Perfect Days
11.898
Drama
Hirayama parece totalmente satisfecho con su sencilla vida de limpiador de retretes en Tokio. Fuera de su estructurada rutina diaria, disfruta de su pasión por la música y los libros. Le encantan los árboles y les hace fotos. Una serie de encuentros inesperados revelan poco a poco más de su pasado. (FILMAFFINITY)
27 de mayo de 2023
228 de 265 usuarios han encontrado esta crítica útil
*La notoriedad de una vida
Otra de las grandes figuras del cine europeo que vuelve al Festival de Cine de Cannes es Wim Wenders, que presenta no uno, sino dos films en el festival. Perfect days supone, en cierta medida, la reinvención de su cine tras una constante búsqueda de nuevas formas de narrar, con una historia que llega directamente a nuestros corazones y nos conmueve con todos sus elementos.
El principal valor de esta obra reside en su trama, ya que se centra en la historia de Hirayama, un hombre mayor, que lleva una vida tranquila y rutinaria limpiando baños públicos en Japón. Disfruta de la música y de los libros que lee a diario y se queda obnubilado con los árboles, que fotografía cada día. Una vida sencilla que nos demuestra que, en la simpleza es donde encontramos la grandeza, un proceso de comprensión que ya ha realizado el personaje protagonista, solo falta que los demás acepten su forma de vivir.
Perfect days nos hace recuperar el valor de lo cotidiano, en ocasiones las cosas no deben cambiar, porque para uno, cada día supone una aventura en la que adentrarse y observar lo que le puede ofrecer el mundo. Quizá, la clave de la felicidad está en el goce y disfrute, en tiempo presente, de aquellos momentos de sencillez y de encuentro de uno mismo con el entorno que le rodea.
*El formato físico como salvación del alma
Wim Wenders lleva a la pantalla una historia llena de amor y cariño por los tiempos muertos, con momentos cargados de un silencio narrativo que nos acompaña a lo largo de la contemplación del día a día de Hirayama. Un silencio que se llena con la grandiosidad del entorno y las sutilezas de este, llevados a la pantalla con un tratamiento del sonido impecable.
Otro pilar importante dentro de la puesta en escena es el tratamiento de la imagen y la planificación, que se trabajan partiendo de una fisicidad estética que aporta cuerpo a la obra. Jamás en época reciente, un 1:33 había estado tan justificado, con un seguimiento de personaje impecable y una serie de planos generales que enmarcan a Hirayama en un entorno en el que cada elemento tiene su lugar, y si se mueve, modifica todo el ciclo.
Los objetos físicos se han quitado de la ecuación capitalista y han obtenido un valor mayor, algo que, las nuevas generaciones saben apreciar. En un mundo de extrema digitalización y globalización donde todo está vacío, todo cobra sentido gracias a lo físico y a la imperfección del analógico, que es un símbolo de que las cosas demasiado digitales acaban careciendo de alma, enfrentándonos a ellas con una pasividad extraña.
*Conclusión
Perfect days supone un punto y seguido en la carrera de Wim Wenders, que sigue experimentando con secuencias donde algunas imágenes se van superponiendo unas encima de otras a modo de un cuadro en constante mutación, en el que podemos contemplar desde la distancia los sueños y la asombrosa imaginación del protagonista.
Dentro de lo rutinario se esconde todo un mundo de posibilidades y de elementos bellos que podemos apreciar si nos acercamos lo suficiente. La perturbación de lo cotidiano no debe suponer un cambio de rumbo, sino el aprendizaje de algo que nos servirá para el futuro. Con el cambio debemos hacer igual y aceptarlo tal como venga, ya que, nada, ni nadie, permanece igual, todo cambia, todo muta, pero debemos apreciar la belleza del camino.
Escrito por Santi Vaan
Otra de las grandes figuras del cine europeo que vuelve al Festival de Cine de Cannes es Wim Wenders, que presenta no uno, sino dos films en el festival. Perfect days supone, en cierta medida, la reinvención de su cine tras una constante búsqueda de nuevas formas de narrar, con una historia que llega directamente a nuestros corazones y nos conmueve con todos sus elementos.
