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Francofonia

Drama Segunda guerra Mundial (1939-1945). En la Francia ocupada (1940), las autoridades nazis deciden proteger la colección de pintura más valiosa del mundo: el Museo del Louvre. Mientras Jacques Jaujard y el conde Franz Wolff-Metternich se encargaban de cumplir esta misión, grandes ejércitos arrasaban Europa causando inmumerables bajas. (FILMAFFINITY)
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Críticas 17
Críticas ordenadas por utilidad
9 de junio de 2016
22 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de entrar al cine imaginé que seríamos tres o cuatro en la sala. Un sábado a primera hora de la tarde, una película francesa con un director ruso… no parecía la opción más apetecible para el público. Pero para mi sorpresa, entro a la sala diez minutos antes de que empiece y más de la mitad de las butacas ya están ocupadas. No entendía la expectación. Con lo que me gusta estar en la sala prácticamente solo…. Empieza la película y en cuanto aparece el título se levanta una pareja y se va. Era demasiado pronto como para que se fuera porque no les gustaba, así que supongo que es cuando se dieron cuenta de que se habían equivocado de sala. Dos menos.

“Francofonía” comienza cuando escuchamos a su director, Alekxandr Sokurov, hablando por videoconferencia con alguien que está en un barco que ha salido del puerto de Amsterdam con un cargamento de obras de arte. Sokurov habla en ruso y el capitán del barco lo hace en inglés. La conexión es mala y la imagen se pixela continuamente. En medio de la tormenta, al buque le cuesta mucho mantener la estabilidad y la integridad de las obras de arte que transporta corren serio peligro.

Luego escuchamos a Sokurov hablando mientras aparecen fotografías antiguas. Tolstoi durmiendo. Chejov igualmente dormido. Imagino que es una alegoría sobre el aletargamiento del arte ruso, otrora sobresaliente. Pero tampoco lo tengo claro. Más fotos. Militares, imágenes de Hitler y del ejército alemán llegando a Paris. Siempre que veo estas escenas inevitablemente me acuerdo de Casablanca (“los alemanes vestían de gris, y tú de azul”). Casablanca… qué peliculón… No! van cinco minutos de película y ya estoy divagando. Tengo que centrarme en lo que estoy viendo o me perderé.

El Louvre. Hitler toma Paris, y en Paris está el Louvre. El mayor refugio cultural de Europa. El director del Louvre, Jacques Jaujard (Louis-do de Lencquesaing) se entrevista con un oficial nazi, el conde Franziskus Wolff Metternich (Benjamin Utzerath) buscando un acuerdo para salvar las maravillas que atesora el Museo e impedir que la guerra produzca la destrucción de las obras.

Aparece Marianne, la representación de la revolución francesa, ataviada con el gorro frigio, correteando por el museo diciendo “Liberté, egalité, fratenité”. Al rato aparece Napoleón, señalando los cuadros en los que él aparece, diciendo “C’est moi”, a lo que Marianne replica “liberté, egalité, fraternité”. Empiezo a escuchar los primeros ronquidos, a mi izquierda.

A todo esto, Sokurov, entre imágenes de archivo y otras filmadas por él, sigue con su voz en off. El caso es que en los momentos en que consigues centrarte en la película, dice cosas interesantes como por ejemplo “¿Quién necesitaría a Francia si no fuera por el Louvre?”. El problema es que cuando consigues mantener el interés en algo, en seguida te descentras de nuevo. El escuchar tan pronto hablar en ruso como en francés o en alemán tampoco ayuda. Es muy difícil engancharse a esta película. El hombre que estaba sentado justo delante de mi, decide abandonar la sala, una sala en la que ya definitivamente el número de personas despiertas somos minoría.

Sokurov destila melancolía y pasión por el arte. Asimismo, deja caer una queja al diferente trato que dieron los alemanes al Louvre, que lo respetaron, y el que dieron al Hermitage cuando arrasaron Leningrado. De hecho, una de las cosas que más me impresionaron de la película es el corto episodio en el que se narra el devastador paso de los nazis por la Unión Soviética. Ahí el director sangra, claramente.

A estas alturas ya no se si estoy viendo una película, un documental, o un video casero que ha montado Sokurov con sus reflexiones personales sobre el arte y la historia acompañado de imágenes. Poco importa, la verdad, pero quien pretenda catalogar a esta película con algún tipo de etiqueta pierde el tiempo. Es inclasificable. Hay imágenes reales y ficticias, la historia no tiene un comienzo ni un final, y desde luego hay que tener conocimientos de arte y de historia si quieres entender mínimamente lo que te muestra.

