Million Dollar Baby
168.403
Drama
Después de haber entrenado y representado a los mejores púgiles, Frankie Dunn (Eastwood) regenta un gimnasio con la ayuda de Scrap (Freeman), un ex-boxeador que es además su único amigo. Frankie es un hombre solitario y adusto que se refugia desde hace años en la religión buscando una redención que no llega. Un día, entra en su gimnasio Maggie Fitzgerald (Swank), una voluntariosa chica que quiere boxear y que está dispuesta a luchar ... [+]
31 de enero de 2007
250 de 282 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hay un artista en la actualidad que ha sido capaz de abandonar su rol de icono como actor y sustituirlo por una carrera estelar como director, ése es Clint Eastwood. Atrás quedan sus primeros pinitos, los spaghetti-western de Sergio Leone, y atrás, las violentas entregas del personaje que más éxito le reportó, el fascistoide Harry, aquel símbolo machista de la era nixoniana que profería lindezas del tipo… disparar sobre los que hay que disparar está muy bien, si alguien está contra el sistema ése soy yo, pero mientras no se encuentre algo mejor, lo defenderé. Con 74 años de edad, tal vez Clint Eastwood lo haya dicho casi todo como intérprete, pero gracias a Million Dollar Baby, su carrera como director atraviesa por un momento esplendoroso.
Todavía recuperándonos de las convulsas aguas de un río, nos adentramos ahora en las cuerdas de un cuadrilátero que, en vez de captar y atraer nuestras miradas hacia el deporte, lo hacen sobre la vida de dos perdedores en fases terminales diferentes: uno rehecho, Scrap (un nuevo y excelente secundario para Morgan Freeman), y otro, Frankie, en busca de redención. Una familia, pupilo y entrenador, símbolo de la lealtad entre amigos, que ve en Maggie Fitzgerald (Hillary Swank camino de su segundo Oscar) la luz necesaria para rellenar y ampliar el cuadrilátero de sus almas. Lo que empieza siendo una simbiosis entre Karate Kid y Rocky se irá convirtiendo en la obra trascendente que John Huston no pudo (o no supo) alcanzar con Fat City (1982).
Una toalla que no fue lanzada sobre la lona a tiempo, un ojo a la virulé, un sacerdote que arenga a su fiel durante más de dos décadas, un entrenador de boxeo que cultiva su tiempo libre leyendo a Yeats, la magia de una palabra de orígenes irlandeses, el vacío que deja la ruptura con una hija, las ilusiones provocadas por la irrupción de una luchadora, de una nueva candidata a la derrota, de un patito feo. Los detalles son los que hacen grande a un artista, y la última obra maestra de Eastwood (tras Sin Perdón y Los puentes de Madison) los tiene a patadas. Posee la narración omnipresente del cine clásico, ésa que colocaba al espectador en el punto de vista óptimo de cada plano. Con cada película, Eastwood se siente más capacitado, más autor. Su puesta en escena, la composición y el montaje, se combinan plácidamente en un viaje que terminará siendo, inevitablemente comparado, con Mar adentro. A diferencia de Amenábar, Eastwood construye su fábula moral sobre cimientos de elevada solidez, de vasta sinceridad y humanidad que no le impiden hacer gala de un irónico humor, eso sí, elevándose sobre el género y dotando a su estilo de una madura sencillez cercana a los clásicos Walsh y Capra. En este caso, el individualismo heroico se enfrenta a las circunstancias ajenas que lo conciernen, y el resultado no se lo concedo más que a ustedes.