El principal valor de esta obra reside en su trama, ya que se centra en la historia de Hirayama, un hombre mayor, que lleva una vida tranquila y rutinaria limpiando baños públicos en Japón. Disfruta de la música y de los libros que lee a diario y se queda obnubilado con los árboles, que fotografía cada día. Una vida sencilla que nos demuestra que, en la simpleza es donde encontramos la grandeza, un proceso de comprensión que ya ha realizado el personaje protagonista, solo falta que los demás acepten su forma de vivir.
Perfect days nos hace recuperar el valor de lo cotidiano, en ocasiones las cosas no deben cambiar, porque para uno, cada día supone una aventura en la que adentrarse y observar lo que le puede ofrecer el mundo. Quizá, la clave de la felicidad está en el goce y disfrute, en tiempo presente, de aquellos momentos de sencillez y de encuentro de uno mismo con el entorno que le rodea.
*El formato físico como salvación del alma
Wim Wenders lleva a la pantalla una historia llena de amor y cariño por los tiempos muertos, con momentos cargados de un silencio narrativo que nos acompaña a lo largo de la contemplación del día a día de Hirayama. Un silencio que se llena con la grandiosidad del entorno y las sutilezas de este, llevados a la pantalla con un tratamiento del sonido impecable.
Otro pilar importante dentro de la puesta en escena es el tratamiento de la imagen y la planificación, que se trabajan partiendo de una fisicidad estética que aporta cuerpo a la obra. Jamás en época reciente, un 1:33 había estado tan justificado, con un seguimiento de personaje impecable y una serie de planos generales que enmarcan a Hirayama en un entorno en el que cada elemento tiene su lugar, y si se mueve, modifica todo el ciclo.
Los objetos físicos se han quitado de la ecuación capitalista y han obtenido un valor mayor, algo que, las nuevas generaciones saben apreciar. En un mundo de extrema digitalización y globalización donde todo está vacío, todo cobra sentido gracias a lo físico y a la imperfección del analógico, que es un símbolo de que las cosas demasiado digitales acaban careciendo de alma, enfrentándonos a ellas con una pasividad extraña.
*Conclusión
Perfect days supone un punto y seguido en la carrera de Wim Wenders, que sigue experimentando con secuencias donde algunas imágenes se van superponiendo unas encima de otras a modo de un cuadro en constante mutación, en el que podemos contemplar desde la distancia los sueños y la asombrosa imaginación del protagonista.
Dentro de lo rutinario se esconde todo un mundo de posibilidades y de elementos bellos que podemos apreciar si nos acercamos lo suficiente. La perturbación de lo cotidiano no debe suponer un cambio de rumbo, sino el aprendizaje de algo que nos servirá para el futuro. Con el cambio debemos hacer igual y aceptarlo tal como venga, ya que, nada, ni nadie, permanece igual, todo cambia, todo muta, pero debemos apreciar la belleza del camino.
Escrito por Santi Vaan
5 de diciembre de 2023
105 de 114 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una película que explora la belleza y el significado en lo mundano. La trama sigue a Hirayama, un limpiador de retretes en Tokio, cuya vida sencilla se ve interrumpida por una serie de encuentros que revelan aspectos de su pasado. La película aborda temas como la satisfacción, la simplicidad, la pasión personal y el descubrimiento de uno mismo en un tono que es a la vez tranquilo y evocador.
Wenders dirige con un toque delicado y una visión clara, permitiendo que la historia se desarrolle de manera orgánica y capturando la belleza en los detalles más pequeños de la vida cotidiana de Hirayama.
La actuación en "Perfect Days" es notable. Hirayama, interpretado con gran sensibilidad y autenticidad, es un personaje que captura la atención del espectador con su vida aparentemente simple pero rica en satisfacción y descubrimiento personal.
La partitura musical es sutil y melódica, complementando el tono tranquilo y contemplativo de la película. La cinematografía es destacable, con tomas evocadoras de la vida en Tokio y los árboles que Hirayama ama tanto, añadiendo una textura visual rica a la narración.
El diseño de producción es efectivo y auténtico, recreando la vida cotidiana de Tokio de una manera realista. La película no hace uso de efectos especiales notables, lo que refuerza su enfoque en la historia y los personajes. La edición es precisa, permitiendo que la trama se desarrolle a un ritmo que refleja la vida tranquila de Hirayama.
