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El romance de Astrea y Celadón

Romance. Drama Rohmer adapta al cine la más loca historia de amor de la literatura barroca del siglo XVII, "L’Astrée", de Honoré d’Urfé (1607-1628). La intriga, que se sitúa en un bosque maravilloso, en la Galia de los druidas del siglo V, relata los amores del pastor Céladon (Andy Gillet) y de la bella Astrée (Stéphanie de Crayencour). Convencida de la infidelidad de Céladon, Astrée lo abandona. El joven, desesperado, intenta suicidarse, pero es ... [+]
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Críticas 11
Críticas ordenadas por utilidad
12 de septiembre de 2007
46 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muy, muy rara, sólo para incondicionales de Rohmer. En el cine al que fui a verla (sólo se ha estrenado en uno de todo Madrid, el Renoir de Plaza de España) había cuatro gatos y se oían unos bostezos potentes como el claxon de un camión. A mí me gustó mucho.

==Macarrones reportero==
¡Gran reportaje!
En exclusiva mundial para Filmaffinity, contamos cómo se gestó la película.

En una residencia geriátrica de lujo del sur de Francia, Éric Rohmer lee el menú del día:

1º Sopa
2º Pescado a la plancha
3º Pieza de fruta

-¡Qué interesante! -se exalta Éric Rohmer-. ¡Esto puede ser el argumento de mi próxima película! ¡Rápido! ¡Que alguien llame a un productor!

Se altera tanto que las enfermeras tienen que aplicarle oxígeno y calmantes.

Días después...

En una residencia geriátrica de lujo del sur de Francia, Éric Rohmer lee la composición de una botellita de agua de Vichy:

Bicarbonatos
Cloruros
Sulfatos
Sodio
Potasio
Litio

-¡Apasionante! -se emociona Éric Rohmer-. ¡Con esto ruedo yo una obra maestra! ¡Rápido! ¡El teléfono de mi productor!

Se pone tan ansioso que hay que sedarlo y llevarlo a la enfermería.

Una semana después...

Éric Rohmer tiene retortijones y saca del cubo de la basura -camino de los lujosos aseos de una residencia geriátrica del sur de Francia- una novelucha pastoril del siglo XVII.
La acción transcurre en la aldea gala, pero no sale Astérix. Personajes:
Astrea: pastorcilla mandona y medio lesbiana que enseña un pecho.
Celadón o Ceporrón: un pastorcillo de muy buen ver. Suicida frustrado y travesti.
Hermano de Celadón: presidente del Foro Galo de la Familia, gran defensor de la continencia y la fidelidad.
Druida: alcahuete y teólogo.
Bardo: rijosillo, sobón.

-¡Esto mola! -grita Éric Rohmer en el váter-. ¡Aquí hago yo una película que te cagas!

Y va y la hace.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Macarrones
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20 de septiembre de 2007
26 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de "La inglesa y el duque", y "Triple Agente", Rohmer regresa con una propuesta aun más insólita, si cabe. La adaptación de la novela "L’Astrée" escrita por Honoré d’Urfé en el siglo XVII, aunque ambientada en el siglo V.

En palabras del veterano director francés, para alguien que no haya profundizado en la lectura de esta obra: “parece pesada, absurda, poco realista e ingenua”. Y cuando uno ve la película, no puede evitar tener esa sensación. Para un espectador del siglo XXI es complicado soportar el visionado de "El romance de Astrea y Celadón" sin llegar a caer en la desesperación, a causa de su extremo candor. Pero ahí radica, precisamente, el valor de este trabajo. Rohmer no introduce ni un solo elemento que actualice la historia, y que la haga más asequible al público contemporáneo. Se respeta de forma escrupulosa el espíritu de la novela y la película consigue que hagamos un mágico viaje en el tiempo. El director demuestra una asombrosa capacidad para hacer cine de una forma tan pura e inocente, que incluso es capaz de transportarnos a la época en la que se escribió el libro.

Pero Rohmer también defiende la rabiosa actualidad del texto. Si bien es cierto que la forma nos puede resultar chocante, el fondo no nos debe sonar tan extraño, aunque hayan pasado cuatro siglos. La fidelidad en el amor, un tema que ya consideramos universal, es el epicentro del relato, y parece ser que fue lo que más llamó la atención del director a la hora de embarcarse en este proyecto. No olvidemos que la fidelidad es un tema muy presente a lo largo de su filmografía, especialmente en sus “Cuentos morales”.