Todavía recuperándonos de las convulsas aguas de un río, nos adentramos ahora en las cuerdas de un cuadrilátero que, en vez de captar y atraer nuestras miradas hacia el deporte, lo hacen sobre la vida de dos perdedores en fases terminales diferentes: uno rehecho, Scrap (un nuevo y excelente secundario para Morgan Freeman), y otro, Frankie, en busca de redención. Una familia, pupilo y entrenador, símbolo de la lealtad entre amigos, que ve en Maggie Fitzgerald (Hillary Swank camino de su segundo Oscar) la luz necesaria para rellenar y ampliar el cuadrilátero de sus almas. Lo que empieza siendo una simbiosis entre Karate Kid y Rocky se irá convirtiendo en la obra trascendente que John Huston no pudo (o no supo) alcanzar con Fat City (1982).
Una toalla que no fue lanzada sobre la lona a tiempo, un ojo a la virulé, un sacerdote que arenga a su fiel durante más de dos décadas, un entrenador de boxeo que cultiva su tiempo libre leyendo a Yeats, la magia de una palabra de orígenes irlandeses, el vacío que deja la ruptura con una hija, las ilusiones provocadas por la irrupción de una luchadora, de una nueva candidata a la derrota, de un patito feo. Los detalles son los que hacen grande a un artista, y la última obra maestra de Eastwood (tras Sin Perdón y Los puentes de Madison) los tiene a patadas. Posee la narración omnipresente del cine clásico, ésa que colocaba al espectador en el punto de vista óptimo de cada plano. Con cada película, Eastwood se siente más capacitado, más autor. Su puesta en escena, la composición y el montaje, se combinan plácidamente en un viaje que terminará siendo, inevitablemente comparado, con Mar adentro. A diferencia de Amenábar, Eastwood construye su fábula moral sobre cimientos de elevada solidez, de vasta sinceridad y humanidad que no le impiden hacer gala de un irónico humor, eso sí, elevándose sobre el género y dotando a su estilo de una madura sencillez cercana a los clásicos Walsh y Capra. En este caso, el individualismo heroico se enfrenta a las circunstancias ajenas que lo conciernen, y el resultado no se lo concedo más que a ustedes.
18 de junio de 2006
169 de 203 usuarios han encontrado esta crítica útil
Protagonizada y dirigida por Clint Eastwood, es la 58 película que protagoniza y la 27 que dirige. Se basa en una novela corta de F. X. Toole, adaptada por Paul Haggis. Se rodó en LA, Las Vegas y en los Burbank Studios, con un presupuesto estimado de 30 M dólares. Nominada a 7 Oscar, ganó 4 (película, director, actriz y secundario). Obtuvo 2 Globos de oro y otros premios. Se estrenó en cines el 28-I-2005.
La acción principal tiene lugar en LA, a lo largo de unos 2 años, en torno a 2004, pese a claras intenciones de intemporalidad. Narra la historia de Frankie Dunn (Eastwood), de unos 70 años, antiguo entrenador de grandes púgiles, de origen irlandés, católico, anticuado, lacónico y solitario. Vive encerrado entre las paredes del gimnasio "Tip Hit", que comparte con Eddie Scrap (Morgan Freeman), antiguo pupilo y viejo amigo. Frankie vive atormentado por la separación de su hija, de la que no tiene noticias (le devuelven todas las cartas que le envía) y por sentimientos de culpa derivados de hechos pasados no explicados. Un día se presenta en el gimnasio Maggie Fitzgerald (Hilary Swank), camarera, de 31 años, empeñada en que Frankie la entrene, a lo que éste se niega.
La película es una obra de dos personajes profundamente humanos, maltratados por la vida, solitarios y rudos, que se convierten en protagonistas de una relación de intenso amor paternofilial. Gracias a éste, Frankie se encuentra a si mismo y Maggie logra su propósito de ser estimada y triunfar. Eddie Scrag, narrador de los hechos, los explica con pasión y socarronería. De su mano el film se adentra en el mundo de los sentimientos humanos (amor, devoción filial, compasión, amistad, fuerza de voluntad, espíritu de lucha, escrúpulos, búsqueda del perdón, etc.). No es una obra superficial: es compleja porque explora el alma del ser humano. El realizador busca una elevada calidad formal (sonido, imagen y palabra), en el contexto de una gran sobriedad. Realismo, descripción de personajes, exploración de sentimientos, sobriedad de formas, equilibrio entre fondo y forma, intemporalidad de los hechos y otras características hacen de la película una obra de inequívoca concepción clásica, alejada de eclecticismos y barroquismos posrománticos.
