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Difret

Drama En Addis Abeba, la abogada Meaza Ashenafi ha creado una red de ayuda a mujeres y niños pobres que necesiten la ayuda de un letrado. Se enfrenta a un hostigamiento constante por parte de la Policía y del Gobierno. Aun así, se atreve a defender a Hirut, una chica de 14 años a la que secuestraron y violaron cuando regresaba del colegio y que consiguió matar a sus raptores antes de escapar. A pesar de haber actuado en defensa propia, Hirut ... [+]
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Críticas 12
Críticas ordenadas por utilidad
18 de marzo de 2016
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sean bienvenidas siempre las películas no comerciales y de países de los que sabemos bien poco.
La cara de esta niña violada llena todo el filme con una grandeza y una humildad que compensan al espectador.
Y gracias a Angelina Jolie por producir estas cosas.
Como cine la película no tine más pretensiones que la verdad y con esto cumple de manera sobrada.
yoparam
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1 de noviembre de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entre los grandes títulos y afamados directores que participan en esta 62 edición del Festival de San Sebastián, encontramos una película modesta pero que nos ha sorprendido gratamente. “Difret”, dirigida por el etíope Zeresenay Berhane y producida por Angelina Jolie, es una película basada en hechos reales, inspirada en una lucha por la justicia y la igualdad de las mujeres en uno de los territorios más recalcitrantes del mundo.

“Difret” nos cuenta la historia de una niña de 14 años que es raptada y violada por un hombre que la quiere hacer su esposa. Esta ha sido – y sigue siendo – una práctica habitual en algunas zonas de África, y que afecta al 40% de las adolescentes según apunta el director del film. Pero todo se complica cuando la niña consigue matar a su captor, comenzando una polémica lucha por concederle un juicio justo y absolverla por matar en defensa propia. Pero este no es un caso cualquiera, sino que representa la situación real que llevó a las autoridades de Etiopía a criminalizar esta práctica del matrimonio por secuestro, gracias a unas mujeres pioneras en la defensa de los derechos de las africanas.

Lo que diferencia a “Difret” de un típico film basado en la lucha social es la franqueza. No se queda en lo que se espera de ella, sino que sobrepasa la barrera de la admiración por unos ideales y se sitúa en la cruda realidad. Al mismo tiempo, es un relato contado con ternura, enseñándonos la inocencia de la niñez y el cambio de una generación, la pérdida de las costumbres en favor de la modernidad. Porque este film no es solo un manifiesto en defensa de los derechos humanos, sino una evidencia de la dificultad para producir un cambio en las tradiciones. Con una investigación de tres años sobre el terreno, Berhane confecciona un relato lleno de matices, que desprende empatía por los personajes. Es, además, una película de denuncia social, ya que esta práctica conocida como “telefa” continúa existiendo pese a la legislación.

Berhane expresa abiertamente su voluntad de cambiar las cosas. ¿Y qué mejor manera de fomentar algo que dando ejemplo? “Difret” es la única película etíope en la que las mujeres ocupan cargos de productoras y jefas de departamento, además de ser responsables de la iluminación y fotografía del film.

blogelcontraplano.wordpress.com
Mireia Mullor
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28 de marzo de 2015
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando pienso en Etiopía, me la imagino como la piedra angular del gran puzzle de África: un país con su propia lengua, el Amárico; el primero de África que se convirtió al cristianismo, si bien en su vertiente ortodoxa, de hecho Haile Sellassie, considerado como un dios por los rastafaris, y al que Bob Marley dedicó una canción en ese sentido, significa ‘Santísima Trinidad’; una nación con su propia historia y uno de los pocos estados que ya eran independientes en el continente del sur de Europa cuando Naciones Unidas decretó la descolonización: tan sólo conoció unos pocos años de sometimiento al yugo europeo durante el fervor fascista; una población cuya etnia merece un capítulo aparte en los libros de Antropología, hasta el punto de que los etíopes no se consideran negros, sino europeos con la piel oscura: poco más o menos es así como se les reconoce científicamente; quintaesencia del esplendor imperial en tiempos del rey Salomón y concreción del hambre en numerosas fotografías que todos hemos visto; una posición como vértice de las grandes tendencias africanas entre lo más semita del norte y lo más negro del sur; etc. En muy pocas palabras, un país singular, del que al Festival de Cine Africano de Córdoba que vengo siguiendo estos días ha llegado la película Difret (2013), de Zeresenay Berhane Mehari, que ha obtenido diferentes premios en la Berlinale, Sundance, Montreal y Amsterdam.

