Gorriones

Islandia es un país peculiar. En una superficie de unos 100.000 kilómetros cuadrados – es decir y para entendernos, un 10% más grande que Portugal – apenas viven unos 330.000 habitantes, en su mayoría de origen escandinavo (estuvo primero unido a Noruega y luego a Dinamarca) y más de un tercio de su exigua población reside en la capital, Reikiavik. Dada su marcada ubicación septentrional – muy cercana al círculo polar ártico – apenas recibe durante el invierno unas cuatro horas diarias de luz solar, mientras que en el verano sus noches son casi tan luminosas como los días. Estas singulares características se dejan sentir en este pausado relato sobre el tránsito a la edad adulta de un desorientado adolescente insular.

Es una historia poco novedosa ni apasionante, pero al menos nos permite atisbar lo que supone la ingrata cotidianeidad de crecer y madurar en una remota aldea islandesa, desterrado de la capital por una sobrevenida contrariedad familiar, viéndose por ello confinado a convivir con un padre tarambana y alcoholizado que deambula quejumbroso entre fracasos y melopeas. El confinamiento inhóspito se añade a la lejanía geográfica y anímica. Romper con la vida acostumbrada y adaptarse a la novedad – que se siente como un castigo inmerecido – resulta difícil e incómodo y cuesta aún más cuando no tienes a nadie en quien apoyarte (un padre remoto y desconocido, ningún amigo, sin nada de cariño ni amparo) y todo se te vuelve cuesta arriba y doloroso.

Quizás haya un exceso de laxitud y morosidad en el tempo narrativo, pero en conjunto estamos ante un perspicaz y agudo relato de formación y aprendizaje. El retrato del despertar sexual y afectivo de su protagonista resulta encantador y cálido, lleno de penetrantes observaciones y detalles humanos. Su frustración y desconcierto resultan verosímiles y cercanos, su bisoñez e impericia despiertan la complicidad del espectador que atiende interesado y alerta a los pormenores de la mínima trama que se desenvuelve apacible y sin aparentes sobresaltos durante los calmosos meses estivales bañados por un sol que no calienta y una luz que no cesa. La oscuridad permanece enclaustrada en lo más profundo y doliente del alma.

En definitiva, a ratos bordea el aburrimiento y resulta algo previsible y trillada, pero contiene algunos episodios que nos muestran una muy delicada sensibilidad y hondura que la convierten en una cinta recomendable. Sobre todo cabe destacar la intrincada y espinosa recomposición de la relación paterno-filial, la primera y desoladora experiencia sexual, así como la generosa mentira piadosa con la que reviste y reescribe el primer encuentro con su amada. Satisfactoria.

Ganadora de la Concha de Oro a Mejor Película en el Festival de San Sebastián, El segundo largometraje del joven y talentoso guionista y director islandés, Rúnar Rúnarsson, luego de su excelente ópera prima: "Volcano" (2011), y diversos cortometrajes. En "Sparrows", se basa en uno de sus cortometrajes: "Two Birds" (2008), y narra la historia de un joven de 16 años, Ari, que se ve obligado a regresar al lugar donde nació, en una remota región de Islandia, a vivir con su padre Gunnar, debido a que su madre, con quien vivía en la ciudad, se mudó del país.

A su llegada al pueblo encuentra todo cambiado, no conoce a nadie, sus amigos de infancia han crecido y tienen su vida, su padre sumergido en el alcohol... un ambiente desesperanzador con el que deberá lidiar en esta nueva etapa, y afrontar la situación, madurar y crecer... aunque sea una situación particular y dolorosa la que lo obligue a dar ese paso adelante al crecimiento. Bellamente filmada y dirigida, aunque en el cortometraje sólo conocemos una parte de la historia, el director trató de ambientar y contextualizar a sus personajes. Logrando un cuadro muy llamativo, bello, triste y doloroso. Sobre los prejuicios, la represión de los sentimientos, el no saber manifestar amor o cariño, incluso a familiares y seres queridos... pero en general sobre el crecimiento, y lo que ello conlleva en nuestras vidas... sacrificios, y la disposición de dar, aprender, amar... y enseñar a dar y amar. Y un bello dato: el director utiliza al mismo joven actor del cortometraje del 2008, Atti Oskar Fjalarsson, y vuelve a hacer un gran trabajo. Muy recomendada.

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Lo primero que me pasa por la cabeza es de dónde habrán sacado al chico protagonista. Para su corta edad es un prodigio de expresividad y economía gestual. Llena él solo toda la pantalla, sin perjuicio de que todos los demás actores también estén perfectos.
Lo segundo es una impresión personal: que para poder disfrutar de esta obra hay que desconectar temporalmente la cabeza y sus mecanismos. La historia te entra por algún otro lugar, más cercano al estómago. Supongo que tendría que decir el corazón, pero no fue así como lo sentí. No se me ocurre otra explicación para el extraño tipo de conexión que experimenté al verla, pendiente cada segundo de lo que sucedía en la pantalla. Y esto a pesar de que no se trata precisamente una película trepidante, sino de una morosidad casi japonesa.
En tercer lugar, chapeau por el director de fotografía: consigue convertir el paisaje, de una soledad sobrecogedora, en un protagonista más.
Resumiendo: en mi opinión ésta es una película única en cuanto a honestidad, sensibilidad y también por su crudeza, por mucho que a algunos les suene a dejà vu. Tal vez nos hayan contado lo mismo muchas veces, pero muy pocas de esta forma y con tal fuerza.

Sparrow se hizo con la aclamada Concha de Oro, como mejor película, en la 63 edición del festival de cine de San Sebastián.

El film es una coproducción de tres nacionalidades:Dinamarca, Croacia e Islandia. La película nos sitúa en la remota región de los fiordos occidentales, un lugar recóndito, al Noreste de Islandia, a sólo 200 kilometros de Groenlandia. El paisaje no es casual, en esta historia donde nos adentramos en la vida de Ari, un adolescente que se ve obligado a convivir con un padre rudo, Gunnar, poco acostumbrado a la comunicación y la cercanía emocional. El viaje interior del adolescente se mimetiza con el paisaje inhóspito, con una luz continua, que da poco margen a la serenidad interior.

La película es un interesante acercamiento a un paisaje, que condiciona emocionalmente, y a la lucha del joven Ari, y otros seres, por encontrar un modo de canalizar el sentimiento de abandono de desesperanza y fracaso, de reconducir la rabia, para encontrar su voz, su identidad y su manera de situarse en ese inhóspito entorno.

Pertenecen a nuestro mundo, incluso a nuestro continente; pero no se puede negar que viven su vida de manera diferente. El conflicto mil veces visto en la gran pantalla de hijo adolescente con relación difícil con su progenitor aquí permuta lo de difícil por inexistente.
A Sigursön le había visto en alguna otra peli que ha llegado hasta aquí, y clava el papel de padre ausente sin posible redención ante su propio tancredismo en lo que a su hijo se refiere. La iniciación adolescente aquí es tan brutalmente glacial como su clima, y salvaje como la naturaleza que somete a esos valientes hombres y mujeres que la sufren.
Ojo porque hay un par de escenas al final que valen con creces su visionado, que resulta algo monótono al principio.
En fin que tiene sus cositas si se es paciente con la parquedad general.
Nota: 5,60.