La música, de Eastwood, aporta excelentes composiciones de violín y solos de guitarra y de piano, que se hacen presentes con intensidad moderada. La fotografía presenta encuadres de magnífica composición y gran belleza. Predominan los ambientes interiores, de escasa luz, a tono con la melancolía del relato. El guión combina un aire general desesperanzado y triste, con momentos irónicos (discusiones de Frankie y Scrap y de aquél con el cura). Las interpetaciones se acercan a la perfección. La dirección deja en manos de la espontaneidad gran parte del rodaje, realizado con numerosas tomas únicas.
Película de concepción clásica, profunda, realista y sobria, que invita a la reflexión.
La acción principal tiene lugar en LA, a lo largo de unos 2 años, en torno a 2004, pese a claras intenciones de intemporalidad. Narra la historia de Frankie Dunn (Eastwood), de unos 70 años, antiguo entrenador de grandes púgiles, de origen irlandés, católico, anticuado, lacónico y solitario. Vive encerrado entre las paredes del gimnasio "Tip Hit", que comparte con Eddie Scrap (Morgan Freeman), antiguo pupilo y viejo amigo. Frankie vive atormentado por la separación de su hija, de la que no tiene noticias (le devuelven todas las cartas que le envía) y por sentimientos de culpa derivados de hechos pasados no explicados. Un día se presenta en el gimnasio Maggie Fitzgerald (Hilary Swank), camarera, de 31 años, empeñada en que Frankie la entrene, a lo que éste se niega.
La película es una obra de dos personajes profundamente humanos, maltratados por la vida, solitarios y rudos, que se convierten en protagonistas de una relación de intenso amor paternofilial. Gracias a éste, Frankie se encuentra a si mismo y Maggie logra su propósito de ser estimada y triunfar. Eddie Scrag, narrador de los hechos, los explica con pasión y socarronería. De su mano el film se adentra en el mundo de los sentimientos humanos (amor, devoción filial, compasión, amistad, fuerza de voluntad, espíritu de lucha, escrúpulos, búsqueda del perdón, etc.). No es una obra superficial: es compleja porque explora el alma del ser humano. El realizador busca una elevada calidad formal (sonido, imagen y palabra), en el contexto de una gran sobriedad. Realismo, descripción de personajes, exploración de sentimientos, sobriedad de formas, equilibrio entre fondo y forma, intemporalidad de los hechos y otras características hacen de la película una obra de inequívoca concepción clásica, alejada de eclecticismos y barroquismos posrománticos.
La música, de Eastwood, aporta excelentes composiciones de violín y solos de guitarra y de piano, que se hacen presentes con intensidad moderada. La fotografía presenta encuadres de magnífica composición y gran belleza. Predominan los ambientes interiores, de escasa luz, a tono con la melancolía del relato. El guión combina un aire general desesperanzado y triste, con momentos irónicos (discusiones de Frankie y Scrap y de aquél con el cura). Las interpetaciones se acercan a la perfección. La dirección deja en manos de la espontaneidad gran parte del rodaje, realizado con numerosas tomas únicas.
Película de concepción clásica, profunda, realista y sobria, que invita a la reflexión.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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21 de septiembre de 2007
126 de 152 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé muy bien por qué... O, mejor dicho, sí lo sé. El caso es que evoco un recuerdo que no sé si viene mucho al caso, aunque creo que sí.
Durante muchos años hubo en mi pueblo un médico de esos excepcionales, de ésos de los que te encuentras tal vez uno entre miles. Y no porque fuera un hacha de la medicina (y que conste que era un profesional más que respetable), sino por su extraordinaria calidad humana.
