadores?) y lo esencial se convierte en una nota de cierre, un colofón que podía pasar inadvertido.
Sometimes in April es una obra que todos debiéramos ver. Claro, no tiene el heroísmo ni la trama de otro filme acerca del mismo asunto como lo es Hotel Ruanda, pero tiene mucha dignidad para plantearse de cara ante la irracionalidad que aún puede saltar en nuestros caminos. O si no que lo digan los hinchas de fútbol, por citar solo los coqueteos con la salvajada y la muerte sinsentido. Ahora piénsese en Tutsi y Hutu, dos comunidades que históricamente atravesaron sus vidas por unas diferencias que en realidad no existían, fábulas de los imperios alemán, francés y belga.
Valetamayo
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13 de julio de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Brutal crónica del genocidio ruandés de 1994. Ahora recuerdo los hechos con un poso de tristeza, y hasta mala conciencia: es cierto que poco pueden hacer las personas anónimas, pero es execrable que esto sucediera ante las narices de todo el mundo y, sabiéndolo, la comunidad internacional no moviera un dedo por detener una de las peores masacres que se recuerdan.

Es difícil separar la emoción (y la indignación) que despiertan estos hechos reales y el valor fílmico de este telefilm. Irremediablemente van unidos. El telefilm narra dos tiempos distintos casi en paralelo: en 1994 (a las puertas del genocidio) y en 2004 (cuando se juzgaba a algunos de los responsables). Llevar lo colectivo a lo individual ayuda a palpar todavía más la tragedia humana: Agustin Muganza (un extraordinario Idris Elba) es un hombre a quien le arrebataron la vida y que, a su pesar, tiene que seguir viviendo. Él es un hutu que en su día estuvo casado con una mujer tutsi; tuvieron tres hijos. Tiene además un hermano, Honoré, que le suplica por carta que vaya a verlo a prisión donde va a ser juzgado por su responsabilidad en la masacre de tutsis y de hutus moderados (los que ayudaron a los tutsis). Las viejas rencillas entre los dos hermanos se abren de nuevo, como una catarsis para el protagonista que se enfrentará a su drama personal que estaba soterrado.

Dos horas y cuarto, que te encogen el corazón y te atrapan definitivamente. Como testimonio tiene un gran valor: la naturalidad con la que fluye inexorablemente, el horror casi palpable de unas imágenes cercanas al documental, el desasosiego que azota a las personas con el que es tan fácil identificarse…

Pese al dolor (dada la indudable cercanía de los personajes fantásticamente interpretados por los actores) queremos conocer el devenir de Agustin y su familia, a la par que asistimos a la indiferencia de la comunidad internacional, responsables últimos con su colonialismo de crear odios y rencores entre seres humanos cuando antes no existían. El subyugar una raza a otra, como si no fueran personas, sino simples peones en un ajedrez, y el dividir etnias que antes convivían en armonía, sin duda, nos hace peores a la denominada “civilización occidental”. Pero naturalmente casi nadie es consciente (o no quiere ser consciente) de esa realidad.

El esfuerzo que se hace por mostrar personas, y no juzgar, tan sólo mostrar los hechos, es también apreciable. Reducirlo a buenos y malos hubiera sido una ridiculez supina: lo esquiva, con mucho acierto. Por eso sentimos cercanos a Agustin (con el talento brutal, la gran presencia de Elba), por la vulnerabilidad y la contención con la que se muestra, y su determinación, y a Honoré, a las puertas de pagar sus “errores”, que, sin embargo, trata de acercarse a su hermano para vivir ambos una catarsis necesaria.

Es cine, o televisión, que se necesita ver, que remueve consciencias y que ayuda a conocer realidades que no son tan lejanas ni en el espacio ni en el tiempo. Aunque lamentablemente aquéllos que deberían sentirse responsables, no se sentirán salpicados, puesto que estoy segura que piensan que actuaron bien al no actuar, aunque moralmente sea execrable. Ya lo dice un personaje, en un momento dado: “Sólo son ruandeses matando ruandeses”. Si los ruandeses hubieran tenido petróleo o diamantes, sin duda, habrían intervenido… Y me pregunto si no somos responsables nosotros por dejar que nos gobiernen políticos que sólo buscan su propio beneficio y les importa un comino lo que le pase a las personas de a pie.

Un telefilm doloroso y extraordinario. Duro y conmovedor.
Sémele
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