Las hijas del cervecero

En su sencillez, la película de Lubitsch va ganando firmeza a medida que se desarrolla la historia.
Comienza pareciendo una arcaica producción caracterizada por un dudoso sentido del humor y por la actuación excesiva de sus protagonistas, pero enseguida entra en materia y se advierte que la mano del director posee oficio.
A partir del acto segundo el argumento se instala en el terreno de la expresión fácil y un dinamismo extraordinario (ágil y eficaz) se adueña de la pantalla, la sobreactuación da lugar al comedimiento y las piezas de ese rompecabezas que es cualquier producción cinematográfica terminan por encajar a la perfección.

La peripecia amorosa queda muy bien contada y el espectador satisfecho.

Esta fierecilla domada en versión Lubitsch es todo un lujo para quienes amamos el cine que hacían aquellos chalados con sus locos cacharros. Año 1920 nada menos. ¿El cine?: ¿qué es eso?. ¿Un invento de los americanos? Pues no, señora. Lo inventaron en Europa. Los Lumière por más señas. Y el cine bueno, bueno, estaba en el viejo continente. Ahí quedan los Lang, Murnau ó el mismísimo Chaplin además del alemán de oro Lubitsch. Los Estados Unidos de América eran la tierra de la gran promesa y genios como los citados buscaban promesas huyendo de las guerras y sobre todo de la mutilación de las ideas.
¡Europa! . ¡Que magnífico caudal de historia por contar!. El cine como expresión. Shakaspeare como referente. Lubitsch como maestro...

La historia, basada en una comedia popular de Friedrich Raff y Julius Urgiss, se centra en las dos hijas de un cervecero alemán: una de ellas, la menor, es hermosa y tierna, mientras que la mayor es bastante más bruta, con unos modales ciertamente rudos. Xaver se enamorará de la hermana pequeña, Gretel, y cuando comenta al padre de la joven su intención de contraer matrimonio con ella, éste le responde que de eso nada, primero se ha de casar la mayor: Liesel que, debido a sus modales, ahuyenta a todos los posibles pretendientes. Ante esta situación, Xaver idea junto a su amigo Seppl un plan para poder casarse con su amada: casarse primero con la mayor y comportarse de la peor manera posible con el objetivo de que ésta le deje y poder así acceder a la menor de las hermanas.

Resulta de lo más curioso comparar este tipo de comedias de un joven Ernst Lubitsch con las que posteriormente realizaría en EEUU ya en su época de madurez. Apenas poseen similitudes, es más, diríase que son totalmente diferentes. El sentido del humor predominante de la obra que nos ocupa es grueso y tosco, alejado por completo de la sutileza de películas como "Ninotchka". Si no apareciera su nombre en los créditos sería difícil creérselo, la verdad.

Tras haber realizado ya un buen número de cortos y mediometrajes entre 1914 y 1918, con guiones escritos por él mismo o en colaboración con Hanns Kräly, Ernst Lubitsch (o quizás su amigo y colaborador) tuvo la común idea de sentir que, entre los libros que había leído, había historias magníficas que le gustaría llevar al cine… y así surgieron “Romeo und Julia im Schnee”, “Carmen”, “Madame Dubarry”… y “LAS HIJAS DEL CERVECERO”, que no es otra cosa que una versión libre de “La fierecilla domada” de William Shakespeare ¡sin darle al bardo inglés el menor crédito!

El arranque es el mismo. Veamos cómo empieza la historia del dramaturgo inglés: Baptista Minola tiene dos hijas: Bianca, la menor, es muy atractiva y de un carácter dulce y sereno. Katherina, la mayor, es temperamental e intolerante… por esta razón, el padre no admitirá casar a la menor hasta no haberse librado de la mayor. Igual ocurre en “LAS HIJAS DEL CERVECERO”, solo que los personajes aquí se llamarán Kohlhiesel, el dueño de la taberna, y sus hijas, Gretel y Liesel, respectivamente.

Lo que sigue -con interesantes variaciones y acertados desvíos-, seguirá de punto en punto la línea de Shakespeare, pero Lubitsch forjará lo suyo y al final quedará contada una historia muy a su estilo y con unos intertítulos bastante personales.

Unas actuaciones muy acertadas de Henny Porten, quien interpreta con suma gracia a las dos hermanas, y de Emil Jannings (a pocos años de convertirse en el actor más representativo de Alemania y de muy provechosa relación con Lubitsch por estos días) quien representa a Xaver, el cazador casado -equivalente a Petrucchio-, llevan por muy buen sendero esta comedia en cuatro actos como la presenta el director alemán (uno menos que en la obra de Shakespeare).

El guión de “LAS HIJAS DEL CERVECERO” lo asumen de nuevo Lubitsch y Hanns Kräly y deben de haberla pasado muy bien “reconstruyendo” al inmortal dramaturgo y a fe que logran apuntes bastante agradables, como cuando Kohlhiesel advierte a Xaver al pedirle a la fiera Liesel en matrimonio: “No asumo ninguna responsabilidad por los costos médicos causados por Liesel”.

Y Lubitsch también comprenderá que puede ser muy agradable tener a una mansa gatita entre los brazos, pero el que logre domar a una leona y consiga abrazarla cariñosamente, sentirá que tiene en ella un regalo incomparable.

Lubitsch seguía, paso a paso, aumentando puntos… y después vendrían “Sumurun”, “Anna Bolena” y otro largo número de llamativos personajes.