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Una razón para vivir

Drama Un hombre que ha conseguido dejar el vicio de la bebida gracias a las reuniones de Alcohólicos Anónimos, se enamora de una actriz que se niega a admitir que se está convirtiendo en una borracha. Dadas las circunstancias, él empieza a dudar si quiere realmente romper su matrimonio por ella. (FILMAFFINITY)
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
6 de octubre de 2011
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
De entrada, esta película sólo tiene dos cosas en común con aquel atinado estudio de la dipsomanía que hiciera el gran Billy Wilder, titulado “Días sin huella” (1945): La primera, que también fue hecha en los estudios de la Paramount Pictures y la segunda que, el protagonista, es de nuevo Ray Milland quien, en aquel filme, era un consumado alcohólico que pasaba por los afanes, consecuencias y desventuras de la adicción.

Realizada ocho años después de “Días sin huella”, por el también brillante director George Stevens, “UNA RAZÓN PARA VIVIR” podría ser una continuación de aquella, al centrarse en un alcohólico rehabilitado (Milland, ahora llamado Alan Miller) quien, como una forma de redimirse, trabaja para la institución internacional A. A., visitando a los adictos en crisis que telefonean en busca de ayuda.

Por un error inexplicado, Miller -quien es casado y tiene dos hijos-, resulta visitando a una actriz de teatro, Jenny Carey, quien, sin saber manejar un fracaso amoroso, ha comenzado a sentir que el alcohol le sirve de refugio. La atracción entre Jenny y Alan no tarda en producirse y comienza así un serio conflicto que pondrá en vilo el proceso de ambos, y de paso, un hogar que luce bastante sólido, pues, además de tener dos hijos bien formados, Edna, la esposa de Alan, es una mujer madura y con un temperamento muy equilibrado.

Con guión de Dwight Taylor (mejor conocido por las comedias musicales que escribiera para la célebre pareja Astaire-Rogers: “La alegre divorciada”, “Sombrero de copa” y “Sigamos la flota”), este es un drama con un atractivo aire de romanticismo, que además sobresale por el entendimiento que asume con sus personajes y, cuando menos, por un par de logros de imagen muy afortunados. Uno, cuando el barman le entrega el vaso de licor a Miller en el instante en que, éste, está a punto de ceder a un fuerte impulso de beber. Y el segundo, cuando, tras enterarnos de que Jenny prepara su papel para una obra teatral centrada en los egipcios, ella y Alan entran al museo, y la escena se cierra luego con la estatua de la reina egipcia sobreimpresa al rostro de Edna, la joven que siempre espera al amado padre de sus hijos.

Quizás sirva reflexionar que, no es con la huída ni con el embotamiento, como se resuelven los fracasos emocionales, sino dándose otra oportunidad, esforzándose por entender que lo que la vida nos quita, primero no nos pertenecía, y después, es muy seguro que fue pensado para nuestro beneficio aunque, en principio, no lo comprendamos. Se trata de asumir, esforzarse por comprender, enfrentar de manera prudente, y sobre todo, de mantener la mayor sobriedad –mental, emocional y física- posible. Así es como pueden transformarse las cosas que parecen negativas, en encuentros afortunados, en aciertos emocionales y en logros que traerán luz y verdad a nuestras existencias.

Título para Latinoamérica: “ALGO PORQUÉ VIVIR”
Luis Guillermo Cardona
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4 de septiembre de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
1.-Un film con un argumento un tanto convencional, pero desarrollado en un muy buen guión. 2.-Una realización, aunque aparentemente solvente sin mas, que esconde si se la mira atentamente una brillantez y eficacia a la que nos tiene acostumbrados George Stevens 3.- Unas interpretaciones intensas y de gran calidad con una J Fontaine dulce y perdida y un Ray Milland, sobrio esta vez, que muestra lo gran actor que fue, en muchas ocasiones desaprovechado.
rocamadur01
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10 de abril de 2024
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Alcoholismo femenino y alcohólicos anónimos. Un buen guión, atrevido, incisivo, crudo y real. Se me hace raro ver a Joan Fontaine como alcohólica, sobre todo frente a Ray Milland, un actor que ganó un Oscar haciendo de tal en Dias sin huella, de 1945. Les acompaña Teresa Wright, siempre solvente, siempre cercana.
El tema está bien tratado, las inseguridades de la actriz, el vértigo de él como ayudante de la asociación y, a la vez, como hombre atraído por la chica.
La ansiedad por beber la transmite mucho mejor ella que él. Tiene más credibilidad. No creo que Millan tuviese problemas con el alcohol. Ni tampoco ella, naturalmente. Pero Fontaine no penetra en la situación de manera creíble. No es capaz de profundizar. Es epidérmica, por momentos amanerada e insustancial.
La película es un auténtico melodrama, pero en algunos momentos consigue interesar de verdad. De Stevens tengo la mejor opinión, pero le tengo por triste y algo apesabumbrado.
Me ha gustado mucho la escena de las llamadas de teléfonos perdidas entre los protagonistas.
ÁAD
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