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Dejad paso al mañana

Drama Un anciano matrimonio reúne a cuatro de sus hijos, ya independizados, para comunicarles que están arruinados y los van a desahuciar en un plazo muy breve. Los hijos deciden entonces repartirse a sus padres: uno se queda con la madre y otro con el padre, lo que supone un duro golpe para los ancianos, ya que han vivido juntos toda la vida. (FILMAFFINITY)
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Críticas 40
Críticas ordenadas por utilidad
5 de septiembre de 2009
147 de 162 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ésta sí es una película de miedo. Llegas a los setenta años, después de haber criado a tus hijos y cumplimentado todo tu ciclo de trabajo y en lugar de una vejez apacible, rodeado de tus cosas y acompañado por el amor de tu vida, lo que te aguarda es el destino de un trasto roto y molesto del que nadie quiere ocuparse.

Ver cómo los hijos tratan de pasarse la pelota unos a otros para decidir quién cuida de los padres, es muy triste.

Ver a un anciano buscando trabajo para tener medios con los que mantener y mantenerse para no depender de las conveniencias filiales, es terrible.

Ver cómo los ancianos aceptan una vida que les condena a morir separados y solos, bajo el imperativo de no ser una molestia para sus hijos, es de cortarse las venas.

Pero que todo esto esté narrado con una capacidad para emocionar absolutamente bestial y no sólo eso, sino que además constituya toda una lección de vida sobre el amor verdadero, el egoísmo y la crueldad de la naturaleza humana, convierte a esta bellísima película en un cine absolutamente necesario para todos aquellos que fueron hijos y que son, o algún día serán, padres y abuelos.

Melodrama maestro que tira de cuatro interiores, un guión perfecto, dos actores maravillosos y un final de antología para denunciar la trampa en la que podemos llegar a convertir nuestro mal entendido concepto de familia. No es que sea recomendable: es OBLIGATORIA.

(En algunas especies, el animal anciano se separa de la manada para ir a morir lejos de sus descendientes. No me extraña.)
Neathara
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18 de enero de 2009
112 de 121 usuarios han encontrado esta crítica útil
Escalofriante. Creo que aún tirito de la emoción.

Me llamó la atención, e igual que a mí supongo que a muchos otros, la elevadísima nota que tenía en filmaffinity.

Pues bien, estamos ante uno de los casos en los que tratar de reducir una película a una nota o una triste reseña en un foro carece del más mínimo de los sentidos.

Pero bueno, aquí estoy yo, alimentando el sinsentido.

Básicamente, estamos ante una de las películas más rabiosamente conmovedoras que he visto jamás. Y desde Alvin Straight y su cortadora de césped, no veía delante de una cámara a unos ancianos más insoportablemente entrañables que estos, enamorados hasta el delirio y víctimas de la recalcitrante nostalgia y del implacable paso del tiempo.

El siniestro análisis del egoísmo humano, encarnado en la figura de sus hijos, que lleva a cabo esta película aterra. Y la profunda amargura que encierra la aparente luminosidad de la película es un prodigio de buen hacer, de amor al cine, de sabiduría ante las dichas y miserias de la existencia.

"Cuando se tienen 17 años uno piensa en divertirse. Cuando tienes 70, la máxima diversión consiste en fingir que no te importa enfrentarte a los hechos... ¿te importaría que siguiera fingiendo?". Cuando la abuela le incrusta semejante obús en la cara a su nieta, yo no sabía dónde meterme, de verdad.

Hacía bastante tiempo que no lloraba de esta forma en el primer visionado de una película.

Y ahora acabo de leer que era la película favorito de un famoso director, y que otro famoso director afirmaba que "hacía llorar a las piedras".

El primero es John Ford y el segundo, Orson Welles.

Mal gusto no tenían, no.
Barfly
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5 de marzo de 2010
83 de 95 usuarios han encontrado esta crítica útil
No recuerdo cuándo vi por vez primera el Cristo de Velázquez. No tengo memoria de ese día. Desde entonces –desde siempre– he considerado que es la pieza maestra del pintor. Nunca ningún otro Cristo retratado ha llegado a emocionarme de ese modo. Para mí, es arquetipo mítico y terrestre del Dios encarnado, del Dios hombre. Resulta fácil no creer en las instituciones religiosas. No es posible descreer del Cristo de Velázquez.