Sí, a veces resulta un tanto tedioso todo este mundo lleno de druidas, ninfas y pastorcillos. Y, sí, toda la trama está llena de equívocos infantiles y de una irritante ingenuidad que puede llegar a exasperar. Pero, en este caso, no importa tanto lo que se nos cuenta. Lo trascendente es el fabuloso ejercicio restrospectivo realizado por el realizador francés. Aunque dentro del desinterés general que provoca esta historieta de amor, no me gustaría olvidar un par de detalles: el personaje del pastor hedonista, una lección magistral e hilarante de sobreactuación; y el giro final, con esa deliciosa ambigüedad, y un toque de ligero erotismo, que nos remite inmediatamente a Rubens. Y es que la pintura posee también una importancia vital en esta película. No en vano, está rodada en un formato casi cuadrado, para conseguir esa dimensión pictórica.

Un preciso y precioso homenaje a la naturaleza, a una obra literaria casi desconocida, al barroco, a la sencillez a la hora de rodar (sonido directo, iluminación natural...), y a el amor en estado puro. Sólo nos queda pedir que ésta no sea la última muestra del descomunal talento de uno de los autores más importantes que ha visto el cine en su historia.
kikujiro
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29 de noviembre de 2008
17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rohmer era ya viejo, entrado en años, y quiso hacer una película más. Ya le preocupaba menos la mentalidad de sus contemporáneos, que había filmado en sus numerosos cuentos y comedias, obras en que conseguía con mano maestra un singular efecto de espontaneidad intacta, sirviéndose para ello, paradójicamente, de la planificación meticulosa de cada detalle. Gracias a tan perfeccionado dispositivo pudo tratar con sencillez profundos temas filosóficos y sentimentales.

De vez en cuando, para descansar del trajín de su época, se apartaba Rohmer hacia el pasado y, con igual o mayor meticulosidad, filmaba argumentos históricos, sacados de clásicos literarios. No los adaptaba ni actualizaba, era él quien se trasladaba al tiempo de la obra escogida. Habiendo concluido satisfactoriamente el ciclo de los cuentos estacionales, por las raíces europeas se alejó de su siglo hacia los tiempos de la Revolución Francesa, con “La inglesa y el duque”, y hacia los de la Guerra Civil española, con “El triple agente”. Pero quiso luego alejarse aún más de las preocupaciones históricas y se dirigió hacia un mundo idílico y resplandeciente. Otros se adentraban con sus cámaras en los tebeos de ‘Los Picapiedra’ o en la serie de ‘Embrujada’, y el viejo Rohmer quiso entrar en el artificioso y estetizante mundo pastoril.

Escogió un capítulo entre los miles y miles de páginas de la voluminosa novela “L’Astreé”, y se alegró su viejo corazón al hallarse de nuevo en un luminoso bosque compartido por deidades grecolatinas, ninfas bulliciosas y refinados pastores virgilianos, ermitaños y druidas veneradores del muérdago, todos ellos dotados para la música y el verso, y dados a expresarse con modos cultos y ponderados.
Conduciendo con gran arte a los cándidos personajes, a través de las peripecias veleidosas de la fortuna, hacia una elevada felicidad amorosa o hacia un suave y sereno retiro en la amable naturaleza idealizada, e inspirándose en los cuadros de Poussin, Watteau, Claudio de Lorena o Puvis de Chavannes, Rohmer recreó con deleite un platónico orbe de prados, arroyos, estanques, fuentes, árboles y chozas, todos primorosos; el de las églogas garcilasianas y la Diana de Montemayor.
Entre pinturas barrocas y jardines geométricos integrados en el bosque, puso a sus personajes a tratar cándida pero seriamente asuntos de amor, moral y teología. Con permisividad les dio una inocencia ajena al pecado, y también picardía y sensual morbosidad para travestirse o dejar caer las ropas en juguetona negligencia.

Todo lo dirigió el viejo Rohmer con maestría. Trató el universo más ficticio con la mayor naturalidad, haciendo parecer sencillo lo barroco una vez más, y lo legó a sus seguidores, a todos en general, como un bello y desenfadado regalo artístico, quizá el último.
Archilupo
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17 de mayo de 2009
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Último film por el momento del realizador francés Éric Rohmer (Nancy, 1920). El guión, del propio Rohmer, adapta la historia central de la novela de aventuras “L’Astrée” (1607-19), de Honoré d’Urfé (1568-1625). Se rueda a partir del 15 de junio de 2006 en escenarios reales de la región de Auvergne (Francia) y del Château de Chaumont-sur-Loire. Fue nominado al León de oro de Venecia. Producido por Françoise Etchegaray, Jean-Michel Rey y Philippe Liégeois para Compagnie Eric Rohmer (Francia), Rezo Productions (Italia) y Alta Films (España), se proyecta en público por primera vez el 1-IX-2007 (Festival Venecia).

