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El animador

Drama Durante una actuación en un hotel de playa, un showman intenta inútilmente atraer la atención de un público poco participativo. Pero su fracaso no es sólo profesional; tambien se está hundiendo su vida personal. (FILMAFFINITY)
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
3 de diciembre de 2010
15 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
A las películas de Tony Richardson les cuesta horrores moverse. Si bien al principio no molesta, cuando ya has pasado un rato mirándola, te das cuenta que comienza a hacerse pesada y que la historia apenas sí se ha movido nada. Visto con buena voluntad, se podría decir que eso se debe al amor del director por sus personajes. Y sería una opción válida de no ser porque los personajes de Richardson no tienen demasiada vida, efervescencia o encanto a pesar de sus visibles esfuerzos por dar esa impresión. El personaje de la esposa, aún siendo a todas luces una víctima, acaba resultando profundamente irritante; los chistes de Archie nunca tienen gracia y su conducta contradictoria parece aleatoria y el personaje de la hija, con sus penas y cabezonería, se parece más a un grano en el culo que a la muchacha abnegada y cariñosa que se busca representar.

Y es que pesa la sensación que no se ha sabido jugar con las proporciones. Las escenas "cálidas" no funcionan por insulsas (la del cameo de Finney... ¿no debería suponerse que se va a misión y no a comprar el pan?) y en las dramáticas Richardson se relame demasiado cargando las tintas. Los únicos momentos que encuentro acertados son el del monólogo final de Archie sobre las tablas, antes de la llegada de la policía, y ése en el que la madre de su amante le llama por teléfono y hay una chica esperándole para pedirle un autógrafo y que forma el cuadro más patético que haya visto últimamente. Pero aún y así, en esas escenas estimables, también se encuentra ese aire de forzado y deprimente pesimismo que con tanta insistencia se busca en cada minuto de la película y que, por lo menos en mi caso, queda lejos de resultar verosímil, no digamos ya emotivo. Richardson demuestra no ser un buen director, ya que ni la película tiene suficiente consistencia y honestidad para que el espectador pueda sentir que está profundizando en alguna cuestión importante ni tampoco tiene sabiduría que ofrezca algún tipo de esperanza. Y lo de la ironía del payaso triste no es algo que invente esta película. Seguro que Richardson había visto "Candilejas" antes de dirigir ésta.

Que nadie se deje engañar por su aparente sobriedad, este hombre fue todo un quejoso.
Jean Ra
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16 de febrero de 2017
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las carencias económicas de su familia llevaron, un día, al adolescente Max Miller, a abandonar la escuela y a escapar de casa para salir en busca de otras oportunidades en la vida. Ingresado en las filas del ejército durante la I Guerra Mundial, Max descubrió allí que tenía un amplio sentido del humor, pues, los soldados de su división la pasaban de maravilla con sus ocurrencias. Desde entonces, sintió que tenía vena de comediante… y no pasarían muchos años antes de que, el apodado ‘The Cheeky Chappie’, se hiciera famoso como cantante cómico, entertainer y hasta como actor, habiendo aparecido en catorce películas. Pero, tras tres décadas de notable acogida en que alcanzó a ser el comediante mejor pagado de su tiempo, a Max Miller (1894-1963), le llegó su temporada de días grises y cada vez sus presentaciones fueron más, y más, espaciadas… hasta que por fin cayó en el más completo olvido.

Fue, este personaje, el que inspiraría la obra teatral que, John Osborne -el mismo escritor que nos diera “Look back in anger”-, escribió expresamente para el actor Laurence Olivier, quien, ante el reconocimiento social y el éxito que venían obteniendo los denominados “Angry Young Men” (Jóvenes airados), sintió tan profundo deseo de hacer parte de ellos que, por un salario irrisorio y hasta renunciando a una solvente oferta que acababa de hacerle Hollywood, se montó en el cuento de la representación teatral en el año 1958 (tres meses en cartelera en el Royal Theatre de New York), y luego, en la adaptación cinematográfica que escribiría el mismo Osborn (con la colaboración de Nigel Kneale) y con la dirección del controvertido, pero muy necesario, Tony Richardson.

