La guarida del gusano blanco

Basada en la última novela escrita por Bram Stoker, la cual se dice que escribió bajo la influencia de drogas varias (murió un año después a la edad de 64 años, arruinado y soportando una larga enfermedad), tenemos una película que al igual que el texto que adapta, es una monumental ida de olla, por lo que al encargarse de la dirección el lunático y extravagante Ken Rusell, (salvo “La pasión de China Blue” y “Tommy”, el resto de su filmografía es para echarla de comer aparte) se juntaron el hambre con las ganas de comer, dándonos como resultado un film delirante y duro de digerir, cuyo único atractivo es mitómano, ya que la rebuscada historia (al parecer Bram Stoker se inspiro en una leyenda) es un pastiche infumable.

Una vez más, Ken Russell nos ofrece una película floja de bajo presupuesto, con una historia simplona que es desarrollada de manera lineal y sin sobresaltos, que en ningún momento consigue atrapar al espectador. Constantemente utiliza la técnica de intercalar en la historia una suerte de escenas oníricas que pretenden representar un trasfondo metafórico como complemento explicativo del guión, pero que resulta obvio e innecesario; en esos complementos, a modo de videoclips ochenteros, aparece siempre (en casi todas sus películas) una fuerte iconografía, en este caso anticatólica, pero la puesta en escena de estos fragmentos se parece a un collage de colegio de monjas, compuestos por objetos de atrezzo y personajes disfrazados de manera hortera flotando sobre fondos coloridos y una música pobre. Russell da la sensación de insinuar sólo las cosas, por no tener medios para ir más allá.
Los actores parecen de 3º orden (incluido un joven Hugh Grant, seguramente haciendo caja por aquellos tiempos para costearse sus escarceos nocturnos por Hyde Park).
Prescindible, y llena de ingenuidad, lo que al menos la dota de un cierto encanto.

Para pasar un rato. Quizá lo mejor del film sea el personaje interpretado por Amanda Donohe. Sexi, lasciva, tremenda, como debe ser una lamia. Con alguna que otra imagen impactante aislada, como es de esperar en el cine de este señor que pegó tanto en el paso de la década de los 60 a los 70. Un Hugh Grant con su impertérrito peinadito, insoportable, como siempre, es lo peor. Debería comérselo la chica serpiente. No, pobre, le produciría diarrea...

Basada en una novelucha de Bram Stoker La guarida del gusano blanco es una cutre película de terror dirigida por el inútil de Ken Russell y coprotagonizada por un jovencísimo Hugh Grant en los inicios de su carrera cuando no le quedaba más remedio que aceptar cualquier trabajo para ganarse las habichuelas. Lo único destacable de este bodrio son los efectos de maquillaje y los conjuntos putescos que luce su protagonista femenina.

Siguiendo a vueltas con el terror decimonónico -si bien actualizado- Ken Russell pega un salto del imaginario inspirado por Lord Byron, John W. Polidori y el matrimonio Shelley a su primera adaptación de Bram Stoker ('Dracula'). Y aunque no partiendo del que fuera su personaje más manoseado tampoco huye de la temática vampírica así como de dos premisas tan prolíficas en el género como los son las reliquias malditas -una calavera- y la aparición de una fortaleza escondida bajo tierra.
Las sombras de la Hammer también se confluyen con la concurrencia de dos doncellas en peligro -Catherine Oxenberg & Sammi Davis- que aguardan el rescate de dos eruditos y enamorados héroes: el bon vivant desgarbado Hugh Grant y el envarado arqueólogo Peter Capaldi. El cuarteto protagonista planta cara a una viperina hija de la noche con charme dominatrix (Amanda Donohoe) cuya mejor arma, como la del propio Ken Russell -con un hilarante papelito de mayordomo, por cierto- es la de un puñado de sueños orgiásticos y sanguinolentos para atormentar a sus víctimas en igual medida a la que gozamos los que sabemos a qué terreno lisérgico quiere llevarnos.
Un ácido -tanto por el tono como por el efecto al que inducen algunos de sus pasajes, que para algo dirige quien dirige- despiporre de tetas, vampirismo, sexo, gore y hodas al horror babilónico. Todo exceso es poco para regodearnos en su libertinaje.