Se trata de una película cuya productora ejecutiva es Angelina Jolie, según se encargan de recordarnos los créditos al principio y al final de la proyección, y ese toque estadounidense se nota en detalles como la simplificación de las situaciones, el maniqueísmo de telefilme de sobremesa, o las secuencias con perfiles redondeados. Pero dejando a un lado estos imponderables de la industria, prefiero analizar lo que en este largometraje hay de africanidad, pues a este continente pertenecen el director, los actores, la ambientación y los hechos, que además están basados en hechos reales.

En tal sentido, he afirmado pocas líneas más arriba que Etiopía es un país singular, pues así lo pienso si la comparamos con el resto del continente a que pertenece, pero si la consideramos en sí misma, observamos una profunda división ente el norte, donde se dan ciudades con monumentos cristianos excavados en roca, como Lalibela, y el sur, cada vez más virgen de occidente, y cada vez menos etíope en sus rasgo étnicos hasta el punto de confundirse con Kenia en la zona del río Omo.

A esa dualidad esencial, Difret ofrece todo un juego de contrarios en los siguientes aspectos:

- La realidad de los países desarrollados y la de los que están en vías de desarrollo.

- El mundo rural y una gran ciudad como es Addis Abeba. Inolvidable el Mercato.

- Tradición y afán de modernidad.

- La justicia oficial y los consejos de ancianos, de los que se ofrece en el filme de Zeresenay Berhane Mehari un vigor tal que hasta el Ministro de Justicia se pliega a sus designios. Hemos de recordar, sin embargo, que los hechos narrados en esta película se remontan a 1996 y que cinco años después esos consejos de ancianos fueron ilegalizados.

- La libertad de elección y el rapto con violación como medio de asegurar un matrimonio.

- Los estudios y el analfabetismo.

Todo eso en un país que conserva los restos homínidos más antiguos que se conocen, bautizados con el nombre de Lucy, pues se trata de una osamenta femenina, pero que en el largometraje de Zeresenay Berhane Mehari ofrece una imagen muy negativa con respecto a las opciones de las mujeres.

El argumento, en efecto, consiste en una niña de catorce años, Hirut, a la que ha de defender Meaza, puesto que ha matado a su raptor y violador, siendo así que en el pueblo donde vive Hirut se considera totalmente lícito raptar y violar a la joven con quien se quieren casar los hombres, sobre todo si han sido rechazados, no por la propia joven, que no tiene nada que decir al respecto, sino por sus padres. De hecho, eso fue lo que le sucedió a la hermana mayor de Hirut, sólo que en este caso, la chica aceptó el matrimonio como un devenir natural de los acontecimientos.

Una película que denuncia lo degradante de la condición femenina en determinadas regiones y lo hace mediante una narración sencilla y lineal: el director se limita a seguir el curso de lo sucedido. Se trata por ello de un filme en el que se valoran las intenciones, si bien como producto cinematográfico en sí quizá lo más destacable es el haber ilustrado la vida en un país, del que nunca nos acordamos como paradigma de la felicidad.

En Etiopía, en efecto, he visto a niñas cargando hatos de leña, cuyo peso debe ser superior al de las portadoras; niños de apenas diez años en apariencia dirigiendo rebaños de vacas con un palo por medio de la carretera; niñas de apenas ocho años cargando a su espalda o a un costado a un hermano menor; garrafas amarillas para transportar agua y que pueden requerir desplazamientos de un par de decenas de kilómetros para conseguirlo, y dirigirse a la fuente a pie; y condiciones de vida, en definitiva que recuerdan la Edad de Piedra, o como mucho, el inicio de la del Hierro.

Circunstancias todas ellas que deben ser conocidas por el hombre occidental, al menos para que quienes las padecen dejen de ser invisibles.