Es evidente que, “EL ANIMADOR”, también rememora el filme de Chaplin, “Candilejas” (inspirada por igual en otro comediante en crisis), pero sus apuntes se alejan sobremanera del personaje de Chaplin, sobre todo en la forma valiente como, a diferencia de Calvero, Archie Rice encara las desgracias y las frustraciones que se avienen en su vida.

También como Calvero, el humor de Rice se ha venido al piso, la sala está cada vez más sola y de ñapa la vida le trae frustraciones y desgracias entre sus más cercanos, pero, el empeño con que éste se las ingenia para preservar su ánimo y mantenerse enhiesto… sería una clase para Calvero a la que nunca asistió.

El filme de Richardson se mueve en dos niveles: De un lado, el tema explícito sobre un hombre del pueblo –personaje esencial del movimiento que conocimos como Free Cinema con el que los más beligerantes escritores y realizadores ingleses se sumaron a la causa de los olvidados- quien, junto a su padre -también un veterano showman en su tercera edad- y con sus hijos, enfrenta la etapa más dura de su vida, frente a una total ausencia del Estado. Y en el trasfondo, se nos va dando pequeños apuntes de la guerra que Inglaterra libra contra Egipto… mientras comienza a entrar en declive como potencia mundial. De esta manera, Richardson apunta de nuevo a demostrarle a sus compatriotas que, el país ideal que les venían vendiendo los medios y el cine de vieja data, era puro maya (ilusión), pues, la realidad escueta da prueba de que las carencias son muchas y de que la felicidad no entra por cualquier puerta.

En estos aspectos, “EL ANIMADOR”, “desanima”, pues, paradójicamente, no alienta entretenimiento, ni risas, ni demás bondades del cine con palomitas, pues, su propósito claro e intencional, no es mantener abiertas las taquillas ni animarnos a enseñar los dientes, sino mostrarnos las carencias y penurias que padecen incontados artistas, aún entre las llamadas potencias que tanto se ufanan de su “grandeza”.

¿Pero esto a quién le importa? También John Osborne y Tony Richardson entraron en relativo olvido, porque, a la gente le interesa más huir de la realidad -de aquí el consumo masivo de tantísimos ‘opios’- que comprenderla y luchar para transformarla. Para esto se necesita entendimiento, coraje y perseverancia, en cambio, para el opio sólo hacen falta unas cuantas monedas… aunque la solución sea apenas por unos pocos minutos.

Título para Latinoamérica: IMPREVISTO PASIONAL
Luis Guillermo Cardona
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22 de junio de 2014
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Producida por la compañía estandarte del movimiento Free Cinema, la Woodfall Film, The Entertainer (El animador, 1960) fue la segunda película que el artista que había trabajado en el mundo del teatro, Tony Richardson, llevó a la gran pantalla. Contó como actor principal con Laurence Olivier, uno de los actores más ilustres del cine británico.

El Free Cinema se caracterizó por tratar temas tabúes que habían tenido muy poca trascendencia en el cinema inglés anterior, tocando la llaga y mostrando a la sociedad una temática social minusvalorada anteriormente. Sin en A Taste of honey (Un sabor a miel, 1961) película de Richardson se ponía de manifiesto un embarazo no deseado así como relaciones interraciales de por medio, en El animador observamos, aunque sea en segundo término, el conflicto bélico que estaba desarrollando en aquellos momentos el imperio británico, en tierras egipcias, con un desenlace ciertamente pesimista, pues el hijo del protagonista acaba falleciendo en el conflicto. Además, la línea principal de la película trata el tema del alcoholismo, así como la decadencia de un personaje, interpretado por Laurence Olivier, que está viendo como su carrera va en total declive, y no puede hacer nada para evitarlo.

