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Las ovejas no pierden el tren

Comedia. Romance. Drama Luisa (Inma Cuesta) y Alberto (Raúl Arévalo) se han visto obligados a irse a vivir al campo, pero la idílica vida rural enseguida empieza a mostrar su cara menos amable. A pesar de que la pareja no atraviesa por sus mejores momentos, Luisa está obsesionada con tener un segundo hijo, aunque el precio sea el sexo más apático imaginable. Quien ni se plantea pisar el campo es Juan (Alberto San Juan), el hermano de Alberto, periodista en ... [+]
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Críticas 59
Críticas ordenadas por utilidad
1 de junio de 2015
36 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
No me entiendan mal.
Las ovejas no pierden el tren es una película más o menos simpática, con buenas intenciones y agradable de ver en una tarde aburrida en la que no se tenga nada mejor que hacer.
Inma Cuesta demuestra una vez más su arrolladora versatilidad, y los momentos más divertidos son los que la tienen a ella en pantalla con Candela Peña y Kiti Manver, estupendas ambas. No se puede decir lo mismo de Raúl Arévalo, que tiene la misma cara de ajo durante todo el metraje. El problema es que la película es mucho menos divertida de lo que ella misma se cree (los mejores chistes son los del trailer, y con eso queda todo dicho) y la historia está más vista que el tebeo. No sorprende, no emociona, no nada. Es plana como una tabla de surf y apenas consigue arrancar algunas medias sonrisas. El tema de la familia estrambótica con madre y hermana alocadas, protagonista sufriente, tímida y poco o nada triunfadora (una imagen que no le pega nada a Cuesta, pese a que la actriz jienense lo defiende con talento) y problemas de pareja ya nos lo han presentado como ciento cincuenta mil veces antes, y nos lo han presentado mejor.
Regularcilla. No se puede decir otra cosa.

Lo mejor: Es simpática
Lo peor: No es demasiado divertida y sí muy tópica.
Sibila de Delfos
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26 de enero de 2015
28 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Álvaro Fernández Armero regresa siete años después de su anterior película. Una demora inhabitual en su trayectoria hasta entonces, expresada en siete largometrajes (uno de ellos documental) en trece años.

Director de comedias y alguna película de terror, su producción ha coincidido con la explosión comercial de Emilio Martínez Lázaro, el gran triunfador de 2014 con «Ocho apellidos vascos», precedida por el binomio «El otro lado de la cama / Los dos lados de la cama».

Vienen a colación estas dos últimas comedias porque «Las ovejas no pierden el tren parece la continuación cronológica de aquellas. Si hasta este momento, Fernández Armero se decantaba hacia el público joven, urbanita, no mayor de los treinta, en pleno explosión física, profesional y afectiva, ahora los personajes muestran una crisis vital de madurez mal digerida.

Si la triunfadora dupla musical de Martínez Lázaro recogía con gran acierto el espíritu expansivo de la primera década del siglo XXI, esos locos años veinte en los que nos comíamos el mundo, en «Las ovejas no pierden el tren» los personajes viven muy por debajo de sus expectativas juveniles. Los escritores que fueron estrellas mediáticas ruegan por un contrato de plumilla y han perdido la inspiración, las mujeres escuchan el tictac de su reloj biológico, los padres envejecen y los antes incipientes empresarios ahora comparten coche o cierran el negocio. Y prácticamente todos muestran una necesidad de afecto incumplida.

Protagonizan Inma Cuesta y Raúl Arévalo, cuya actuación es el hilo conductor que sostiene el argumento. Logra al fin actuar en una comedia Candela Peña, como era su deseo. Destaca por su credibilidad siempre Alberto San Juan y sobresale la espontaneidad y la arrebatadora alegría juvenil de Irene Escolar. Asimismo, es un gusto reencontrarse con los ilustres Kivi Manver, Miguel Rellán, Petra Martínez y Mariano Venancio

La séptima ficción de Fernández Armero es una comedia agradable, blanca y sin aristas. Discurre suavemente y describe con gran precisión el estado emocional de nuestra actualidad.

