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Kinski Paganini

Drama Kinski pensaba que había tenido experiencias similares en su vida a las que tuvo Niccolo Paganini 'El Diablo del Violín', quien hizo caer a la Europa del siglo XIX en un frenesí musical, y a través de cuya personalidad Kinski ofrece una profunda y sincera visión de su propia vida: una vida llena de extremos. (FILMAFFINITY)
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
20 de mayo de 2009
24 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el exquisito y singular libro "Paganini", del escritor argentino Ezequiel Martínez Estrada, leemos:

"La salud de Paganini abarcaba únicamente los órganos aplicados a la composición y a la ejecución de la música, y un largo, interminable ejercicio había fortificado ese sistema en detrimento de todo el material fisiológico accesorio".

Klaus Kinski simboliza extemporalmente la figura de ese hombre contrahecho, que provocaba éxtasis y odio, amor y lástima, furia y veneración. Dirigió esa película como un poseso que se entrega al ejercicio de su droga. Cuando estuve en Buenos Aires, hace poco, y compré el libro de Martínez Estrada y la película de Kinski, sospeché que esta no podría ser apreciada sin leer aquel previamente.

Y en verdad, así pareciera ser. Las actitudes grotescas del mago genovés, encarnadas de manera punzante por Kinski, se entienden mejor si repasamos algunas de las opiniones de contempóráneos de Paganini, recogidas por el argentino en su obra:

"Su cuerpo íntegro se adaptaba más estrechamente al violín que, trabajado tanto como sus músculos y nervios, viene a ser uno de sus órganos...Desarticulando sus miembros, hipertrofiando su cerebro; fijando las condiciones fisiológicas de toda su existencia, él persigue lo imposible, en técnica, hasta sus últimas consecuencias." (Reneé de Saussine; "Paganini, le magicien")

La película es el documento de un hipertrofiado acerca de un muerto-vivo que manifestó en su arte el divino horror de los límites de lo humano.
Karlés Llord
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27 de julio de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kinski cumplió, dos años antes de morir, su sueño de realizar una película sobre (según él mismo) su alter ego Paganini. Una película que resulta una vorágine demencial de impulsos, un ser poseído delante y detrás de las cámaras, que se muestra a sí mismo pero con diferente identidad.

Rozando lo pornográfico, una maraña de imágenes sin nexo cronológico ni argumental aparente se suceden en compañía del incesante sonido de violín que impregna todo el metraje. Y es que el único diálogo que importa, el único discurso que destaca es el emitido por el propio violín que, incansable, recorre toda la vida de Paganini hasta el mismo final.

De entre el caos reinante, sobresalen tres escenas impresionantes. Una de ellas es la que sirve de introducción, de alguna manera, con un teatro a rebosar, con los palcos dorados brillando entre el tenebrismo reinante en toda la obra, con un Kinski que asoma o acaso se intuye entre las sombras. La otra, donde el maestro se detiene ante el niño que pide en la calle tocando el violín sin mucho éxito, colosal. Para terminar, el propio final, la agonía, el virtuosismo, la demencia, la psicosis; un demonio que llama a las puertas del infierno, siempre dentro del estilo tenebroso y barroco reinante. Todo está envuelto en un manto de oscuridad, solo sirve de guía la luz de una vela.
Hanshiro Tsugumo
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21 de febrero de 2019
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un texto muy cuidado, una impresionante fotografía y una excelente selección musical conforman las notas de autor de una obra singular.
Su estilo narrativo vigoroso, sus escenas vehementes y sus planos comprometidos establecen el contexto en el que K. Kinski (1926-1991), N. Paganini (1782-1840) y un violín pugnan por el protagonismo que creen merecer.
Pero también el demonio exige notoriedad y, ante él, no cabe el disimulo.
Película psicológica, poderosa, humana, vital, concupiscente, lasciva y carnal.
Y, al mismo tiempo, cadavérica y pálida como la luz de esas velas que quieren convertir en fantasmas todo cuanto se encuentra alrededor.
La estética del mal se apodera de la pantalla y sucumbir a su embrujo es sólo cuestión de tiempo.
ABSENTA
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28 de junio de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su libro de memorias Klaus Kinski se definió a si mismo como la rencarnacion de Niccolo Paganini, su obsesion por el genio del violin le llevo a escribir, dirigir, editar y por supuesto protagonizar junto a su mujer de ese momento y su hijo, este biopic que seria su testamento cinematográfico, siendo la ultima película que haría antes de su muerte y sin lugar a dudas la película que mejor define su propia personalidad.

