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Las olas

Drama Tras la muerte de su mujer, Miguel decide hacer un viaje, aplazado durante muchos años, a Argelès-sur-Mer, un pequeño pueblo del sur de Francia, donde se concentran miles de refugiados desde hace algún tiempo. (FILMAFFINITY)
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
27 de enero de 2012
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Seguramente la valiente propuesta de Alberto Morais sea ignorada o tildada de ‘coñazo ultra-lento y seco’. La empaquetarán dentro de esa misma caja que el gran público ha etiquetado con la palabra olvido pese a que sus buenas críticas han sido proporcionales a su escasa distribución. “Las Olas” pertenece a ese grupo fílmico que debe sobrevivir como un pez moribundo fuera de esa agua natural llamada circuito de festivales. Después de un meritorio paso por Moscú, Londres, Sevilla, Gijón, Sao Paulo… llega el momento de mostrar la obra a un público que previamente ha ignorado y/o maltratado las últimas propuestas de Jaime Rosales, José Luis Guerín, Isaki Lacuesta, Javier Rebollo, Manuel Martín Cuenca, José María de Orbe, Judith Colell, Jordi Cadena, Elena Trapé, Toni Bestard, Gabriel Velázquez… y cada vez un más largo etcétera que da clara sintomatología de que algo está cambiando dentro del cine español pero, contrariamente, pocos quieren aceptarlo.

Esta vez la película de Alberto Morais incluye un elemento de ese añejo cine español y su discurso caduco y fatalista en el que siempre ha fracasado: la memoria histórica. Esa memoria no busca referentes tratados anteriormente con esperpento y auténtico ridículo cinematográfico, salvo “Pa Negre” de Agustí Villaronga, sino que se basa en el infierno que vivió Miguel, su protagonista, en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer. El director parece recordárnoslo en sus títulos inaugurales aunque las heridas de Miguel, interpretado muy notablemente por Carlos Álvarez-Nóvoa, al igual que las de tantas decenas de miles que huyeron a Francia tras la derrota en la Guerra Civil, yacen completamente abiertas… pese a haber pasado ya numerosas décadas. Esa ruptura emocional es mostrada desde el escenario y un viaje iniciado tras la muerte de su mujer. Pero tampoco “Las Olas” es una road movie tradicional al otorgar a los paisajes y ese decorado natural no un fondo sino el completo protagonismo emocional de la historia. El fondo aquí es el personaje; el otro personaje, que junto al protagonista humano intenta aferrarse a esos escasos recuerdos que le quedan y le impulsan hacía una vuelta al lugar donde tal vez perdió todo. La historia y el escenario es el auténtico motor dramático donde se mueven los pretendidamente asépticos personajes. Un escenario que ha cambiado, que continúa en construcción, pero que sigue (y seguirá) allí, siempre vigente.

Tal vez ha llegado el momento de observar la historia con completa purificación emocional, sin aspavientos ni manipulación. De visionara y revisarla por aquellos que pueden aportar un punto de vista objetivo y menos parcial. Es momento de mirar al pasado aunque puede que para cintas tan meritorias y valientes como “Las Olas” quede un insuficiente hueco en nuestro presente… tal vez para un cada vez más esperanzador futuro.
Maldito Bastardo
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16 de noviembre de 2013
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
El fallecido cineasta griego Theodoros Angelopoulos señaló en una ocasión, durante el transcurso de una entrevista, que el mundo necesita cine más que nunca, ya que puede que este sea la última forma de resistencia ante la deteriorada realidad en la que vivimos. Al tratar de fronteras y límites, un nuevo humanismo resurge y se reafirma. En él hay una mirada penetrante y serena que radiografía y expone las soledades intrínsecas de aquellos cuya vida está marcada por un constante e incesante viaje, más bien odisea. Diásporas sin norte ni pertenencia geográfica que buscan su identidad entre la inmensidad del desconsuelo.

El cine de Alberto Morais asume este pesimismo humanista y convierte su trazo fílmico en un paisaje de claroscuros, fantasmas y sombras que se proyectan en el horizonte de nuestra existencia misma. Las olas, uno de sus destacados paradigmas, se compone de un sentir de arte y ensayo eminentemente lírico y desolador que ofrece la decepción y el extravío de nuestro camino por la vida con una capacidad de disección abstractiva por el estudio y observación del pasado, provocando que el presente sea rechazado.

Como olas que hacen cambiar la marejada y ríos que nunca llevan el mismo torrente de agua sobre su cauce, el viaje se concibe en los individuos como ejercicios de remisión y alquimia donde se puede lograr un cambio estructural a partir de una renovación desde la conciencia de la propia raíz humanística. Para llevarlo a cabo, Morais define una estética entre el lapso nocturno y el humeante rastro del suelo virginal y el lugar anónimo, revelándose a su vez como un abrupto rupturista en la configuración del relato y privando a este de elementos académicamente formales como la expresión o la afección.

