El precio de la gloria

Cuesta ser crítico con uno de los directores más grandes que han existido jamás, pero es que esta película bélica es de todo menos bélica. Es una historia sobre el enfrentamiento de dos hombres, el capitán Flag y el sargento Quirt, en medio de la primera guerra mundial en Francia, pero de guerra se ve poco. Y cuando hablo de enfrentamiento me refiero a la competitividad mas infantil, poniendo cruces en el suelo para posteriormente pelear a puñetazos.
El precio de la gloria es en realidad una historia de amor sin amor o una comedia sin comedia. Le falta profundidad a todos los personajes y el resultado es flojo. No importa que John Ford este detrás de la cámara o que delante este el gran James Cagney. La película es bastante simplona, simpática en según que tramos, pero poco más. Y aun con todo, el Ford mas flojo, es mucho mejor que otros tantos directores endiosados en los últimos tiempos.

Lo que más admiro de Ford, es su clasicismo y sencillez narrativa, su inmunidad a contaminaciones intelectuales, su mirada limpia en los personajes, su modestia y humildad a la hora de hablar de sus películas, la humanidad de sus héroes. Siempre creyó en la elocuencia de las imágenes sin palabras, aprendida de Griffith, y en la superioridad de éstas sobre el mero diálogo.

Aquí dirige una daptación de una obra teatral – bastante famosa en su tiempo – de Maxwell Anderson y Laurence Stallings, que fue llevada al cine en 1926 de la mano de Raoul Walsh, “What Price Glory?” ofrece numerosas variantes en relación con el original y con su primera versión cinematográfica. Sobre esta segunda de John Ford, habría que decir que, en principio, la pretensión del Estudio Fox y del productor Sol C. Siegel era convertirla en un musical. Con los guionistas Phoebe y Henry Ephron, Ford la transformó no en el musical que inicialmente habían pensado Siegel y la Fox sino en una mezcolanza de comedia y drama, con dos o tres canciones. Según contó Lewis MIllestone, cuando acabó el film, Ford le dijo a Zanuck, el magnate de la Fox: “Si quieres canciones, las incluyes tú”, y se marchó.

Los tres personajes centrales del film son un oficial (el capitán Flagg: James Cagney), un suboficial (el sargento Quirt: Dan Dailey) la hija del dueño del bar de un pequeño pueblo francés a la que le gusta coquetear con los soldados (Charmaine: Corinne Calvet). Los dos hombres, separados por un feroz antagonismo y unidos por el respeto que cada uno tiene por la capacidad militar del otro, flirtean con Charmaine, lo que da lugar a una curiosa relación triangular que, finalmente, la guerra se encarga de resolver cuando ambos deciden dejar a la chica a cambio de ir a pelear con la tropa al frente. En el fondo de esa relación hay un cinismo y una acidez crítica que se advierten sobre todo en los diálogos y apuntan tanto para el ejército como hacia las relaciones humanas. Sin embargo, Ford se dedica a limar asperezas desde el principio, situando el enfrentamiento de los dos hombres en el terreno de una amistad viril mantenida a base de compartir el mismo amor por el alcohol y los puñetazos (anticipando lo que sería 10 años más tarde, Wayne y Marvin en “La taberna del irlandés”).

La película podría interpretarse como un melodrama en el que se interfieren elementos de comedia, pero también como una comedia en la que se interfieren elementos melodramáticos: hay espacio para el humor (las relaciones de los dos personajes masculinos) y para el dolor (los efectos de la guerra sobre soldados y mujeres). Destacar la estupenda fotografía en un color con reminiscencias pictóricas y la puesta en escena lúcida, sobria y clásica de Ford.

Filme que narra la vida de unos soldados y las diversas vicisitudes que les suceden en época de guerra: Amores, muerte y borracheras...

Insufrible y extremadamente mediocre filme perpetrado por John Ford, el cual en esta ocasión ( extraño en él ) no domina el ritmo, la dirección de actores, ni el desarrollo dramático de la obra. Ciertamente, la bajísima calidad del guión no posibilitaba mejor resultado.

Sólo apta para estudiosos del cine de Ford, los cuales encontrarán durante el metraje fugaces destellos del mismo.

Las películas de Ford son de grandes empresas, como la guerra. En esta película, Ford aporta como siempre bellísimas imágenes, personajes torturados con el apego clásicos al valor y al deber, el buen humor que no debe faltar entre las amistades y, por supuesto, la historia de amor. Elementos varios que manejó como nadie para volver épica la historia.
La historia es cuestionable desde los puntos que se quiera, el caso es que es efectiva lo justo, las escenas de valor se suceden y por supuesto, funcionan. No hay más que ver al soldado herido saliendo del cobertizo donde llueven las bombas, queriendo seguir a su Compañía y quedando arrodillado sobre el rojo fondo de la puerta. Ese deseo de acudir al frente con los camaradas se repite luego entre los protagonistas y otro oficial; ni más ni menos que el deber sobre todas las cosas.
El complejo de superioridad de los americanos es también una característica muy fuerte, por lo menos en este caso, y Ford lo explota al máximo. Recalca a USA como un país que viene de estar en todas las guerras habidas y en todos los lugares del mundo y lo hace justo situando la acción en Europa, que para qué hablar…
La historia centra a una mujer entre el deseo de dos amigos, dos camaradas que parecen que llevan entre batallas toda la vida y se refieren a China para afirmarlo. Será así. Llegado aquí, un soldado herido, consumido por el dolor, les recrimina que falten héroes y los dos se preguntan si ése es el precio de la gloria, o sea, ser héroes, arriesgar la vida para serlo. La película juega con los sentimientos de los personajes e implica a los del propio espectador.

Obra teatral antibelicista de Maxwell Anderson y Laurence Stallings que ya había sido llevada al cine muchos años antes y con mejor fortuna por Raoul Walsh.

Esta adaptación de John Ford resulta en su conjunto demasiado caricaturesca e insustancial, deparando un insípido mejunje de acción bélica cutre, humor no muy inspirado con algún momento de slapstick, alguna que otra canción no demasiado memorable, y romance con triángulo amoroso en el que caben el enfrentamiento y la amistad.

Uno de los menos destacados films de Ford que no obstante contiene varios épicos y notorios pasajes musicales de Alfred Newman, además de alguna enérgica interacción entre James Cagney y Dan Dailey, quienes se zurran de lo lindo marcando territorio con una tiza, al margen de degustar sin medida vino francés ante la presencia de una hermosa Corinne Calvet, cuya estética recuerda mucho a la de Rita Hayworth.