Sokurov es capaz de fascinarte durante cinco minutos al poco rato te das cuenta de que estás mirando el reloj para ver si falta mucho. Y es una putada, porque eres consciente de que hay mucho arte delante de ti, y que te estás perdiendo algo, pero no puedes evitar que tu mente se evada. “Francofonia”, no eres tu, soy yo. Lo nuestro es imposible. Me gustas pero no te amo.

De repente, la pantalla se pone roja y comienza a sonar una versión distorsionada del himno ruso. Poco a poco va cambiando el color de la pantalla, ahora se pone negro con puntitos grises. La música va cambiando y ahora ya no es el himno ruso sino una música de orquesta absolutamente preciosa. La pantalla ahora se tiñe de azul intenso. Y en el centro de ese azul poco a poco aparecen unas letras pequeñas. La palabra que aparece es “fin”. En cuanto aparece, toda la sala se levanta como los niños cuando oyen el timbre del recreo. Yo decido quedarme hasta los títulos de crédito. Pero no hay. Una película tan rara tenía que terminar de un modo raro. No hay créditos. Se encienden las luces. Ahora si, estoy solo.

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keizz
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4 de junio de 2016
15 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
A la hora de escribir este comentario las últimas noticias cuentan que, antes la crecida desmedida del Sena, de seis metros y medio, muchas de las obras del Museo del Louvre están siendo trasladadas para ponerlas a salvo. Paradojas de la vida que el hecho coincida con el estreno en nuestro país de “Francofonia”, que dicho sea de paso, se ha estrenado casi sin promoción y ni siquiera aparecía su cartelera en la página principal entre los estrenos de la semana.
Esta rareza es la última película de Alexandr Sukurov, un autor con muchos títulos en su filmografía, aunque no muy conocido en su totalidad y que por supuesto ni le suena al gran público. Su obra más “célebre” es “El arca rusa”, un virtuoso film a muchos niveles, sobre su fama reside en el apartado técnico.
“Francofonia” nace de un encargo del mismo Museo del Louvre. De entrada es admirable que se encomiende un proyecto a un autor, con plena libertad para ejecutarlo. Por ello, más que un documental al uso, es casi un film experimental, donde se cruzan imágenes documentales y ficción, rodadas en diferentes soportes y en un tono reflexivo, fiel a la línea de su autor.
En apariencia, en este caso no hay virguería técnica que deslumbre, incluso en algunas escenas se “incorpora” la banda de sonido. Su mérito, al menos para mí, reside en barajar la ficción y el documental, mezclando el pasado real, el ficticio y el presente. Si se consigue ver en una sala de cine bien equipada, se podrá apreciar el estupendo montaje de sonido que tiene, como se juega constantemente con ellos sin nunca acaparar un primer plano.
En ella el cuidado reina en toda la película. Me gusta desde sus actores, a su música, al laborioso trabajo fotográfico, su iluminación… pero creo que no llega a un estadio de perfección al que su autor hubiera podido llegar. Quizás por él ocupar “demasiada” presencia. Sus reflexiones en off son interesantes, así como lo que sucede en la historia que se nos narra. Pero él mismo se llega a preguntar si no estará hablando demasiado cansando al espectador. Creo que es un error momentáneo pero que deja al descubierto su “falsa” inseguridad, puede que para humanizar su propuesta ya que sabe que, a parte de arriesgada puede pecar de fría, justo lo contrario que se pretende transmitir. Y es que a quien le canse lo hará en el minuto uno, no va a resistir parte de la proyección a planteárselo cuando lo hace su director.
Aparte de todo esto, Sukurov no duda, es más, está convencidísimo de su elección, que es una de las cosas que más irrita a sus detractores, ya que también se podría entender como prepotencia o vanidad, que puede que también integren su carácter. No lo sé. Pero lo que sí sé es que su intención también me gusta. El señalar la importancia del arte, lo que se plantea y nos plantea me parece casi fundamental, aunque su resultado final parezca minimizarse.
Era John Landis quien recientemente comentaba, y con razón, la podredumbre del cine comercial actual, sin personalidad. Decía que si cambiabas los rollos de alguna película de efectos especiales el público ni lo notaría. Y es que el cine, tanto para subsistir como para renovarse, debe afrontar nuevos desafíos, investigar, contar de manera diferente, no trillar lo siempre, y para ello, aunque se insista lo contrario desde la producción, se requiere un autor. No digo que todo el cine a respetar deba ser de esta manera, en la variedad está el gusto, pero que al menos a los espectadores nos den la opción de, también visionar películas que no sean huecas y que nos pretender vender sí o sí. Hay que ser selectivo, decía también Landis, y es que entre tanto trailer “spoiler” hay películas que ni apetece ver en la tele, meros productos creados para facturar y que en poco tiempo pasan al saco del olvido cual juguete roto. Y este es el caso contrario.
Maggie Smee
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4 de junio de 2016
11 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
El corazón de la nación más potente del mundo hace tiempo que perdió dicha consideración. A lo mejor la geografía le sigue dando la razón, pero todo lo concerniente a la economía, demografía, política... no podía irle más en contra. La antaño bomba de sangre ahora no se sabe muy bien qué es exactamente; mucho menos a qué función obedece. Simplemente está ahí. Sigue en pie, que vista la tormenta que cayó, no es poco. Y es que la que en su día (nos remontamos un siglo en la máquina del tiempo) llegara a ser la ciudad que registrara un mayor ritmo de crecimiento en todo el planeta, ahora conocía la amargura de encabezar la dinámica más inversa. La culpa, como con otros muchos males de nuestro tiempo, era de la crisis, de su austeridad y de esas angustiosas y renovadas obsesiones por encontrar dinero de dónde fuera. Detroit se hundía y si no se hacía nada al respecto, desaparecería, sin siquiera dejar rastro de su existencia... Hasta que a algún iluminado se le ocurrió tomarla con el arte. Bingo, la capital histórica del motor había ido acumulando, a lo largo de los años, un patrimonio que había llenado, como en pocos otros sitios del mundo, sus museos. Y claro, ¿qué se iba a priorizar? ¿Las escuelas? ¿Los hospitales...? ¿O los cuadros?

