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Las hermanas Munekata

Drama Setsuko se siente desgraciada al lado de su marido, un ingeniero alcohólico y sin trabajo. Ella estuvo siempre enamorada de Hiroshi, aunque nunca llegaron a prometerse, porque él emigró a Francia. Ahora, que ha regresado a Japón, la hermana de Setsuko intenta unirlos de nuevo. El único problema es que ella también está secretamente enamorada de él. (FILMAFFINITY)
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Críticas 11
Críticas ordenadas por utilidad
20 de octubre de 2006
51 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ozu, con su imagen estática y plano genuflexo, consigue retratar la nostalgia. Se las arregla con ese estilo plácido y pequeñas anécdotas (nada de grandilocuentes dramas) para hablarnos con sinceridad del paso del tiempo, las diferencias generacionales, la posición de la mujer en la sociedad...

Apenas mueve la cámara (diferencia fundamental con Mizoguchi junto con el uso del primer plano, odiado por Mizoguchi y usado fenomenalmente por Ozu). Nada es gratuito en sus imágenes. Así, la primera vez que la cámara se traslada ligeramente (a los 15 mins.), vemos una lenta y corta panorámica con árboles en primer término y un templo al fondo, corta y lo siguiente son edificios modernos.

El “plano arrodillado” permitía a Ozu tener una perspectiva más amplia verticalmente. Y esto, que podría pasar por pura anécdota, lo usa el director magníficamente. Ese mayor espacio le sirve para componer el plano con infinidad de detalles. De esta forma el conflicto tradición-modernidad tan frecuente en él toma forma a partir de los objetos y de la distribución de los personajes. La puesta en escena le sirve para contar cosas y no emplear exclusivamente la palabra. Ozu compone el plano y lo estira; así las posturas, movimientos y posiciones de los personajes son información (el vestuario de las hermanas, el movimiento nervioso de una, la postura sumisa de la otra...). Mi desconocimiento de la cultura japonesa me impide disfrutar completamente de estos detalles, pero prefiero culparme a mí de ello y no a la película.

Con un montaje vertiginoso toda esa composición no tiene sentido. Ozu nos impone un “pause” y eso molestará a muchos. Además su ausencia de efectismos también es de alguna manera incompatible con el gusto actual por la velocidad y el exceso. Bien, son opciones en última instancia. Y no me atrevería a afirmar que todos a los que no les guste Ozu carecen de sensibilidad. En algunos casos sí, en otros no..., pero generalizar en cuestiones de este tipo exige un nivel de clarividencia del que carezco.

En todo caso no es de las películas de Ozu que más me ha gustado, echo en falta algo más de intensidad. Dentro, claro, del peculiar sentido que la palabra intensidad tiene en Ozu.

