Vuelve Colmillo Blanco

La segunda parte de 'Colmillo Blanco', continuación libre y oportunista de la novela de Jack London, no puede ser considerada una mala película. La chiquillería seguirá entretenidillo las desventuras del lobito y compañía, sin embargo, muchos echaremos de menos el film de Kleiser (que tampoco era para echar cohetes, pero funcionaba bien).

Lo que era medianamente simpático en la primera, en esta pobre secuela ha perdido todo el carisma. 'Vuelve Colmillo Blanco' no posee ninguna de las virtudes de su predecesora y, lo que es peor, sirve como potenciador y extensión aún más telefílmica de sus defectos.

Así pues, lo que nos queda es una película mediocre, aburridilla, como hecha sin ganas. Quizá es que Olin no es Kleiser ('Grease'), pero el caso es que el perro-lobo ya no engancha.

No me gustó tanto con el primer "Colmillo blanco" de Disney pero sí que es muy entretenida y tiene ese encanto especial que hará las delicias de los más pequeños y de los amantes de los animales. No es una gran película, pero hay que verla como lo que es un mero divertimento y una forma de distracción para pasar un buen rato y nada más. Sin lugar a dudas mucho mejor que muchas películas para jóvenes que hacen hoy en día que son realmente infumables...

Mala señal si Ethan Hawke prescinde de la secuela de "Colmillo Blanco" (1991), salvo por un par de minutos al principio. No sé si tendría otros proyectos o se olía la endeblez de esta segunda parte. Aquí el protagonista es otro chico, Henry Casey (Scott Bairstow), un amigo suyo de San Francisco que se está ocupando de su mina en Alaska y de lo que es más importante, de su perro lobo. La original se salvaba por los pelos pero esta continuación está hecha sin ganas, más cercano al telefilm que a lo cinematográfico.

Nuestro protagonista humano, mientras lleva el oro a la ciudad, se verá envuelto en una aventurita, con una tribu india amenazada, que nos dejará totalmente indiferentes. A mí me ha recordado a aquellas historias de dibujos animados como la de "Seeberg" (1984), la foca, o la "Mofli, el último koala" (1986) pero sin el inocente encanto de éstas. La verdad, es un poco plasta pese al intento de meter de todo, aventura, romance, acción, ecologismo e indigenismo. Lo único que acaba valiendo la pena es el perro y los cachorritos.