El ritmo es constantemente tranquilo, reflejando la vida pacífica de Hirayama. Los diálogos son significativos y a menudo introspectivos, proporcionando una visión detallada de Hirayama y su visión del mundo.
Me dejó con una sensación de calma y reflexión. La vida de Hirayama y su aprecio por las cosas simples resonó en mí, y me encontré reflexionando sobre la belleza y el significado en la vida cotidiana. La película me hizo sentir tranquilidad, satisfacción y una apreciación renovada por los pequeños detalles de la vida.
Wenders dirige con un toque delicado y una visión clara, permitiendo que la historia se desarrolle de manera orgánica y capturando la belleza en los detalles más pequeños de la vida cotidiana de Hirayama.
La actuación en "Perfect Days" es notable. Hirayama, interpretado con gran sensibilidad y autenticidad, es un personaje que captura la atención del espectador con su vida aparentemente simple pero rica en satisfacción y descubrimiento personal.
La partitura musical es sutil y melódica, complementando el tono tranquilo y contemplativo de la película. La cinematografía es destacable, con tomas evocadoras de la vida en Tokio y los árboles que Hirayama ama tanto, añadiendo una textura visual rica a la narración.
El diseño de producción es efectivo y auténtico, recreando la vida cotidiana de Tokio de una manera realista. La película no hace uso de efectos especiales notables, lo que refuerza su enfoque en la historia y los personajes. La edición es precisa, permitiendo que la trama se desarrolle a un ritmo que refleja la vida tranquila de Hirayama.
El ritmo es constantemente tranquilo, reflejando la vida pacífica de Hirayama. Los diálogos son significativos y a menudo introspectivos, proporcionando una visión detallada de Hirayama y su visión del mundo.
Me dejó con una sensación de calma y reflexión. La vida de Hirayama y su aprecio por las cosas simples resonó en mí, y me encontré reflexionando sobre la belleza y el significado en la vida cotidiana. La película me hizo sentir tranquilidad, satisfacción y una apreciación renovada por los pequeños detalles de la vida.
11 de enero de 2024
75 de 82 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hirayama (Koji Yakusho) es un hombre de mediana edad que trabaja limpiando servicios sanitarios públicos en Tokio, a pesar de ser un trabajo sencillo él lo hace con completa dedicación y detalle, en su día a día tiene algunas rutinas -casi- inquebrantables, además tiene afición por las plantas, es un amante de la música, tiene una enorme colección de casetes, es un asiduo lector y gusta de la fotografía analógica.
El filme se centra en mostrar la vida sencilla alejada de lo ostentoso y la cotidianidad del protagonista, en su trabajo y en sus espacios de tiempo libre alimentando sus pasatiempos, esta se ve interrumpida en algún momento por su compañero de trabajo el joven Takashi (Tokio Emoto), y principalmente por la aparición de su sobrina Niko (Arisa Nakano), que va a ofrecer algunas pistas sobre el pasado de este hombre.
Hasta la aparición de ella ha pasado hora y quince minutos de metraje, hasta ese momento, Hirayama apenas y ha hablado con las personas a su alrededor, pequeños saludos y gestos, pero nada más. Con Niko el espectador va a conocer algunos detalles, por ejemplo que tiene familia, una hermana, un padre y que su posición actual no es bien vista, aunque parece ser más fruto de una decisión personal.
Perfect Days es el nuevo largometraje de ficción del realizador alemán Wim Wenders, que como hiciera su coterráneo Werner Herzog en Family Romance, LLC (2018) se va a Japón a filmar, aunque son obras diametralmente opuestas, Wenders escribe el guion de este filme junto con Takuma Takasaki, un multifacético artista japonés enfocado en campañas publicitarias, escritura de novelas, libros ilustrados, entre otros.
Wenders filma con una aparente sencillez que hace ver la realización de películas como algo fácil de hacer, pero claro, nada más alejado de la realidad, y es que la propia historia, la trama del filme parece ser algo sencillo, pero nada más alejado de la realidad, todo lo que muestra Wenders y su director de fotografía Franz Lustig tienen un sentido, llenando de detalles la pantalla y el argumento de la película.