En su conclusión, curiosamente, lo que nació como comedia urbana encuentra la solución en el mundo rural, en la fría Valdeprados de la provincia de Segovia. La salida, parece decir con cierta candidez, está en vivir del campo.
Inaki Lancelot
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20 de junio de 2015
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comedia dramática urbana-rural que no trae nada para el recuerdo indeleble, pero sí algunos momentos tiernos, de sonrisa, de identificación con los problemas y el estrés que padecen algunos de los protagonistas, y de la tristeza del paso del tiempo que termina llevándose a los seres queridos.
No suena a nuevo el agobio de Alberto, que rezonga sus miserias de urbanita metido a aldeano de pueblo donde se siente como un pez fuera del agua. No derrocha originalidad Luisa, la esposa obsesionada con tener otro hijo. Las discusiones conyugales, como las de miles de matrimonios, no transmiten nada que no se haya visto antes. Juan recién divorciado y pasando por la crisis de la cuarentena tampoco nos hace saltar de emoción. Ni Sara, estereotipo esperpéntico de la mujer entre repelente y penosa con síndrome de solterona desesperada. Ni la madre de Luisa y Sara, ni Natalia, ni Manolo, ni Paco...
Pero te llegan un poco el humor y la ironía, los grandes ojos de Inma Cuesta en los que cabe el mundo, el padre enfermo de Alzheimer que te hace acordarte de aquel amado pariente cercano al que viste declinar hasta convertirse en nada, la evolución de los hermanos Peñalver, la carita del pequeño Lucas y el optimismo práctico y perenne de Manolo, que tiene el remedio infalible para los males de espíritu.
Las ovejas no pierden el tren porque no tienen trenes que coger. No viven preocupadas por eso.
Simplemente viven.
Vivoleyendo
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21 de febrero de 2015
20 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Creo que lo único imperdonable que no le puede pasar a una película, en general, pero en particular si se trata de una comedia, es el aburrimiento, sentimiento este que desde el punto de vista cinematográfico pondero en base al número de veces que miro mi reloj, y que en este caso fueron bastantes.

Fernández Armero tuvo su momento, ya destacó su primer corto "El columpio", y tuvo su punto en un contexto determinado con "Todo es mentira", con ese toque de comedia madrileña, bohemia, con el punto atractivo por historia y personajes para los que estábamos en un momento determinado de la vida en aquella época. Luego se diluyó, tomo otros caminos y acabó haciendo tele, y ahora se nos descuelga con este quiero y no puedo de volver a sus orígenes.

Lo peor del film es que vemos lo que quiere ser, pero claramente no lo es. Reconozco que tiene alguna cosa interesante y de concepto, sin resultar apasionante, por manida, puede no estar mal, pero la cuestión es que todo acaba naufragando, no hace ninguna gracia, y tan solo sueltas alguna sonrisita ante situaciones con las que puedes identificarte pero que ya han sido explotadas con anterioridad en la gran pantalla.

Intranscendente, aburridilla, desde el punto de vista actoral sólo funciona plenamente Inma Cuesta, y un poco Candela Peña, y lo dicho, totalmente olvidable.
zymu
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31 de enero de 2015
15 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las mentiras, como siempre ha sucedido con los pases más certeros, requieren dos partes o bandos. Un lanzador y un receptor. Alguien que invente una historia (normalmente, en forma de excusa) y alguien que se la trague. En este sentido, una de las trolas más aceptadas desde que el cine es industria consolidada, es la de creer que en este mundo, para ser persona, es estrictamente necesaria esa media naranja que ayude a completar a un individuo que, a solas, no vale nada. Para entendernos, quien no tiene pareja es porque es un puto perturbado; un psicópata cuya incapacidad romántica es, sin lugar a dudas, la premonición de un más que merecido aislamiento social. A la hoguera quienes una vez han alcanzado la madurez (pausa para las risas enlatadas) no han sabido / querido encontrar aquel equilibrio emocional que les libre de la prisión de la ignorancia solterona.

