Glastonbury

Eso es lo que le pido a este documental. Porque parece que es una excusa para contar la historia del movimiento hippy, y de vez en cuando, para cumplir con el título del documental, se intercalan fragmentos de actuaciones (que no exceden del minuto). Hubiera preferido más música que no tanto friki dando vueltas por ahí. Imperdonable que de la mejor actuación del festival, la de Radiohead, sólo nos pongan los últimos 30 segundos de Fake Plastic Trees. MÁS MÚSICA. A eso había venido yo, no a ver cómo distribuyen los espacios, construyen las vallas, hacen cargas policiales o incluso cómo limpian la mierda de los retretes. Podría haber estado mucho mejor.

Glastonbury es el festival más grande del mundo. El más antiguo también. Organizado desde mediados de los 70 por un granjero de la campiña inglesa, corrió el riesgo de desaparecer a principios del siglo presente. Enterado de esta noticia, el realizador especializado en productos musicales Julien Temple, hizo un llamamiento para recopilar material de todas las ediciones del festival que pudo y montó “Glastonbury”, el documental.

La peli en cuestión es una demostración de virtuosismo en la sala de montaje y edición, ya que entremezcla imágenes de archivo con otras relativamente modernas que, sin aparente solución de continuidad, terminan explicando a la perfección en qué consiste acudir a un festival ayer, hoy y siempre.

Podemos ver los entresijos de un macroevento de este tipo desde las entrañas y con la perspectiva de organizadores, artistas y asistentes, pero son estos últimos los que acaban centrando la mayor parte del interés y del metraje. La odisea de encontar un baño limpio, los apretones, las incomodidades, comer y las posibilidades que ofrece un festival aparte de los propios conciertos se revelan como lo más interesante de un documental ágil y que se ve en un pis-pás.

Los aspectos más interesantes y reveladores son la afición de los británicos por dar la nota y disfrazarse de cualquier cosa, preferentemente de policía (en eso los ingleses nos ganan) y su relación con el barro. Dicen que ni los europeos ni los estadounidenses (o sea, nadie) entienden que ellos no lo ven como algo sucio: asumen que el barro está ahí y conviven con él.

De visión obligatoria para todo aquel que alguna vez haya asistido a un festival veraniego o tenga intención de hacerlo, Temple termina tomando partido por los asistentes como lo mejor de este tipo de eventos: pueden ser gente normal, pero también son héroes.