Happy Game

Happy Game empieza con una advertencia de que este 'no es un juego feliz'. Primer clickbait. Lo que sigue a continuación es la historia de un niño que se va a dormir y se ve inmerso en una serie de pesadillas aterradoras que mezclan lo naif con lo grotesco y en las cuáles todo se estructura como una aventura gráfica tradicional pero limitando las acciones a lo más básico, puzles tan simples que si no estuvieran ahí no cambiaría nada porque es en esencia es una obra eminentemente visual y poco interactiva. Cero pegas porque sus objetivos -al menos, estéticos- los logra con creces.

Lo más impactante de la obra de Amanita Design es que es capaz de superarse a cada minuto: matrioskas demoníacas, decapitaciones kawaii, monstruos gigantes que nos persiguen, criaturas de dientes punzantes que se sienten solitarias... y en medio de todo esto un niño inquieto que sólo busca los objetos que le hacen feliz y le fueron arrebatados. Un poco a la manera de un Jan Švankmajer moderno, con su clásica Neco z Alenky como referente y salpimentada con un extra de Yume Nikki, uno de los grandes hitos de los videojuegos independientes aunque su malditismo haya impedido que llegue al público masivo.

Se disfruta mucho de Happy Game por su propuesta alocada y única, aunque sí que es cierto que se agradecería un poco más de chicha al margen de la colección de locuras visuales. Habría sido genial que al terminarlo quedasen incógnitas, algo para reflexionar, como ocurre con clásicos modernos como Limbo o Inside, pero aún así vale la pena y dura menos de dos horas, ideal para disfrutarlo de una sentada en una noche de insomnio.