Una obra entrañable donde parece impensado no sentir empatía por su protagonista, con una actuación imprescindible de parte de Yakusho, un tipo noble, trabajador excelente, que vive de forma sencilla sin lujos, que maneja una dinámica de vida donde la simpleza y la tranquilidad está por delante de todo, pero con un gran ojo para esos detalles que por el ritmo de la vida en muchas ocasiones se dejan pasar por alto, inmejorable.
El filme se centra en mostrar la vida sencilla alejada de lo ostentoso y la cotidianidad del protagonista, en su trabajo y en sus espacios de tiempo libre alimentando sus pasatiempos, esta se ve interrumpida en algún momento por su compañero de trabajo el joven Takashi (Tokio Emoto), y principalmente por la aparición de su sobrina Niko (Arisa Nakano), que va a ofrecer algunas pistas sobre el pasado de este hombre.
Hasta la aparición de ella ha pasado hora y quince minutos de metraje, hasta ese momento, Hirayama apenas y ha hablado con las personas a su alrededor, pequeños saludos y gestos, pero nada más. Con Niko el espectador va a conocer algunos detalles, por ejemplo que tiene familia, una hermana, un padre y que su posición actual no es bien vista, aunque parece ser más fruto de una decisión personal.
Perfect Days es el nuevo largometraje de ficción del realizador alemán Wim Wenders, que como hiciera su coterráneo Werner Herzog en Family Romance, LLC (2018) se va a Japón a filmar, aunque son obras diametralmente opuestas, Wenders escribe el guion de este filme junto con Takuma Takasaki, un multifacético artista japonés enfocado en campañas publicitarias, escritura de novelas, libros ilustrados, entre otros.
Wenders filma con una aparente sencillez que hace ver la realización de películas como algo fácil de hacer, pero claro, nada más alejado de la realidad, y es que la propia historia, la trama del filme parece ser algo sencillo, pero nada más alejado de la realidad, todo lo que muestra Wenders y su director de fotografía Franz Lustig tienen un sentido, llenando de detalles la pantalla y el argumento de la película.
Una obra entrañable donde parece impensado no sentir empatía por su protagonista, con una actuación imprescindible de parte de Yakusho, un tipo noble, trabajador excelente, que vive de forma sencilla sin lujos, que maneja una dinámica de vida donde la simpleza y la tranquilidad está por delante de todo, pero con un gran ojo para esos detalles que por el ritmo de la vida en muchas ocasiones se dejan pasar por alto, inmejorable.
15 de enero de 2024
62 de 72 usuarios han encontrado esta crítica útil
ARGUMENTO
Hirayama limpia baños públicos en Tokio. Vive en una minúscula vivienda, repite diariamente rutinas similares, y alimenta su vida con placeres sencillos como recorrer la ciudad en bici, escuchar música en cassettes, hacer fotografías arbóreas o leer hasta caer dormido. Nada de todo esto suena muy cinematrográfico… pero su historia merecía ser filmada.
DESDE MI PUNTO DE VISTA
He de empezar estas líneas haciendo un acto de contrición para con Wim Wenders, un director por el que ahora siento un respeto reverencial, y que sin embargo había ignorado, incluso despreciado, durante mucho tiempo. Mi problema con él data de 2015, cuando elegí Berlín para mi viaje vacacional, y no tuve mejor idea que ponerme a ver ‘El cielo sobre Berlín’ en el tren que me llevaba hacia Barcelona, donde iba a tomar el vuelo hacia la capital alemana. Esa película requiere motivación y un paladar entrenado; pero, desde luego, para poder entrar en ella es imprescindible verla en unas determinadas condiciones que te permitan sumergirte. Y, obviamente, un tren no cumple tales preceptos… Total, que a los 20 minutos la abandoné, y además con cajas destempladas. "Este director es un patán", tuve la desfachatez de pensar. Y con esa percepción me quedé hasta que en 2022 un cine de mi ciudad, no sé muy bien a santo de qué, programó ‘Alicia en las ciudades’. Decidí verla, tras leer loas y loas sobre ella, y aunque al principio me costó cogerle el aire, terminé abriendo mis piernas, y salí de la sala habiendo indultado al cineasta alemán, y con un arrepentimiento culpable por haberle tenido durante años en mi lista negra. Por eso, este estreno me motivaba, y fui a verlo con la ambición de convertirme, definitivamente, en fan de Wenders.