El guión (que adapta una obra teatral escrita por el mismo guionista) lo escribió otro asiduo colaborador del Free cinema, John Osborne, que ya había trabajado también en el mundo del teatro como Tony Richardson. Osborne visitó diversos clubs de Music Hall para acercarse al mundo del espectáculo[1], lo que explica gran parte del realismo que demuestra la película y además es destacable la ácida rabia con la que el guionista afrontó el tema. La película gira en torno a un personaje que vive en una situación totalmente insostenible. Se trata de un actor cómico, pero que vive de las glorias del pasado (genial resulta el detalle del niño observando el cartel publicitario del show musical y asegurando a su madre que ese hombre no sale en televisión) y que convive en un núcleo familiar imposible. Brenda de Banzie interpreta a la esposa de este protagonista, y ya desde los primeros minuto odemos observar que la relación entre los dos no funciona. El guión de Osborne trata con mucha naturalidad las relaciones extramatrimoniales que sostiene nuestro protagonista, lo que causó un shock en la puritana Gran Bretaña de aquellos años, como también lo hicieron otras películas del Free cinema.

Pero además a medida que avance el metraje seremos testigo del alcoholismo de la esposa, que no duda en servirse del alcohol como sustito a las faltas de su marido. Sin embargo la película no se inicia con una estructura lineal, sino que Richardson, yendo un paso más allá de la narrativa convencional, realiza un Flashback primerizo, mediante la conversación que tiene la hija de nuestro protagonista con su abuelo.

La película se centra en la tradición del Music Hall, espectáculo que está en cuesta abajo, al igual que nuestro protagonista, frente a los nuevos medios de consumo, como la televisión. La película utiliza numerosos soliloquios y monólogos de nuestro protagonista, que describen el aura melancólica en la que se encuentra. Un gran ejemplo de ello es el que tiene lugar en el momento en que se entera que su hija ha fallecido, rodada con un gran plano general que nos describe los rostros de todos los personajes y sus reacciones, en una escena que recuerda mucho a una visión Shakesperiana del tema.

La película es un paso en adelante en la carrera de Tony Richardson. El director experimenta con los medios que le ofrece el lenguaje cinematográfico, y los podemos comprobar claramente en la película. Una de las secuncias que tiene lugar durante el flashback inicial nos presenta la llegada de un coche a su destino de una manera inusual, con un ángulo de cámara que capta el frontal del automóvil, dando una sensación extraña. También nos encontramos numerosos primeros planos, que hacen hincapié en la vena psicologista que desarrolla el film. Por otra parte, Richardson opta por planos medios en la mayoría de las escenas que tienen lugar en escenarios teatrales (que no son pocas). Lo que si es cierto es que a la película le cuesta desarrollar su premisa, y es una película claramente más de caracteres que no de trama.

El Animador es en realidad una película de transición, que anticipa y cimenta el estilo cinematográfico que iba alcanzar Richardson con sus posteriores películas, que son las que encumbraron el mito del free Cinema, como la ya citada Un sabor a miel, o la mítica The Loneliness of a long distance runner (La soledad del corredor de fondo, 1962).

http://neokunst.wordpress.com/2014/06/22/ciclo-tony-richardson-el-animador-1960/
Kyrios
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18 de marzo de 2023
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El animador. El segundo largometraje de Tony Richardson, al igual que su precedente "Mirando hacia atrás con ira", fue la adaptación de una obra teatral de John Osborne. Su pretexto era el proceso de decadencia de un actor de variedades y la repercusión en su entorno inmediato.

La espléndida interpretación de Laurence Olivier se convierte en el plato fuerte de una función que se desarrolla en un tono excesivamente apagado. Eso hace que la película llegue a aburrir, y a perder el hilo en más de una ocasión. Olivier recibió la nominación apra el Oscar, pero, verdaderamente, la película no tiene mayor atractivo para mí. Un 5,5.
Mag61
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