Pues eso. En uno de los muchos -desesperados- intentos por reanimar la maltrecha salud de la ciudad, el ayuntamiento decidió desprenderse de lo que, a sus ojos, era poco más que una carga. Un lastre por el que, eso sí, se podía sacar una pasta gansa... y así, hasta que pasara el temporal. Al fin y al cabo, el arte se valora por aquello que los ricachones están dispuestos a pagar por él, ¿no? Pues... No. Porque de lo que se trata aquí, precisamente, es de saber mirar más allá de las fronteras en las que se nos ha enseñado a estar; de trascender las convenciones para hacer justicia al propio objeto de estudio. Olvidémonos, pues, de la perversión ésa del valor de mercado, y ya puestos, de todos aquellos mecanismos básicos a través de los cuales, dicen, se puede crear una película. Pongamos que a un loco le da por hacer un largometraje que pasa de la hora y media, y que para ello, tira de un único plano secuencia. En un un único (y gigantesco) escenario, con aproximadamente dos mil actores en escena, con tres orquestas tocando en directo y con el peso de más de más de trescientos años de historia sobre cada una de las treinta y tres salas en las que se compartimenta ese coloso de San Petersburgo llamado Hermitage.

Denso, ¿no? Bastante, sí, pero a la práctica, no tanto como cabía temer. Por la comentada secuencialidad en la narración, que le daba a la propuesta la fluidez que seguramente le faltaba sobre el papel, pero también por el sentido que Aleksandr Sokurov (el loco de marras) era capaz de darle al discurso. Para no complicarnos demasiado (que tampoco se trataba de esto), lo que quería 'El arca rusa', que así se titulaba aquella película, era darle cuerpo al pretexto, hasta convertirlo en el propio mensaje. En otras palabras, la belleza en la(s) forma(s) como la mejor (¿la única?) manera para homenajear ese templo, patrimonio de la humanidad, en el que converge todo el amor, odio y, en esencia, fascinación que se puede sentir hacia un pueblo o, ya puestos, hacia una cultura. En aquella ocasión, el protagonista de la historia era un diplomático francés que miraba a la Madre Rusia entre la sonrisa y el fruncimiento de ceño... En ésta, en la que ahora nos ocupa, tenemos a un cineasta ruso encerrado en su despacho, que se debate entre la francofilia y la francofobia, y que está peleado tanto contra los elementos como contra sí mismo, por aquello de acabar de darle forma a un film que, supuestamente, va sobre uno de los mayores monumentos de la nación (y la historia, claro está) francesa.