Creo que no había nadie en el pueblo a quien él no conociera y apreciara, y la gente le tenía verdadera devoción.
Su dulzura y su preocupación por la gente trascendían aquella bata blanca y le conferían el aura de un ángel en la tierra. Era uno de esos seres bienhechores que parecía venido al mundo desde una dimensión distinta de la que proceden los seres destinados a derramar bondad. Sólo con su presencia las penas se volatilizaban como por ensalmo y ya parecía que los males eran menos. Los niños no le temían (al menos para mí era el único médico que conocí siendo pequeña, que no me inspiraba temor) y creo (al menos hablo por mí misma y por otras muchas personas que le conocieron) que era uno de los hombres más amables y gentiles sobre la faz de la tierra. Tan dulce y afable como firme y tenaz, sabía transmitir la pasión que sentía por el bienestar de quienes le rodeaban. Él no tenía pacientes en el sentido estricto de la palabra; todos a los que él trataba pasaban a formar parte de aquella gran familia que casi sin advertirlo él formó a su alrededor.
Como el gran hombre que era, se implicaba emocionalmente hasta el extremo de que nunca se acostumbró a presenciar la muerte ni el dolor. Más de cuarenta años de dedicación no le enseñaron a reprimir el llanto ni el dolor cada vez que perdía a alguien, cada vez que presenciaba el sufrimiento, cada vez que la muerte le ganaba la mano y se llevaba, probablemente por enésima vez, un fragmento de su maltrecho corazón.
Y eso fue lo que finalmente se lo llevó para siempre cuando aún no era viejo. Su corazón no resistió tantos desahucios. Nunca dejó de penar por sus semejantes. Se implicaba de tal forma en cada caso, que se le iba media vida. Creo que nunca le abandonó la culpa o la impotencia, a pesar de que él repartía paz a manos llenas.
Como podréis imaginar, el pueblo lo adoraba. Cuando él se fue, su recuerdo perduró y se le rindieron homenajes. Hoy día, a diez años de su muerte, vuelvo a pensar en él y pienso que es un milagro que de vez en cuando se dejen caer personas así en este mundo necesitado de milagros.
Si me ha dado por recordarle, es porque pienso que todo el que trabaja con seres humanos, todo el que se dedica a ellos en alguna forma, si tiene el suficiente corazón se va viendo tan involucrado y tan unido afectivamente, que ya no puede distinguir dónde acaba lo profesional ni dónde empieza lo personal.
Sigo en el spoiler.
Durante muchos años hubo en mi pueblo un médico de esos excepcionales, de ésos de los que te encuentras tal vez uno entre miles. Y no porque fuera un hacha de la medicina (y que conste que era un profesional más que respetable), sino por su extraordinaria calidad humana.
Creo que no había nadie en el pueblo a quien él no conociera y apreciara, y la gente le tenía verdadera devoción.
Su dulzura y su preocupación por la gente trascendían aquella bata blanca y le conferían el aura de un ángel en la tierra. Era uno de esos seres bienhechores que parecía venido al mundo desde una dimensión distinta de la que proceden los seres destinados a derramar bondad. Sólo con su presencia las penas se volatilizaban como por ensalmo y ya parecía que los males eran menos. Los niños no le temían (al menos para mí era el único médico que conocí siendo pequeña, que no me inspiraba temor) y creo (al menos hablo por mí misma y por otras muchas personas que le conocieron) que era uno de los hombres más amables y gentiles sobre la faz de la tierra. Tan dulce y afable como firme y tenaz, sabía transmitir la pasión que sentía por el bienestar de quienes le rodeaban. Él no tenía pacientes en el sentido estricto de la palabra; todos a los que él trataba pasaban a formar parte de aquella gran familia que casi sin advertirlo él formó a su alrededor.