Esperamos, por ello, que precisamente por haber sido producido por Angelina Jolie y haber sido galardonada en certámenes importante, la película Difret, testimonio de la brutal injusticia, goce de la mayor difusión posible.
Fco Javier Rodríguez Barranco
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10 de septiembre de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La duda es la semilla del cambio. Esta es una verdad tan simple como poderosa; no en vano es, entre otras cosas, el mismísimo germen de la ciencia.
Un vistazo por encimita a Difret nos hará saber lo obvio: es la lucha legal de una abogada etíope (basada en una historia real no muy lejana en el tiempo), Meaza Ashenafi (Meron Getnet), quien le pone el pecho a toda una cultura nacional y sus tradiciones incuestionables para defender la vida de una pequeña niña, Hirut Assefa (Tizita Hagere), secuestrada y luego violada por su pretendiente a esposo, quien perpetúa con dicho acto una tradición antigua de su pueblo, y a quien Hirut le quita la vida para poder escapar. Así las cosas, en ese primer vistazo, esta viene a ser una película sobre la lucha por la igualdad de derechos de las mujeres, pero en una capa más esencial, Difret es una reflexión sobre la duda como necesidad ineludible para el cambio. El calvario de Hirut tiene lugar porque la duda aún no se ha sembrado y una tradición muy problemática se toma por inamovible.
Esta no es realmente una película sobre Hirut, a pesar de que sea en ella en quien se deposite toda la atracción empática del espectador (cosa, por cierto, problemática de esta producción, si me lo preguntan). Hirut es un personaje totalmente inocente y forzado por las circunstancias, que sirve solo como motor de la acción dramática y como pararrayos del infortunio y de las silenciosas muestras de simpatía del público. La protagonista de la película es en realidad su defensora, Meaza, quien se lo juega todo por esa defensa, no solo porque quiera evitar una injusticia, sino porque tiene la firme convicción de que debe cambiar toda una forma de pensar en su cultura.
Esta es la auténtica esencia y lo realmente interesante de la obra del director Zeresenay Mehari, pues la situación específica de ese contexto cultural etíope puede perderse por particular, pero la certeza de la duda como motor del cambio es algo innegablemente universal. Es por eso que al ver Difret, como espectador colombiano, uno se siente de alguna manera tocado, porque en nuestro país y en el mundo entero hay también muchas costumbres, muchas prácticas, muchas creencias y muchas verdades supuestamente absolutas que merecen ser puestas en crisis, a fin de cuentas esa es una de las labores principales del arte. Y al decir esto no me refiero solo a materia de derechos humanos, de inclusión y de género; me refiero a temas éticos en la raíz de nuestra cultura, a asuntos religiosos, políticos, medioambientales, sociales y espirituales que deberíamos mantener vivos a fuerza de crisis, porque la vida es movimiento (a todo nivel), de manera que las ideas inamovibles son momias sin utilidad.
Hay también, por supuesto, razones puramente estéticas para acercarse con curiosidad a Difret. Dos son los puntos que considero más valiosos de la película: en primer lugar, los aciertos visuales en estrecha armonía con la narración que su director alcanza por momentos. Así por ejemplo ese instante en que Hirut, tras la noticia de su profesor de que ha recomendado que la suban un grado en el colegio, deja escapar una sonrisa tímida, casi como si fuera un delito hacerlo, y justo cuando se ha ganado con un simple gesto de su cara al espectador, le cae encima la tragedia. O aquel otro en que su captor, a la mañana siguiente de haberla violado, le ofrece una diminuta taza de café sostenida en su mano enorme como una ofrenda que reafirma su sumisión de víctima. En segundo lugar, la música de David Schommer y David Eggar, llena de un poder vibrante que mueve las entrañas a través de las percusiones y los bajos para poner sutil y efectivamente al espectador en el lugar preciso, sin ser obvio; con elegancia y estilo.
Pero permítanme volver al asunto de la duda, esa que nace al ver la película y que desencadena la crisis ética al pensar que existen sistemas de valores diferentes a los que ha esparcido por el planeta la globalización y que, a lo mejor, no exista tal cosa como los universales de la moral. Esa duda que nace al jugar a ponerse en los zapatos del otro, en los de Hirut que pasa a ser asesina luego de ser la víctima, deshumanizándose por la fuerza y teniendo que olvidar que es solo una niña porque a los ojos del mundo sus senos en crecimiento la estigmatizan como mujer y como presa, pero también en los del victimario que termina muerto después de haber seguido con justa convicción una tradición que lo legitimaba.
Esta no es en realidad una película que descuelle por sus grandes impactos estéticos, si bien es un largometraje correcto y delicado. Esta es una obra dedicada, para bien o para mal, a hacer que el espectador ponga en crisis su sistema. Quizá no se atreva lo suficiente y no satisfaga apetitos de crudeza más vivos como el mío, pero aun así tiene la valía de invitar a dudar y de sembrar esa sana semilla.
Andrés Vélez Cuervo
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2 de mayo de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es indudable que en España hemos avanzado bastante en lo referente a la igualdad de género, sobre todo si echamos la vista atrás y vemos lo que sucedía durante la España franquista. Falta todavía camino por recorrer en materia sociopolítica (igualación efectiva de salarios, lucha contra la violencia de género…) y algunas actitudes por corregir, pero la cosa va por buen camino. Cosa similar parece suceder en el resto de países del llamado primer mundo. Menos suerte tiene el sector femenino en otros países subdesarrollados, donde se sigue tratando a la mujer como un ser inferior y cuyo papel en la sociedad parece que es únicamente el de servir al hombre.