Cada vez que veo un Cristo, mi inconsciente lo compara con el del maestro sevillano. Ninguno le hace sombra.

‘Dejad paso al mañana’ es una cinta triste, bien rodada, protagonizada por una pareja de viejos entrañables. La historia está bien concebida. No exagera los defectos de los hijos. Hay ternura y baile. Conflicto entre generaciones. Desencuentros. Hay vida en las escenas y frescura en la actuación de los ancianos.

El mañana (hijos, nieta) aparca a la abuelita en la butaca del cinematógrafo, o al abuelo enfermo en un sofá. No se puede decir que McCarey evite cierto sentimentalismo.

‘Cuentos de Tokio’, de Yasuhiro Ozu, aborda un tema similar.

En ‘Dejad paso al mañana’ una conversación telefónica, un paseo por el parque, un vals o una preciosa despedida en el andén adquieren la profundidad de lo sencillo.

La cinta es implacable con el devenir de los abuelos. Estorban y se quieren. El lazo que los une no lo desanuda la distancia. Los hijos, mientras tanto, rehuyen la incomodidad de hacerse cargo de sus padres.

Cada vez que veo una película sobre el tema de la ancianidad, mi inconsciente la compara con la del maestro japonés. ‘Dejad paso al mañana’ es una obra más que digna.

Pero para cada uno de nosotros, en los temas que nos tocan más adentro, existe sólo un Cristo de Velázquez.
Servadac
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5 de octubre de 2009
63 de 69 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leo McCarey hizo esta película en una década en que empezaba, como algunas veces en la historia, a despuntar un valor en la sociedad: la juventud. Anteriormente el anciano era el depositario de la sabiduría. Pero empezó a despuntar el vigor y fuerza como virtudes sociales.

Las intenciones de McCarey son claras desde el pricipio. Te clava el cuarto mandamiento nada más empezar: Honrarás a tu padre y a tu madre.

Y luego te suelta una película preciosa en la que te sientes incómodo. No es nada maniquea. No pinta a la pareja de ancianos como perfectos. Son pesados a veces, una molestia otras, y nada diplomáticos. Como son los abuelos, vamos. Y tampoco dibuja unos hijos arpíos que quieren desprenderse de ellos a toda costa. Es más, podrían considerarse buenos hijos y todo. Lo que asusta precisamente es eso, que en familias con gente "buena" los pequeños egoísmos pueden dañar, y mucho.

Si ves esta película y luego te asomas al salón de su casa a ver a tu padre y tu madre sentados en su sitio de siempre, sentirás lo que dice el personaje de Thomas Mitchell: somos unos desagradecidos.

Eso sí, luego por la calle al primero que te pare le dirás: "¿La familia? Bien, gracias."
Gilbert
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20 de septiembre de 2010
49 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Y no voy a ser yo quien le lleve la contraria, por supuesto. Entre otras cosas porque ayer mismo pude comprobarlo. En mis propias carnes. Y si “Dejad paso al mañana” pudo con un tocho como yo tampoco creo que le costara demasiado convertir el gran cañón del Colorado en un valle de lágrimas.

¿Significa eso que la peli de McCarey es un dramón a la antigua usanza, con musiquilla sensiblera y toneladas de azúcar? Ni mucho menos. “Dejad paso al mañana” es, ante todo, un peliculón. A mi juicio, al mismo nivel que cualquier gran clásico de Capra, Lang o Lubitsch. Lo que ocurre es que, curiosamente, no se trata de una peli demasiado conocida. Quizás porque McCarey no era un primer espada o porque toca un tema ‘poco’ hollywoodiense. En cualquier caso, insisto: “Dejad paso al mañana” es una gran película. Y nada tiene que envidiarle a “Cuentos de Tokio”, la versión que convirtió a Ozu en uno de los mejores cineastas japoneses de todos los tiempos.

Así pues, admitiendo que esta triste y conmovedora historia de dos abueletes ninguneados por sus cinco hijos pueda resultar mucho más sutil, contenida y matizada en manos de Ozu, debo confesar -sin embargo- que prefiero la primigenia de McCarey. Y es que cuando una peli te toca la fibra, cuando sientes que se te entornan los ojos y la barbilla te tiembla, que se quiten de en medio sutilezas niponas. Con perdón.
Taylor
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