Como el gran hombre que era, se implicaba emocionalmente hasta el extremo de que nunca se acostumbró a presenciar la muerte ni el dolor. Más de cuarenta años de dedicación no le enseñaron a reprimir el llanto ni el dolor cada vez que perdía a alguien, cada vez que presenciaba el sufrimiento, cada vez que la muerte le ganaba la mano y se llevaba, probablemente por enésima vez, un fragmento de su maltrecho corazón.
Y eso fue lo que finalmente se lo llevó para siempre cuando aún no era viejo. Su corazón no resistió tantos desahucios. Nunca dejó de penar por sus semejantes. Se implicaba de tal forma en cada caso, que se le iba media vida. Creo que nunca le abandonó la culpa o la impotencia, a pesar de que él repartía paz a manos llenas.
Como podréis imaginar, el pueblo lo adoraba. Cuando él se fue, su recuerdo perduró y se le rindieron homenajes. Hoy día, a diez años de su muerte, vuelvo a pensar en él y pienso que es un milagro que de vez en cuando se dejen caer personas así en este mundo necesitado de milagros.
Si me ha dado por recordarle, es porque pienso que todo el que trabaja con seres humanos, todo el que se dedica a ellos en alguna forma, si tiene el suficiente corazón se va viendo tan involucrado y tan unido afectivamente, que ya no puede distinguir dónde acaba lo profesional ni dónde empieza lo personal.
Sigo en el spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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11 de marzo de 2008
99 de 103 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace algún tiempo pude leer una frase que decía, con bastante realismo he de admitir, que "la muerte está tan segura de vencerte que te da una vida de ventaja".
Después de ver esta película un servidor se acuerda de la frase y piensa en la maldita razón que llevaba el que la escribió. No obstante, soy de los optimistas y creo que, al igual que Peligro, (el que haya visto la película le recordará. Los que no, lo harán), sólo queda encajar los golpes como buenamente se pueda y levantarse. Las veces que hagan falta.
Clint Eastwood, para mí, no pasará a la historia del cine solamente como el paradigma del cowboy que toma curiosos apodos como El Manco, El Rubio, El Bueno, El Chachi (ése es de mi cosecha personal) etc... y viste con un poncho y tiene una gran destreza con los "seis tiros" (AKA revólver). Ya no. Desde que vi esta pedazo de película no.
Decir que tiene talento para conmover es ser superficial. Ya no es la forma de narrar la historia, que goza de un trío protagonista en estado de gracia en el plano interpretativo. Es la forma de dibujar la relación de dos soledades introvertidas que se unen en un amor casi paternal (Eastwood y Swank), velado durante toda la película. Es la forma de rodar unos combates, muy rápidos, en los que los golpes rasgan el viento en comparación con el tremendo impacto que esta película propina, al final, al espectador. Million Dollar Baby te golpea y te noquea. Pero no golpea el mentón, sino el corazón.
Una película que tiene la genialidad de pintar una tragedia absoluta sobre la ingratitud de la vida y dejar, casi imperceptiblemente, un rayo de esperanza pintado a su término (me remito a Peligro).
Obra maestra.
Después de ver esta película un servidor se acuerda de la frase y piensa en la maldita razón que llevaba el que la escribió. No obstante, soy de los optimistas y creo que, al igual que Peligro, (el que haya visto la película le recordará. Los que no, lo harán), sólo queda encajar los golpes como buenamente se pueda y levantarse. Las veces que hagan falta.
Clint Eastwood, para mí, no pasará a la historia del cine solamente como el paradigma del cowboy que toma curiosos apodos como El Manco, El Rubio, El Bueno, El Chachi (ése es de mi cosecha personal) etc... y viste con un poncho y tiene una gran destreza con los "seis tiros" (AKA revólver). Ya no. Desde que vi esta pedazo de película no.