La acción dramática tiene lugar en la región francesa de Forez (Loira), en el s. V. Allí vivía una población de pastores, de origen celta, alejada de la cultura romana y fiel a sus antiguos códigos religiosos y civiles. El pastor Celadón (Gillet), de cuna noble, de unos 15 años, y Astrea (Crayencour), de origen humilde, de unos 13 años, se enamoran contra la voluntad de los presuntuosos padres de Celedón, Alcipo y Amarilis (Rivière). Engañada por un pretendiente despechado, Astrea cree ver pruebas de la infidelidad de Celadón y por ello lo rechaza. Él intenta suicidarse echándose al río y Astrea lo cree muerto. Celadón es vulnerable y tozudo. Astrea combina ternura y severidad.

El film suma drama y romance. Desarrolla una historia de enredos, malentendidos, confusiones y despechos amorosos. La muchacha en un momento de estrés emocional cree ver lo que no hay y, posteriormente, da por seguro que ha ocurrido lo que en realidad no ha sucedido. Con la ayuda de un narrador, la acción tiene lugar en ambientes descritos con sencillez y naturalidad, exentos de artificios y de aires bucólicos. El realizador hace uso de su habitual técnica minimalista, que hace avanzar la historia a impulsos de acontecimientos pequeños y comunes. No sucede nada extraordinario y no se producen ni exabruptos ni salidas de tono.

La relación de los protagonistas se presenta envuelta de una sensualidad intensa que en ocasiones muestra un potente erotismo. El realizador sólo presta atención a los momentos de tensión y dificultad que afectan a la relación amorosa de los protagonistas y se refiere a los momentos de felicidad y plenitud a través de las canciones que interpreta Celadón. Las ninfas del castillo son una segunda fuente de la sensualidad que impregna al film. Añade toques sutiles de humor (Celadón como objeto de deseo de las ninfas, muchacho travestido...).

(Sigue en el “spoiler” sin desvelar partes del argumento)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Miquel
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9 de agosto de 2010
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los romances pastoriles siempre me han parecido retóricos, almibarados y fundamentalmente irreales, congelados en un mundo que ya no existe y que probablemente nunca existió. En la historia de la literatura, esta temática apenas me atrae en la poesía de Garcilazo y sobre todo en la de Góngora, porque allí las palabras se trabajan a un nivel prodigioso pero que no va más allá del juego y el ingenio.
Sin embargo, el visionado de "El romance de Astrea y Celadón" (que empieza con una breve explicación sobre su fuente literaria), me ha hecho modificar mi opinión o mejor dicho mi prejuicio. Probablemente porque Eric Rohmer tiene una mirada capaz de extraer agua de las piedras, como para conseguir de un tema tan aparentemente retórico y desactualizado un refrescante efecto de espontaneidad.
Con "El romance de Astrea y Celadón", Rohmer alcanza una vez más la difícil simplicidad. Esta vez en el lejano contexto perdido en los tiempos y en una historia de pastores enamorados, a la que agrega humor, belleza y picardía.
Sobre la base de una manifiesta austeridad más que "precariedad", el maestro asombra con su creatividad en la transposición y una osadia no agresiva -pero pocas veces vista-.
Rohmer revigoriza y trasciende el tema literario hasta ofrecer una magnífica visión del amor (desencontrado por equívocos, a pesar de la voluntad de sus protagonistas) pero que se reconoce y reconcilia más allá de la exterioridad del ropaje y de las formas. Porque si bien el cambio de identidad (y sexo) los confunde, la atracción permanece y Astrea se siente seducida por la versión femenina de Celadón disfrazado de princesa.

Para separar los distintos momentos de la historia, la película recurre a una sintaxis donde alterna la música diegética, la voz en off, las palabras escritas en carteles explicativos o los versos escritos por Celadón sobre una piedra monolítica. Y así, lo que en otras manos y sensibilidades podría haber caído en el ridiculo logra fluir naturalmente. De la fotografía (de composición neoclásica) puede decirse que es tan angelada como la luz de un cuadro impresionista diurno, a lo que se suma la diafanidad del sonido natural de exteriores donde predomina el canto de la naturaleza y -sobre todo- el de dulcísimos pájaros acordes con las imágenes, palabras y gestos de los enamorados, que transmiten su estado de gracia a quienes estén sensitivamente abiertos para percibirlo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
rouse cairos
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