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El navegante

Comedia Un armador, de cuya hija está enamorado Buster Keaton, vende uno de sus barcos a un país que está en guerra con otro. Sin embargo, los agentes de este último país tienen la misión de dejar el barco a la deriva para que naufrague. En medio de esta trama, Buster y su enamorada se embarcan en el navío, sin saber que éste va a la deriva. (FILMAFFINITY)
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Críticas 28
Críticas ordenadas por utilidad
16 de mayo de 2008
31 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sea un viejo barco vacío en alta mar y dos personas que se encuentran solas a bordo.
Dado que una de las dos personas es Buster Keaton, es de imaginar la cantidad de recursos cómicamente absurdos que desplegarán para sobrevivir.

El guionista Jean Havez tenía un esquema: un joven rico y una joven rica que nunca han tenido que mover un dedo, los dos seres más inútiles del mundo, solos en un gran barco a la deriva.
Un colaborador, Fred Gabouri, consiguió un transatlántico jubilado.
Keaton se encontró así ante un singular juguete para dar rienda suelta a su inventiva.

El barco, una especie de gran inmueble flotante, es un espacio aislado y complejo del que Keaton, con su ingenio surreal único, va extrayendo comicidad.

Abundan momentos muy hilarantes: persecuciones aceleradas, caídas al agua y resbalones, cocina organizada con el tradicional sistema keatoniano de hilos y cuerdas, noches de terror infantil, o una tronchante partida con naipes mojados…

Keaton y la chica, que al principio son ridículos sin paliativos, van espabilando y evolucionando en su obligado confinamiento de robinsones marítimos, especialmente cuando se aproximan al final vertiginoso, mucho más cargado de genuino suspense que de humor.

Acróbata de familia, muchos gags de Keaton, basados en piruetas, trompadas y batacazos provocan risa, pero también admiración, por las condiciones físicas excepcionales que demuestran, y por el riesgo que afronta un actor que prescinde de dobles y especialistas y busca el más-difícil-todavía, como en las escenas submarinas de esta película.

El humor de Keaton no toca los resortes sentimentales. Va derecho a una comicidad visual y concreta.
Se mueve por una región mental ajena a los cambios de edad, independiente de claves intelectuales e igualmente accesible para el niño y el adulto: la imaginación pura, facultad que encuentra en el cine mudo un medio idóneo, y en el gran Buster Keaton uno de sus mayores creadores.
Archilupo
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21 de marzo de 2014
19 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las películas de Buster Keaton nos retrotraen, no ya a la infancia del cine, sino a nuestra propia infancia, al primer momento en que las vimos –o en el que ellas nos vieron, como apuntaba Jean-Louis Schefer en su libro "L’homme ordinaire du cinéma". El mismo personaje de Keaton se asemeja mucho a un niño, en su timidez y su obstinación melancólica, su infinito despiste y su osadía, y ante todo por su imposibilidad de comportarse como una persona “razonable”. Su personaje parece incapaz de hacer con sencillez las cosas más elementales, pero a cambio consigue proezas casi imposibles.

Según los análisis de Foucault, entre las instancias más sutiles y penetrantes a través de las que el poder actúa en nuestras sociedades se encuentran las leyes no escritas de lo que se entiende por “normalidad”. Pues bien, toda la obra de Keaton es como una oda a la “a-normalidad”, un ejemplo práctico de la disociación entre la norma burguesa y la vida lograda: se diría que cuando hace esfuerzos por normalizarse, el personaje alcanza el abismo de la desgracia y la infelicidad, y a la inversa.

Frente al delirio de sus primeros cortometrajes, las películas más largas que Keaton empezó a concebir hacia mediados de los años 20 muestran un arte más complejo, una trama deliberada en la que los gags se integran para lograr una unidad superior, siempre dentro de un espíritu subversivo –lo que explica la atracción que despertaron entre los surrealistas.

El navegante es uno de los mejores ejemplos, en su narración sistemática de los inicios de la convivencia de una pareja. Lo inverosímil de las circunstancias de su reunión en solitario en un barco a la deriva, por una oscura peripecia bélica, forma parte de su marco genérico y de su encanto de época; pero la película describe la evolución de esta pareja de marinos de agua dulce, simbólicamente recién casados, con una precisión implacablemente moderna: su tendencia al desencuentro, sus ataques inconscientes, sus disimulos ridículos y sus patéticos fracasos.