En los primeros minutos de Difret vemos dos situaciones distintas pero que dejan claro el papel de la mujer en Etiopía. Por un lado, una mujer acude a la abogada Meaza Ashenafi, fundadora de un centro de ayuda para mujeres y niños, con el objeto de denunciar que su marido la maltrata y ya no puede soportarlo más. Por otro, todavía más grave, una niña llamada Hirut es secuestrada por un grupo de etíopes y violada por uno de ellos, ya que según nos explicará un personaje más adelante, “es tradición” raptar a las mujeres y desvirgarlas para que así se conviertan en sus esposas. Una terrible realidad que acabará convirtiendo a la víctima en presunta culpable tras cobrarse venganza.

El cineasta Zeresenay Mehari dirige y escribe esta historia basada en hechos reales, con el apoyo de la actriz y directora Angelina Jolie como productora ejecutiva. El planteamiento argumental que hemos comentado antes ya parece indicarnos por dónde van a ir los tiros: denuncia social tratada fílmicamente de manera poco explícita pero intentando golpear al espectador con cada uno de los hechos que se nos ofrecen en pantalla. Y lo cierto es que este inicio es prometedor, ya que la película consigue enganchar y esa reivindicación por los derechos de la mujer en el continente africano parece que puede llegar a buen puerto en el sentido cinematográfico.

Por desgracia, poco a poco comenzamos a ver ciertos detalles no tan positivos. Si existe algo que a un servidor le mosquea especialmente en esta clase de obras que intentan reflejar la realidad es que los buenos sean demasiado buenos y los malos sean auténticas bestias despiadadas. Así termina sucediendo en Difret, ya que la exageración en determinadas actitudes de los personajes acaba sepultando una historia que iba encaminada de manera satisfactoria. Mehari comete un error escribiendo al generar un guión que, de tanto empeño por denunciar una situación a todas luces inhumana, acaba perdiendo verosimilitud de manera alarmante; tampoco ayudan nada los abundantes primeros planos con los que el director etíope pretende intensificar las emociones de los protagonistas, la injusticia en el caso de Hirut y la brutalidad en sus agresores.

La virtud principal de la película, además de la meritoria actuación de Tizita Hagere, termina focalizándose en su intención de hacer saber a la gente la triste realidad del país africano no sólo a nivel de la (nula) igualdad de género, sino también de toda la pobreza que rodea a sus habitantes. Desafortunadamente, la intención de criticar con tanta ferocidad los hechos que se nos muestran en pantalla hace que Difret posea un toque maniqueo y tan forzadamente truculento que lo espléndido de su mensaje acaba con varias paladas de tierra por encima. Una verdadera lástima, pero esa evolución hace inevitable calificar a la obra de Mehari como simplemente aceptable, porque al menos se deja ver, pero perdiendo todo carácter didáctico más allá de dar a conocer una realidad que, por otra parte, muchos ya intuíamos que desgraciadamente existía.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Kasanovic
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