La filosofía es ésta, y como nos la creemos, adquiere un poso de realidad que, cuidado aquí, es peligrosísimo. El caso es que con tanta tontería sanvalentiniana perdemos la perspectiva y nos olvidamos de que lo importante en esta vida, más que compartirla con ese alguien especial, es estar a gusto con nosotros mismos para así aprender a respetarnos (quién sabe si querernos) como las preciosas personas que seguramente (y sólo seguramente) seamos. Y perdón por la píldora híper-concentrada de filosofía zen de lavabo de restaurante chino de barrio. Cierto, las galletitas de la suerte de ''La Gran Muralla'', ''La familia feliz'', ''El dragón rojo'' o ''La gran familia roja feliz'' van a tope de estos mensajitos cuyo único propósito es, admitámoslo, hacer que el flujo de ácidos estomacales se acelere sobremanera. Cierto que este texto, de momento, va igualmente sobrado de estos mismos vómitos.

Y no menos cierto es que el nuevo largometraje de Álvaro Fernández Armero (que llega después de un largo periplo de éste en la televisión) está igualmente trufado de todo esto. Para muestra, dos medias naranjas, que como bien sabemos, forman una naranja entera. Luisa y Alberto se han visto obligados a abandonar el confort de la civilización urbana y refugiarse en la barbarie del campo. Ni metros, ni calefacción centralizada, ni calles bien pavimentadas. Un infierno, vaya, que pondrá a prueba los lazos que les unen (hijo incluido). Lo importante (o no, ahí está la cuestión) es mantenerse juntos. Mientras, el desgraciado de Juan, hermano de Alberto, que es un hombre la mar de normal, se encuentra en el terrible dilema moral de introducir, o no, a su jovencísima novia en el seno de una familia que todavía está superando el trauma de una separación que, por lo visto, no fue demasiado agradable. Por si fuera poco, Sara, hermana de Luisa, que para nada es una desequilibrada, se dedica a montar bodorrios que le unan, ''hasta-que-la-muerte-los-separe'', con señores con los que apenas ha compartido un polvo.

Qué pena... él, maldito cabrón, sólo quería una alegría pal' cuerpo; ella, quería conocer al amor de su vida. Otra pausa, por favor, que las risas enlatadas nunca están de más. Si lo prefieren, también pueden horrorizarse, visto lo despiadado que se ha puesto el panorama. Ésta sería, quizás, una de las pocas virtudes con las que cuenta 'Las ovejas no pierden el tren', y es que sin tener del todo claro si el efecto producido es buscado o, por el contrario, meramente accidental, está claro que el filme juega constantemente con las sonrisas y las lágrimas. Sin llegar nunca a lo segundo pero sin depender totalmente de lo primero. Seguramente por su ineptitud a la hora de conseguirlo. Y es que si por alguna razón a dicha película puede tratársela de comedia, es únicamente porque así viene dado en su ficha. El resto queda en manos de la imaginación del espectador, y de los recuerdos de los miembros del equipo de rodaje, quienes a buen seguro se habrán llevado a casa un buen puñado de anécdotas de aquellos tan sacrificados pero, al fin y al cabo, inolvidables días de trabajo.

Como la de aquella vez en que decidieron mearse (todos) en la botella del pringado aquel que no abría la boca. Ay... qué risas cuando el pobre y sediento infeliz sorbió el amarillo elemento. ''Uy, está un poco calentita, ¿no?'', dijo. Ay, madre. Qué risas. Por desgracia, el intoxicado resultó ser el montador de 'Las ovejas no pierden el tren', y cuando tocó sentarse en la sala de montaje, le tocó a él, reírse. Se iban a enterar... Es ésta una fantasía cruel. Una invención. Una mentira que ni requiere que alguien al otro lado se la crea, porque tiene en su propia naturaleza una voluntad tan ridícula e intrascendente, como lo tiene el ponerse a debatir, a estas alturas de la historia (con o sin mayúscula) sobre si la vida en pareja es un requisito sine qua non para alcanzar la felicidad. No se puede atacar al filme que ahora nos atañe por entrar de lleno en dicha diatriba (de ser así, no habría munición suficiente en todo el mundo), sino más bien por aquello en lo que se convierte... ya casi desde su primera escena.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
reporter
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