El director español mantiene una actitud críptica y contemplativa en su intención de quebrar la tradición narrativa construyendo una poética no por medio del montaje ni la pirotecnia sino actualizando y redimensionando los géneros clásicos en la puesta en escena y creando un lenguaje personal en el ritmo interior de sus planos para obtener interesantes resultados conceptuales. Esta creación aúna una íntima y estrecha relación con el estilo de distanciamiento brechtiano y la concepción aristotélica, reconstruyendo su autoría en una terminología universal a través de la mirada, poética y reflexiva, tratando de indagar en la esencia del viaje y la traslación que ello implica.

Con la muerte de los ideales y el congelamiento de las dinámicas sociales de cambio, el saldo de este fenómeno se traduce en el aislamiento de los individuos, volcados de lleno al consumo indiscriminado y al bienestar individual, a través de una enorme masa de excluidos del sistema, verdaderos invisibles sociales en el intercambio simbólico cotidiano. Morais nos retrotrae a un retrato del retroceso de la esfera pública, la desaparición de los espacios comunitarios y la invasión de los lugares de transición a los que los individuos no pueden sentirse pertenecer. Con ello, el realizador parece decirnos que, en ocasiones, debemos detenernos de nuestra rutina y nuestra carrera urbana diaria para mirar a través de un cuello de botella en el que anidan seres abandonados, con una extraña sensación de incertidumbre, que merecen ser encontrados y reconocidos.

La mirada de Alberto Morais, en general, y Las olas, en particular, nos plantean historias complejas y verídicas sobre la soledad interior/exterior de las gentes, un microcosmos donde el silencio y la rutina tejen nuestras vidas sin tan siquiera darnos cuenta. En la escisión de la cotidianeidad, que nos acogota y nos duplica como folios salidos de una impresora, está la posible salvación. El tiempo no se detiene y la angustia aumenta. Quien nunca se ha sentido así, es porque nunca ha nacido.

Crítica para www.cinemaldito.com
@weisguerrero @cinemaldito
Weis
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16 de enero de 2012
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Podría resultar interesante la historia de una persona que, ya en su edad madura, y cuando acaba de enviudar, decide hacer un viaje en su destartalado R12 para regresar al pueblo en el que estuvo refugiado, recién acabada la Guerra Civil, y encontrarse con sus viejos recuerdos y amores frustrados. El problema es que ese ejercicio de nostalgia no ha acabado de llegarme. Quizá lo peor que puede decirse de esta película es que me ha parecido más interesante la historia de un personaje secundario, el que encarna Laia Marull. Puedo entender los sentimientos del protagonista, pero no he llegado a emocionarme con su historia. En ese sentido, es esa historia "menor" de la pareja que va rodando de pueblo en pueblo para hacer pequeños conciertos, la que me ha despertado más las ganas de saber qué pasa.

El problema quizá sea que prácticamente desde el principio ya sabemos todo lo que necesitamos en la historia del protagonista, de modo que la peli se convierte en una espera de que al fin alcance el destino final de su viaje, a ver qué se encuentra. Y...

En este caso, el recurso al silencio no ha sido suficiente para despertar mi interés, y mucho menos para emocionarme. El conjunto de la peli no funciona ni como road-movie. Y es que casi todo es pura redundancia. Me sobran las escenas en las que el espectador visualiza los propios pensamientos e imaginaciones del protagonista. No me dicen nada nuevo, no aporta nada. En fin, toda la peli consiste en ir siguiendo de manera más o menos anodina al protagonista en su periplo...

Como anécdota, aparte de la obviedad de que aquí ningún conductor hace uso del cinturón, me ha parecido curioso el hecho de que todas las cocinas que aparecen durante la peli haya sido decoradas con los mismos azulejos grises...
rober
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25 de diciembre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La memoria funciona como las olas. Esa es, en el fondo, la idea fundamental de esta película inclasificable. ¿Road movie? Quizás, ya que es un viaje por carretera. ¿Otra de la guerra? Definitivamente no. Aunque la guerra, mejor dicho el dolor de la derrota, presida todo el trayecto vital de su único protagonista, Miguel. Son precisamente los recuerdos del exilio los que asaltan a Miguel a oleadas en este viaje de reconciliación consigo mismo. El film se construye casi sin palabras, apenas las justas, con una banda sonora que surge de los sonidos de la carretera y el campo. Todo está pensado para ayudar a que Miguel, excelente Carlos Álvarez Nóvoa, encuentre el recuerdo perdido de una mujer que murió en un campo de refugiados en Argelès-sur-Mer en 1939.

Miguel rehace el camino que le llevó al exilio hace sesenta años, en 1939, y lo hace de la mano de tres coches y dos personas. Su propio viejo coche, averiado como él; el de Blanca, (Laia Marull), la joven que reconoce en ese anciano algo de si misma, de su propio exilio interior, algo que la impulsa a compartir con el una parte de su camino; y el de Fernando, el amigo que no quiere volver al pasado, pero tampoco quiere dejarle solo. Miguel es guía y es guiado por ellos en una película que discurre narrativamente al ritmo suave de las olas.
carmennav
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