En el límite del amor

A Keira Knightley y Cillian Murphy les he visto con buena química, lástima que la película no esté a su altura. Sus escenas y el final son lo mejor de la película.

Psicologicamente me sentí muy fuera de la historia cuando la Knightley se reencuentra con su marido y pasa de odiarlo a amarlo locamente otra vez y el marido, aunque perfectamente lógico, falla en el guión cuando vuelve con estrés post-traumático de la guerra, peca en suponer que cualquier espectador conoce de primera mano los sintómas de los soldados que vuelven de la guerra.

El final me resultó desgarrador, y no puedo más que odiar a la protagonista por decir aquella frase de: Mi mundo es solo mi marido y mi hijo. Dí que si, a la mi*rda la amiga que aún no ha hecho nada malo en toda la película.
Realmente no puedo ser imparcial, me derrito ante Miller haciendo de loca, es superior a mi.

Triángulo del amor que pronto se convertirá en cuarteto: el soldado William Killick (Cillian Murphy) se enamora de Vera y logrará casarse con ella y dejarla embarazada antes de ir a la guerra contra los alemanes. El trío convivirá en Gales (en un lugar que es ahora una ruta turística del bungalow de Thomas al pub donde se cocía), antes de que el soldado regrese, destapando la caja de Pandora de los celos en esta versión guiri de Amar en tiempos revueltos.
El filme, antes del triángulo y el cuadrado, empieza con un círculo: la boca de Vera (Keira), los labios pintados con carmín. Sobre su rostro se sobreimpresionan imágenes de noticiarios de guerra, del Listen to Britain (42) o Fires were started (43) del documentalista británico Humphrey Jennings, al tiempo que se recita un poema de Thomas. Ambos planos se mezclan hasta que los aviones y las bombas y los edificios incendiados se difuminan, quedando de nuevo el primer plano de Vera/Keira. Movimiento decisorio: la guerra, incluso la poesía, importa poco, lo que interesa es este rostro, esta boca. Vera canta en un tugurio de soldados, a lo Dietrich. Sobre su cara se proyectan luces de colores que leemos como las más claras influencias de la película: Keira con rojo (Rubí, de Benjamín Cann); Keira con azul (Topacio, de Luis Alberto Lamata); Keira con verde (Esmeralda, de Beatriz Sheridan). El rostro de Keira, su boca, es la joya preciosa que representa el amor, el paralelepípedo que forman los personajes entre los cuales el deseo circula, intercambiándose. La historia está llena de momentos que señalan lo sexual, aun cuando siempre el acto quedará fuera de campo. Como en las telenovelas, en este melodrama lo único que interesa es el sexo, pero este nunca se hace explícito: la única escena, de Vera y el soldado, está ridículamente rodada de forma fragmentada, a través de cristales de colores (sic). La figura de Dylan Thomas, vano pretexto narrativo, es prontamente olvidada, aun cuando sigamos escuchando sus poemas más románticos en off, acompañados de una banda sonora de Angelo Badalamenti que consigue llenar los huecos de la imagen, y que recuerda a su trabajo con David Lynch en Twin Peaks. Seguidores del poeta, abstenerse. Fanáticos de Keira Knightley, vayan pasando.