Tumbas y un tren al fondo. El tren pasa. Adiós.
Bloomsday
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13 de enero de 2007
31 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película inédita en España y poco conocida del maestro del cine japonés Ozu, toda una obra maestra absolutamente significativa del estilo del cineasta, con lo cual cabe calificar a "Las hermanas Munekata" de joya rescatada para el cinéfilo de las fauces de la bestia de la descatalogación.
Es la historia de las hermanas Munekata: una infelizmente casada con un ingeniero en paro que amargado no hace sino emborracharse; la otra, más joven y soltera, que quiere que su hermana abandone a su marido y vuelva con su antiguo novio. La hermana mayor es de ideas conservadoras, mujer asentada y que asume resignadamente su triste condición; la menor es más divertida, jovial y animosa.
Ozu coloca la cámara a ras de suelo y vuelve a adentrarse en el círculo de la familia, para hablarnos del leve fluir cotidiano, del inagotable valor de lo sencillo, del maravilloso valor de las pequeñas cosas, del sentido de la vida. Por ello cabe emparentarla con la grandiosa obra renoiriana "El río", con quien guarda un parentesco claro tanto por lo que dice por cómo lo dice. Magníficamente interpretada, es un exponente modélico de otra forma de hacer cine dentro de Japón, opuesta al gran Kurosawa (quien tiene paradojicamente en "Vivir", obra más cercana a Ozu que a sí mismo, una de sus cumbres) o al mixto Mizoguchi. Pero tres maestros, al fin y al cabo.
kafka
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10 de marzo de 2010
26 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Posguerra en Japón. Lo antiguo y lo moderno paseando por incomparables paisajes y viviendas donde susurran los espíritus del pasado y los aires del presente. Una simbiosis cultural de admirable armonía. Anuncios de Coca-Cola, luces de neón, locales con exóticos nombres occidentales, algunas casas decoradas al estilo europeo. Sin desentonar con los etéreos apartamentos de puertas correderas, mesas bajas, mobiliario funcional diseñado para los exquisitos modales japoneses, y paneles de papel en lugar de cristales, que translucen una luz tamizada y suave.
A un paso de esta mezcla, templos que podrían haber surgido de la tierra hace eones, con esa arquitectura grácil, atemporal, tan sumergida en el paisaje, que la línea entre lo natural y lo artificial se diluye.
Dos hermanas radicalmente diferentes. Setsuko, la mayor, tradicional, prudente, discreta, diligente. Soportando estoicamente un matrimonio desgraciado. Mariko, la menor, soltera, inquieta, habladora, descarada, algo infantil en sus maneras, impulsiva, divertida. Setsuko viste quimonos, tiene ese porte de dama nipona delicada y entrenada para dominar sus reacciones, y siente predilección por los monumentos ancestrales. Mariko viste a la europea, se peina a la moda, fuma cigarrillos, bebe alcohol de vez en cuando en el bar de su hermana, en el que trabaja. Dice lo que piensa sin contenerse, reacciona según le dicta su instinto, y le desagradan las cosas antiguas.
Setsuko regenta un bar para salir a flote, ya que su marido no tiene trabajo. Pero la fuente de sus problemas surge de más hondo, de la infelicidad de una pareja que no se ama.
Un amor de juventud perdido ronda y espera a Setsuko, con toda la paciencia del mundo, sin prisas, porque cuando se ama de veras el precio se paga con gusto aunque sea muy costoso y muy desalentador. Pero Hiroshi quiere pagarlo. Y Mariko quiere ayudar. Lo malo es que Setsuko tiene que superar muchos obstáculos.
Un matrimonio en ruinas, una hermana joven e impetuosa que presta su inestimable apoyo, un enamorado paciente, días de sol alegre y lluvias que se elevan por encima de las tribulaciones, y noches de suspiros de mujer y embriaguez de maridos fracasados que remojan las penas en el bar, ese sufrido confidente de las borracheras nocturnas.
Dos mujeres persiguiendo su destino, en un Japón donde despierta el optimismo que brota cuando los horrores recientes de la guerra se han retirado para su reposo eterno.
Ozu sabía cómo detener el tiempo y pintarlo mientras se deslizaba en sus bellas postales de la vida corriente.
Vivoleyendo
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18 de diciembre de 2009
20 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hiroshi Tashiro (Ken Uehara) es un reloj de arena, pero tiene el cuello tan estrecho que ni siquiera un fino grano de arena puede pasar por el orificio de un bulbo al otro. Cualquiera diría que es un reloj fallido. Pero no lo es. Es el reloj de los que esperan sin mirar el tiempo. De los que sueñan despiertos. O de aquellos que se dicen enamorados... como Hiroshi Tashiro:

- Setsuko, te estaré esperando. Te esperaré hasta que
estés preparada. Siempre.