Decir que tiene talento para conmover es ser superficial. Ya no es la forma de narrar la historia, que goza de un trío protagonista en estado de gracia en el plano interpretativo. Es la forma de dibujar la relación de dos soledades introvertidas que se unen en un amor casi paternal (Eastwood y Swank), velado durante toda la película. Es la forma de rodar unos combates, muy rápidos, en los que los golpes rasgan el viento en comparación con el tremendo impacto que esta película propina, al final, al espectador. Million Dollar Baby te golpea y te noquea. Pero no golpea el mentón, sino el corazón.
Una película que tiene la genialidad de pintar una tragedia absoluta sobre la ingratitud de la vida y dejar, casi imperceptiblemente, un rayo de esperanza pintado a su término (me remito a Peligro).
Obra maestra.
28 de agosto de 2005
74 de 85 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una vez más, y ya van unas cuantas, Clint Eastwood nos ofrece otra obra maestra con mayúsculas. Único heredero del clasicismo cinematográfico de los grandes maestros, en el mejor sentido del termino, Eastwood consigue con Million Dollar Baby una obra redonda, que no rehuye adentrarse en todos los registros posibles, desde tiernos momentos de humor hasta el drama más intenso. Con el trasfondo de una película sobre el boxeo, Eastwood lleva el film al terreno y a los temas que a el le interesan.
Historia de perdedores, que luchan por recuperar la dignidad y la autoestima, en Million Dollar Baby se habla de personas, de seres humanos, de sentimientos, de amistad, de complicidades, de fidelidades, y de dolor del de verdad, del que golpea no solo el cuerpo sino también el alma.
Personajes a la búsqueda de la redención de unos pecados de los que quizás ni tan siquiera son culpables, Million Dollar Baby es un retrato desnudo del alma humana. Con un magnifico guión y unas interpretaciones maravillosas por parte de los tres protagonistas principales – que gran, madura y mesurada interpretación de Eastwood -, el film de manera súbita da un giro que te deja fuera de combate por KO y te deja clavado en la butaca conteniendo la respiración, incapaces de captar todo aquello que se nos muestra en la pantalla. Resuelto por Eastwood de forma magistral, tanto a nivel formal como conceptual, hasta llegar al bellísimo final, nos deja con la sensación en el corazón y en el alma de haber asistido a una historia, real como la vida misma, explicada por alguien que conoce muy bien las profundidades más oscuras del ser humano. En definitiva, y como alguien a dicho de Million Dollar Baby, y que yo suscribo totalmente.....”señoras y señores...esto es CINE”.
Francesc Chico Jaimejuan
Barcelona 28 de agosto de 2005
Historia de perdedores, que luchan por recuperar la dignidad y la autoestima, en Million Dollar Baby se habla de personas, de seres humanos, de sentimientos, de amistad, de complicidades, de fidelidades, y de dolor del de verdad, del que golpea no solo el cuerpo sino también el alma.
Personajes a la búsqueda de la redención de unos pecados de los que quizás ni tan siquiera son culpables, Million Dollar Baby es un retrato desnudo del alma humana. Con un magnifico guión y unas interpretaciones maravillosas por parte de los tres protagonistas principales – que gran, madura y mesurada interpretación de Eastwood -, el film de manera súbita da un giro que te deja fuera de combate por KO y te deja clavado en la butaca conteniendo la respiración, incapaces de captar todo aquello que se nos muestra en la pantalla. Resuelto por Eastwood de forma magistral, tanto a nivel formal como conceptual, hasta llegar al bellísimo final, nos deja con la sensación en el corazón y en el alma de haber asistido a una historia, real como la vida misma, explicada por alguien que conoce muy bien las profundidades más oscuras del ser humano. En definitiva, y como alguien a dicho de Million Dollar Baby, y que yo suscribo totalmente.....”señoras y señores...esto es CINE”.
Francesc Chico Jaimejuan
Barcelona 28 de agosto de 2005
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