Por supuesto, tras ‘Perfect days’ ya milito entre los Wim believers. Prometo que recuperaré, por lo menos, ‘París Texas’. Y, desde luego, me apuntaré a sus siguientes propuestas.
Antes de proseguir, considero de recibo advertir de que vi la película con cierto doping emocional. Mi domingo fue muy bueno, y llegué a la sala en un estado anímico de satisfacción y relax que casaban perfectamente con el espíritu de esta película. Tengo muy claro que las cuitas personales de quien ve una obra cinematográfica afectan decisivamente a su valoración, y en este caso Wenders contaba con viento a favor, casi diría que con un huracán. Jamás pretendo que la objetividad forme parte de mis críticas, y en este caso tampoco.
Otro elemento que, sin duda, condiciona favorablemente mi juicio sobre ‘Perfect days’ es su banda sonora. El maridaje entre cine y música me parece una de las grandes maravillas de este arte, y un factor diferencial que justifica por qué hay que ver las películas en pantalla grande y sala oscura. Sin ir más lejos, la víspera de ver esta obra participé en una conversación sobre la escena de las escaleras de ‘Joker’; y quienes la habían visto en su televisión eran incapaces de comprenderme cuando les aseguraba que me hizo mucha ilusión acercarme hasta el Bronx durante mi viaje a Nueva York para subir, bajar y saborear esa localización. Entiendo que habita en mí un alma friki con la que puede costar empatizar, pero las caras de escepticismo de mi audiencia solo reflejan cómo esa escena, vista desde el sofá, no tiene ni la mitad de potencial que si la consumes en una sala de cine.
Tras esta digresión, es más sencillo entender hasta qué punto me elevaron de la butaca las maravillosas canciones con que Wenders sonoriza su película. Por supuesto, estoy escuchándolas mientras escribo, y evidentemente ya he convertido el soundtrack en una playlist. La última escena, con el rostro de Koji Yakusho en primer plano mientras suena ‘Feeling good’, es un orgasmo de temblorosa magnitud. Incluso aunque la película no me hubiera gustado, esos minutos me habrían sacado del cine con el alma reconfortada.
A estas alturas de crítica, creo que ya queda claro que la trama de la película no es, ni mucho menos, el leitmotiv que me ha motivado a escribir. Ojo, no quiero despreciar el guion; de hecho, entre tanto elemento cautivador pero despistante, bulle una historia con mucha enjundia, en la que el pobre limpia-retretes cuyas andanzas estamos siguiendo lo es, en realidad, por elección personal, para pasmo de su hermana con chófer. No puedo sino simpatizar con ese personaje que rompe con todo, que “vive en otro mundo”, y que apuesta por los placeres más básicos pudiendo disponer de otros más sofisticados. Con esto no me posiciono en contra de los gustos refinados, pero sí en favor de discernir qué te llena y qué te sobra, y apostar por lo primero, aunque sea contra viento y marea.
No puedo esconder que mi conexión con Hirayama queda sellada en los primeros minutos de metraje, cuando le vemos despertarse por primera vez, recoger su futón, lavarse los dientes, regar las plantas, coger por orden los bártulos de la encimera y salir con buena cara a la mañana para tomarse un café de máquina expendedora y ponerse buena música de camino al trabajo. Es imposible para cualquiera no ver en su comportamiento un componente TOC, y es imposible para mí no sentir identificación con todo eso, y cariño con ese personaje. El protagonista me tiene a su merced a los dos minutos, y nunca me bajo de su barco.
Hirayama limpia baños públicos en Tokio. Vive en una minúscula vivienda, repite diariamente rutinas similares, y alimenta su vida con placeres sencillos como recorrer la ciudad en bici, escuchar música en cassettes, hacer fotografías arbóreas o leer hasta caer dormido. Nada de todo esto suena muy cinematrográfico… pero su historia merecía ser filmada.