Como dice Freddy Buache en una reseña sobre la película, el personaje de Keaton queda descrito a la perfección en la primera escena: es alguien que, para visitar a su novia que vive en la casa de enfrente, monta en su Rolls conducido por un chófer. Su primer contacto con el elemento acuático se produce cuando, por descuido, pensando en otra cosa, se introduce vestido en su bañera: una imagen reveladora de lo que le espera a lo largo de la trama.

Algo empieza a cambiar en él desde que deja su lujoso hogar lleno de criados y embarca por capricho en un crucero (concebido en su delirio para una luna de miel que el azar convierte en cruelmente real): una ráfaga de viento le arrebata permanentemente su sombrero, atributo viril; la falta de respuesta a sus palmadas en el restaurante desierto le hacen ver que tendrá que empezar a valerse por sí mismo.

Luego encuentra a su chica, que rechazó su primera declaración pero que, como ocurre a veces en la realidad, aparece en el barco a pesar de todo; pero la reunión de la pareja no resuelve los problemas básicos de supervivencia: su primera experiencia en la cocina demuestra que ella es casi tan inútil como él.

Como un niño que está lejos de su cama, por la noche tiene miedo de los fantasmas; aunque lo que realmente lo aterroriza, claro está, es la proximidad de su amada. En una escena en la que ambos se inclinan sobre una vela, sus sombras se besan prefigurando el deseo incumplido de sus cuerpos. Incapaces de permanecer en sus camarotes, la primera noche en el barco acaba con la pareja durmiendo al raso en la cubierta, calados absurdamente por una lluvia repentina que admitiría una interpretación psicoanalítica.

Pero Keaton consigue sobreponerse a estas dificultades iniciales a través de su característica línea quebrada: en vez de limitarse a abrir una lata o cocer unos huevos como lo haría todo él mundo, él necesita transformar la cocina del barco en un enrevesado mecanismo de precisión; luego desciende al fondo marino para reparar una avería en el casco de la embarcación, en una escena que parece una parodia poética de los viajes espaciales, desde el lejano Viaje a la luna de Mélies; y finalmente se enfrenta casi con éxito a una tribu de caníbales polinesios.

Tras la superación de estas pruebas consigue ser digno del amor de su compañera de viaje: pero su unión física, simbolizada en el clásico beso final, desestabiliza de nuevo todo su mundo y lo pone literalmente patas arriba.

navegandohaciamoonfleet.wordpress.com
el pastor de la polvorosa
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6 de mayo de 2006
22 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más que graciosa –que lo es mucho–, es entretenidísima. Las situaciones son de lo más ingenioso que podía inventar el cine por aquel entonces, y están todas ágilmente resueltas y engarzadas a fin de lograr que los sesenta minutos parezcan quince.
Desde la inutilidad de esos dos jóvenes burgueses que nos saben ni abrir una lata de conservas hasta el final impredecible, y pasando por el traje de buzo, los "largos paseos" hasta la casa de su novia, los rebuscados mecanismos para manejar la cocina, el "fisgón" de la escotilla y todos los demás enredos, es mi película favorita de Buster Keaton, aunque seguida muy de cerca por "El maquinista de la general". Me faltan sólo un par de cortos suyos por ver.
jastarloa
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27 de mayo de 2006
19 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fruto de una “broma del destino”, un joven heredero viaja en un enorme barco de vapor a la deriva, el Navigator, junto a la chica que le ha dado calabazas y... nadie más. The Navigator narra la historia de aprendizaje del joven papanatas que no sabe ni freír un huevo, articulada a través de una colección de ingeniosos y finos gags que definen a la perfección la indolencia del rico heredero acostumbrado a no mover ni un solo dedo y su metamorfosis en un tipo con recursos capaz de valerse por sí solo.

Como siempre, resulta curioso comprobar que el mismo Keaton es el responsable de todas las proezas atléticas que lleva a cabo su personaje. Keaton era actor, guionista y director, pero también era un especialista: Mens sana in corpore sano.
Kick'Em Ars
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21 de noviembre de 2005
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Posiblemente la mejor película de Buster Keaton, una obra maestra total y absoluta dle cine mudo cómico, que va en un "crescendo" de ingenio, talento y tensión a medida que avanza su corto metraje que la hacen una obra de referencia en su formidable época.
"El navegante" era también el film preferido de Keaton y no me extaña, pues es una comedia redonda, elaborada e ingeniosa, desbordante de inteligencia y repleta de "gags" antológicos (Keaton vestido con el buzo, la parte de los indígenas, etc...).
kafka
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