(Tic, tac...)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chagolate con churros
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15 de mayo de 2020
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Saca la lengua... a la vida, a la muerte, a todo, la niña.
Como si a Dostoievski lo hubieran metido en un congelador a charlar con Rohmer. Pasiones hieráticas en un mundo de códigos firmes que se están desmoronando.
Como si anticiparan a Murakami, regentando un bar de jazz visitado por perdedores en un Japón incrustado entre el pasado y el futuro, arrebatado por una modernidad doliente, cosmopolita, vendible, contaminado por un occidente nada inocente, soñado, deseado, dudoso.
El eterno y famoso conflicto/choque/colisión del Japón posterior a la segunda guerra mundial entre las viejas tradiciones y los nuevos tiempos, esa fractura que hace temblar a estos personajes tan humanos, frágiles y bien elegidos.
Tres hombre y tres mujeres.
(Spoiler)
El padre moribundo que recorre la historia como un río subterráneo que da un fondo fúnebre, esencial, elevado a esta película tan delicada, jocunda y bella. Esa enfermedad terminal que en la mayoría de las películas que hoy (y antes también, aunque menos) nos asolan sería el único tema posible, pasto de todo tipo de sensiblerías, discursos, lloros y horrores, y que aquí es despachada con una facilidad que admira, como si fuera algo banal, ordinario e inevitable; lo que prueba que hay un autor con personalidad y criterio, impermeable a groseras demagogias o necios sentimentalismos.
El marido perdido, de comportamiento atroz, pero tan bien explicado que a pesar de sus felonías le entiendes y hasta le perdonas en su colosal derrota, abismal fracaso que hace de un ser aparentemente bueno, inteligente y sensible un tipo acorralado que se revuelve malamente, de forma dolida y miserable, pero que siempre, hasta el final, mantiene una cierta dignidad que le redime de algún modo.
Y el hombre perfecto. Rico, bueno, guapo, listo y generoso. El terror de las nenas que aquí tiene, más o menos, a tres enamoradas bebiendo los vientos por él. De tan ideal, se nos va a romper. De tan príncipe de cuento se nos deshace entre las manos y se nos diluye como una mota de polvo en el viento.
Y las mujeres. Vaya mujeres. La fierecilla indomable, diablilla de constantes tramas y manejos, rebelde, impetuosa, maliciosa y de teatrales exhibiciones (maravillosas todas las escenas en las que la malvada chicuela teatraliza el diario de su hermana, en general todas las que protagonizan a solas ella, tan graciosa, ingeniosa y alegremente perversa, y el siempre sonriente, paciente y agradecido buen hombre). La abnegada, sacrificada y bondadosa hermana mayor entregada a las reglas y honores. Y la foránea agente de bolsa, femme fatale que aquí solo hace de comparsa, aparece de pascuas a ramos, y es un personaje bastante misterioso al que se echa de menos que tuviera una mayor participación en los hechos.
Hay un doble juego de espejos; entre las dos hermanas, la joven, más caprichosa, voluble y juguetona, muy graciosa, entregada a los cambios y nuevos modos (seguramente perecederos como le indica su hermana) frente a la mayor, más seria, responsable y fiel, menos alegre, anclada, agarrada a un pasado que considera siempre nuevo, a unas costumbres que son para ella todo el sentido; y entre los dos hombres, el marido como perdedor corrompido y un tanto fullero, y el otro, santo inocente que todo lo comprende y siempre lo mejor ofrece.
La película es deliciosa, sabiamente tenue, tierna, que a veces zigzaguea jocosamente y casi te pierdes; entre la comedia alegre y coqueta, el drama moral elegiaco, la conversación pistonuda y la hermosa observación de la vida, la muerte y el paso del tiempo. Sorprende por su minuciosidad imprevisible siempre, por su libertad narrativa y su sabia combinación de rigor y juego.
Como posible falla, si la tuviera, habría que señalar un cierto primitivismo esquemático en la explicación de algunas situaciones, en la resolución un poco abrupta y no muy bien explicada de ciertas escenas, y una dudosa a veces ordenación de ciertos hechos que quizás pequen de redundantes o innecesariamente extensos.
Pero gana por mucho lo bueno, la riqueza argumental, la inteligencia de la mirada, la observancia precisa del delicado alboroto de la vida en su trascurrir ignoto, indeterminado, caóticamente hermoso.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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