DESDE MI PUNTO DE VISTA
He de empezar estas líneas haciendo un acto de contrición para con Wim Wenders, un director por el que ahora siento un respeto reverencial, y que sin embargo había ignorado, incluso despreciado, durante mucho tiempo. Mi problema con él data de 2015, cuando elegí Berlín para mi viaje vacacional, y no tuve mejor idea que ponerme a ver ‘El cielo sobre Berlín’ en el tren que me llevaba hacia Barcelona, donde iba a tomar el vuelo hacia la capital alemana. Esa película requiere motivación y un paladar entrenado; pero, desde luego, para poder entrar en ella es imprescindible verla en unas determinadas condiciones que te permitan sumergirte. Y, obviamente, un tren no cumple tales preceptos… Total, que a los 20 minutos la abandoné, y además con cajas destempladas. "Este director es un patán", tuve la desfachatez de pensar. Y con esa percepción me quedé hasta que en 2022 un cine de mi ciudad, no sé muy bien a santo de qué, programó ‘Alicia en las ciudades’. Decidí verla, tras leer loas y loas sobre ella, y aunque al principio me costó cogerle el aire, terminé abriendo mis piernas, y salí de la sala habiendo indultado al cineasta alemán, y con un arrepentimiento culpable por haberle tenido durante años en mi lista negra. Por eso, este estreno me motivaba, y fui a verlo con la ambición de convertirme, definitivamente, en fan de Wenders.
Por supuesto, tras ‘Perfect days’ ya milito entre los Wim believers. Prometo que recuperaré, por lo menos, ‘París Texas’. Y, desde luego, me apuntaré a sus siguientes propuestas.
Antes de proseguir, considero de recibo advertir de que vi la película con cierto doping emocional. Mi domingo fue muy bueno, y llegué a la sala en un estado anímico de satisfacción y relax que casaban perfectamente con el espíritu de esta película. Tengo muy claro que las cuitas personales de quien ve una obra cinematográfica afectan decisivamente a su valoración, y en este caso Wenders contaba con viento a favor, casi diría que con un huracán. Jamás pretendo que la objetividad forme parte de mis críticas, y en este caso tampoco.
Otro elemento que, sin duda, condiciona favorablemente mi juicio sobre ‘Perfect days’ es su banda sonora. El maridaje entre cine y música me parece una de las grandes maravillas de este arte, y un factor diferencial que justifica por qué hay que ver las películas en pantalla grande y sala oscura. Sin ir más lejos, la víspera de ver esta obra participé en una conversación sobre la escena de las escaleras de ‘Joker’; y quienes la habían visto en su televisión eran incapaces de comprenderme cuando les aseguraba que me hizo mucha ilusión acercarme hasta el Bronx durante mi viaje a Nueva York para subir, bajar y saborear esa localización. Entiendo que habita en mí un alma friki con la que puede costar empatizar, pero las caras de escepticismo de mi audiencia solo reflejan cómo esa escena, vista desde el sofá, no tiene ni la mitad de potencial que si la consumes en una sala de cine.
Tras esta digresión, es más sencillo entender hasta qué punto me elevaron de la butaca las maravillosas canciones con que Wenders sonoriza su película. Por supuesto, estoy escuchándolas mientras escribo, y evidentemente ya he convertido el soundtrack en una playlist. La última escena, con el rostro de Koji Yakusho en primer plano mientras suena ‘Feeling good’, es un orgasmo de temblorosa magnitud. Incluso aunque la película no me hubiera gustado, esos minutos me habrían sacado del cine con el alma reconfortada.
A estas alturas de crítica, creo que ya queda claro que la trama de la película no es, ni mucho menos, el leitmotiv que me ha motivado a escribir. Ojo, no quiero despreciar el guion; de hecho, entre tanto elemento cautivador pero despistante, bulle una historia con mucha enjundia, en la que el pobre limpia-retretes cuyas andanzas estamos siguiendo lo es, en realidad, por elección personal, para pasmo de su hermana con chófer. No puedo sino simpatizar con ese personaje que rompe con todo, que “vive en otro mundo”, y que apuesta por los placeres más básicos pudiendo disponer de otros más sofisticados. Con esto no me posiciono en contra de los gustos refinados, pero sí en favor de discernir qué te llena y qué te sobra, y apostar por lo primero, aunque sea contra viento y marea.
No puedo esconder que mi conexión con Hirayama queda sellada en los primeros minutos de metraje, cuando le vemos despertarse por primera vez, recoger su futón, lavarse los dientes, regar las plantas, coger por orden los bártulos de la encimera y salir con buena cara a la mañana para tomarse un café de máquina expendedora y ponerse buena música de camino al trabajo. Es imposible para cualquiera no ver en su comportamiento un componente TOC, y es imposible para mí no sentir identificación con todo eso, y cariño con ese personaje. El protagonista me tiene a su merced a los dos minutos, y nunca me bajo de su barco.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
25 de enero de 2024
47 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
No tengo nada en contra del minimalismo como medio de expresión.