Del Hermitage al Louvre para llegar a 'Francofonia', en la que de nuevo es fundamental distinguir la fachada del interior, por mucho que una nos dé pistas sobre el otro... y viceversa. En esta ocasión, el virtuosismo se ha transformado en unas ganas desbocadas por experimentar con cualquier forma y formato. Tanto que a ratos no se sabe si estamos viendo una ficción documentalizada o un documental ficcionado. Seguramente ambas respuestas sean correctas, y seguramente esto sea cierto por la multiplicidad de caras que adquiere un relato que, no obstante, no se separa ni un milímetro de la línea recta que traza su autor. La recreación se estira hasta parecer documento histórico, como sucede, de hecho, con buena parte del arte expuesto en los pasillos del museo por que el que nos paseamos ahora. Sokurov no duda en meterse en los terrenos de la meta-cinefília, no por ego (bueno, no sólo por esto), sino más bien para dotar de argumentos y consistencia a un mensaje con el que difícilmente se puede estar en desacuerdo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
reporter
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2 de junio de 2016
14 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alexander Sokurov, director de la aclamada 'El arca rusa' (primera película rodada íntegramente en un plano secuencia), vuelve tras ganar el León de Oro en el Festival de Venecia por 'Fausto' con este acercamiento a la Segunda Guerra Mundial. Como no podría ser de otra manera en su autor, lo hace a través del arte, contándonos la relación profesional entre dos hombres que deciden colaborar para preservar el museo del Louvre a principios de los años 40.
Es innegable que la historia es apasionante, y que Sokurov la cuenta con cierta ironía y de una manera sentida y personal. Pero también es cierto que su narrativa me resulta soporífera y que a los diez minutos yo ya he perdido totalmente el interés y que en lo único que pienso es en que termine cuanto antes.
Supongo que los admiradores del director ruso no se sentirán decepcionados con esta película-ensayo, pero para el resto de mortales puede ser una experiencia bastante dura de soportar. A pesar de su breve duración de a penas una hora y media, Francofonia parece no tener fin. Multitud de imágenes de archivo, en diferentes formatos y calidades de imagen se mezclan con la ficción a la vez que una voz en off nos va narrando los acontecimientos, aportando además datos sobre la situación de la época y sobre la importancia de preservar el arte y los museos como parte fundamental en la historia de la civilización. Realmente lo que se dice es interesante y sabio, pero el cómo es sencillamente insoportable.
Esta nueva película de Sokurov es uno de los somníferos más potentes que existen, y yo pese a haber dormido perfectamente la noche anterior, estuve a punto de caer en sus efectos durante el pase de prensa a las 12 de la mañana. Luché por mantenerme despierto, y pese a que no fue en absoluto fácil, llegué hasta la palabra "Fin" sin dar ninguna cabezada.
Yo no soy nadie para negar el valor cinematográfico de esta película, y no lo haré, ya que a buen seguro, lo tendrá. Solamente quería exponer en esta crítica lo difícil que resultó para mí aguantarla. No creo que nos encontremos ante una mala película, ni mucho menos, pero simplemente no está hecha para mí (de hecho sospecho que serán muy pocos los que sean capaces de disfrutarla) o yo no he estado a la altura de lo que se me exigía como espectador. En resumidas cuentas, Francofonia es - y disculpadme por la vulgaridad- un coñazo.
Ferhood
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24 de noviembre de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
He leído por ahí que el film nace de un encargo del propio museo del Louvre. Sokurov, 65 años, autor donde los haya con el sambenito ni más ni menos de ser el heredero de Tarkovsky y que considera que el cine apenas esta empezando a ser arte hace de su capa un sayo y poniendo el inmortal museo en el centro cuenta lo que le da la gana y como le da la gana. Sus obsesiones sobre el arte, la especie humana, los conflictos de la guerra, su rusia natal...en un documental de ficción o en una ficción documental que probablemente es las dos cosas y ninguna a la vez. Cine personal con vocación universal en las manos y la mirada subyugante de un genio que va por libre y le da igual si lo odias o lo adoras.
Servidor acaba de descubrirle. Su obra, a excepción de las premiadas en algún festival recientemente es poco conocida y menos distribuida. En el "Arca rusa" (2002) ya le había metido mano al Hermitage. Eso sí, a su manera: una sola toma de 90 minutos. Su fascinación por la pintura en general es manifiesta.
Una de las cosas maravillosas del cine es que puede ser entretenimiento puro, duro y banal y el más sofisticado ensayo filosófico artístico sobre la esencia de cualquier cosa y ninguna desmerece a la otra.
Dice el subtítulo que "Francofonía" es una elegía por Europa. Lo es como muchas otras cosas que Sokurov va sugiriendo y que cada espectador procesa de forma individual en reflexiones, sensaciones y sentimientos difíciles, como la película, de clasificar. Puro cine.
ELZIETE
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