Basandose en su propia persona y experiencias Kinski crea un retrato de Paganini a través de una sucesión de imágenes que rozan lo pornográfico, acompañadas por la música del genio creando momentos de puro extasis en los que la música y el sexo se funden como si fueran parte de una misma cosa.

La película muestra a un hombre atrapado en si mismo que solo es capaz de ver el mundo a través de su propio arte.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Mike Garcia
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31 de mayo de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Terminando de ver “Paganini” (1989) de Klaus Kinski con Klaus Kinski, Debora Caprioglio, Nikolai Kinski, Dalila Di Lazzaro, Tosca D'Aquino, Eva Grimaldi, entre otros. Drama ítalo-francés que sigue al “violinista poseído por el demonio”, Niccolò Paganini, virtuoso a quien muchos consideran como uno de los mejores de todos los tiempos, por lo que el relato se basa en su vida y carrera; así se rastrea su pasado y se predice su futuro trágico; y mientras la música inunda los teatros, el genio revive su vida maldita, sus pasiones, el dinero, y sobre todo las mujeres, quizás incluso antes que la música en sí, con la que tuvo una relación violenta y le causó problemas de justicia; como la relación con la cantante Antonia Bianchi, de quien nació Achille, el hijo que amó como tal vez nadie más… Aquí, Klaus Kinski produce, dirige, escribe y actúa esta película porque creía que vivió las mismas experiencias que el legendario “violinista diabólico”, quien puso en frenesí a toda la Europa del siglo XIX, y a través de cuya personalidad, Kinski ofrece una visión increíblemente profunda y honesta de su propia vida llena de excesos; pues Kinski sintió que él y Paganini habían llevado vidas similares, y ambos dieron actuaciones “demoníacas” en sus propios campos que a menudo provocaron una gran controversia. El indomable Klaus Kinski, debuta como director en este desenfrenado y frenético filme, que destila Kinski por sus 4 costados, dándole un tono absoluto de su persona a la obra, y como en pocas, lo veremos como un elemento muy transmisor de emociones, ya que el rostro de Kinski es un poema de sufrimientos, tormentos, excesos, bohemia, genialidad y locura; y simboliza ex temporalmente la figura de ese hombre contrahecho, que provocaba éxtasis y odio, amor y lástima, furia y veneración; siendo capaz de reclutar a su esposa e hijo reales para completar el elenco. El relato roza lo pornográfico, con una maraña de imágenes sin nexo cronológico ni argumental aparente, por lo que divaga en la historia, no se sabe qué está ocurriendo la mayoría del tiempo, carruajes que no se sabe a quién transporta, y caminantes que no se sabe hacia dónde van… y es que como producción, el filme tiene una pésima edición, muy mala iluminación, tal vez ese es el peor defecto, y las innecesarias y gratuitas escenas de sexo que están metidas a la fuerza, para dar algo de emoción a un relato tremendamente atropellado y aburrido, lo peor es que esas escenas son muchas, como mucho es el uso de la banda sonora del violinista Salvatore Accardo, que al final deja al espectador en estado catatónico. Sin olvidar algunas de las escenas filmadas en interiores, particularmente en el teatro, que tienen una sensación extraña y surrealista, muy a la vista de Kinski para filmar sin ningún tipo de iluminación eléctrica y a menudo utilizando solo la luz de las velas. Y puede que los paralelos entre Kinski y Paganini sean misteriosos y más que una coincidencia, pues ambos estaban obsesionados por las jóvenes, cuanto más joven, mejor; fueron y son considerados como genios en sus respectivos campos; dieron actuaciones apasionadas, hasta el punto de ser considerados como “demoníacos” por naturaleza; hicieron enormes sumas de dinero, pero inevitablemente lo desperdiciaron; y ambos tuvieron hijos ya muy tarde en la vida, a los que adoraban. Y puede ser que lo más importante de la propuesta es que Kinski retrata a Paganini como la cáscara del sufrimiento de un ser humano; nunca está satisfecho con nada, y con demasiada frecuencia, se deja insatisfecho, muerto espiritualmente… y la película lo muestra como un hombre atrapado en sí mismo, que solo es capaz de ver el mundo a través de su propio arte. Paganini vale entonces no tanto como película sino como testimonio del interior complejo y atropellado de una salamandra irrepetible y caótica. Pero esto es mucho Kinski, tal vez demasiado, y poco o nada de Paganini. No es casual que esta película se conozca también como “Kinski Paganini” la última película de este monstruo de la actuación, antes de su muerte en 1991.
NO RECOMENDADA.
NO tendrá nota en Lecturas Cinematográficas
http://lecturascinematograficas.blogspot.com/
Alvaro Zamora Cubillo
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