Ardara

Ardara es una propuesta interesante en cuanto a maneras de hacer cine. A partir de una premisa común –la desaparición de tres jóvenes– la cinta intenta desvelar lo sucedido de un modo más original.

Los directores proponen una reconstrucción de los hechos entrevistando a los habitantes del pueblo de Ardara que los vieron pasar en sus últimos días. De esta manera, se profundiza en los personajes a través de los ojos de otros, aunque también por medio de los vídeos que grabaron durante su viaje a Irlanda.

Sin embargo, esta técnica es la que provoca que la primera parte sea lenta y confusa, ya que aparecen personas cercanas a los protagonistas en escenas que intentan darlos a conocer, pero que acaban sin recogerse ni influir en la conclusión.

Quizá, lo que parece que promete el film (y nunca llega) sea su mayor lacra, a pesar de que, en la segunda hora, queda disimulado por la maravilla visual que se ofrece a través de la cámara de Macià, uno de los chicos que desapareció. A parte de eso, merece la pena también una de las reflexiones finales acerca de por qué contamos historias y la diferencia entre un relato y la verdad.

Poco más puede destacarse de esta producción, además de la novedad que aporta en su método para narrar crónicas.

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La película empieza de forma prometedora. Pero el problema es que al poco rato se convierte en una sucesión de retales mal cosidos, en formato de falso documental. La narrativa resulta ridículamente pretenciosa para una realización que parece de aficionados rodando en super 8. La dicción de los actores en catalán de Menorca es espantosa. La poca curiosidad que puedan despertar los espectaculares parajes naturales y las fotos supuestamente antiguas se diluye ante un desarrollo tan incompentente. Tanto es así, que el desenlace acaba importando un bledo. El film se queda como un producto local, intentando traspasar fronteras sin conseguirlo.

Acabo de ver Ardara en el cine de Ciutadella de Menorca, ciudad que aparece en el metraje dedicado a Macià Florit, uno de los protagonistas del film. Precisamente es toda esta primera parte menorquina la, desde mi punto de vista, más floja de la película. No entendí para nada, probablemente porque no se explica lo suficiente, la historia de los padres de Macià y el libro que desencadena la acción posterior. Esta circunstancia lastra desde su inicio la potencia narrativa de la película. Afortunadamente para el espectador, la caótica y absurda presencia menorquina, se supera con creces con la potencia visual e interpretativa de los paisajes y los personajes irlandeses, todos ellos dotados de veracidad, convencimiento ante la cámara y un delicioso inglés. Notables también las dos chicas. Exceptuando la ridícula escena de la comisaria de los Mossos, toda su presentación barcelonesa es una delicia. Sin revelar nada del final, sí que diré que pierde fuelle con el último discurso de Don, personaje que, no obstante, había rayado a gran altura en sus intervenciones anteriores. Sorprendente y cargado de magnetismo el montaje, aprovechando al máximo una gran cantidad de micro cápsulas visuales que le dan a la película el ritmo y el vigor que le falta a la parte narrativa del guión. La banda sonora muy sólida, con delicados detalles como escuchar de fondo a Ferran Palau interpretando su preciosa canción "El meu lament" mientras Bruna atiende al teléfono en el videoclub.