Al contrario, soy de la banda de los hartos del exceso de ingredientes: en los platos de comida, en la decoración y en la vida en general. Diría incluso que me va lo de “menos es más”.
Hace poco vi esa cinta finesa que exhiben con el titulo en inglés, Fallen Leaves, y me gustó mucho: cámara casi quieta, escuetos diálogos, expresividad contenida.
Y mi corazoncito sentía cosas con los sencillos avatares de la pareja protagonista: me identificaba con la timidez de él y admiraba la femenina paciencia de ella, me acongojaba la mala suerte de ser currante en un mundo de explotación consentida y me admiraba la difícil ternura que mostraban entre silencio y silencio los personajes.
La película de Win Wenders – vaya por delante mi respeto por el buen documentalista que creo que es – no me emociona en absoluto.
En la primera hora de metraje no pasa nada, subrayo: absolutamente nada. Vemos a nuestro personaje – encarnado por un buen actor - levantarse del futón por la mañana y lavarse los dientes y acicalarse como siete veces para, a continuación de cada una de ellas, seguirle por una extensa muestra de la variedad de diseño de los urinarios públicos de Tokio. Desde aquí enhorabuena a las autoridades municipales de esa ciudad.
Algún crítico señala la visión de la ciudad que la película ofrece. A mí no me parece particularmente original sino más bien el poco sugerente decorado de las andanzas del protagonista.
En la segunda hora pasan dos o tres cosas digamos que leves y que nos desvelan parte del porqué de la vida actual del personaje, pero también suceden “como quien lava” y uno las ve, ya que estoy en modo castizo, “como quien oye llover”.
Como director experimentado, Wenders hila las escenas con orden y buen hacer cinematográfico lo que te permite aguantar un poco las ganas de que vaya terminando el evento.
Pero el minimalismo no es una virtud en sí.
Si no hay emoción, si no se trasmite al espectador más que una fluida secuencia de imágenes puede que se trate de cine, de acuerdo, pero aburrido.
Al contrario, soy de la banda de los hartos del exceso de ingredientes: en los platos de comida, en la decoración y en la vida en general. Diría incluso que me va lo de “menos es más”.
Hace poco vi esa cinta finesa que exhiben con el titulo en inglés, Fallen Leaves, y me gustó mucho: cámara casi quieta, escuetos diálogos, expresividad contenida.
Y mi corazoncito sentía cosas con los sencillos avatares de la pareja protagonista: me identificaba con la timidez de él y admiraba la femenina paciencia de ella, me acongojaba la mala suerte de ser currante en un mundo de explotación consentida y me admiraba la difícil ternura que mostraban entre silencio y silencio los personajes.
La película de Win Wenders – vaya por delante mi respeto por el buen documentalista que creo que es – no me emociona en absoluto.
En la primera hora de metraje no pasa nada, subrayo: absolutamente nada. Vemos a nuestro personaje – encarnado por un buen actor - levantarse del futón por la mañana y lavarse los dientes y acicalarse como siete veces para, a continuación de cada una de ellas, seguirle por una extensa muestra de la variedad de diseño de los urinarios públicos de Tokio. Desde aquí enhorabuena a las autoridades municipales de esa ciudad.
Algún crítico señala la visión de la ciudad que la película ofrece. A mí no me parece particularmente original sino más bien el poco sugerente decorado de las andanzas del protagonista.
En la segunda hora pasan dos o tres cosas digamos que leves y que nos desvelan parte del porqué de la vida actual del personaje, pero también suceden “como quien lava” y uno las ve, ya que estoy en modo castizo, “como quien oye llover”.
Como director experimentado, Wenders hila las escenas con orden y buen hacer cinematográfico lo que te permite aguantar un poco las ganas de que vaya terminando el evento.
Pero el minimalismo no es una virtud en sí.
Si no hay emoción, si no se trasmite al espectador más que una fluida secuencia de imágenes puede que se trate de cine, de acuerdo, pero aburrido.
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