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La década prodigiosa

Intriga. Drama. Romance Theo Van Horn (Orson Welles) es un magnate excéntrico que vive en un castillo con su joven esposa Helen, a la que ha cuidado desde que la adoptó en un orfanato. Adopta también un hijo, Charles (Anthony Perkins), que se convierte en un extraño escultor. En esta extraña atmósfera se desarrollará una sórdida historia basada en el secreto, el incesto y el chantaje. (FILMAFFINITY)
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
25 de octubre de 2007
18 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Film realizado por Claude Chabrol y escrito por Paul Gégauff con la colaboración de Eugène Archer y Paul Gardner. Adapta la novela "Ten Days Wonder" (1948), de Ellery Queen (pseudónimo de Frederic Danay). Se rueda en exteriores de Colmar (Haut Rhin) y París y en estudio. Producido por André Genovès, se estrena el 1-XII-1971 (Paris).

La acción tiene lugar en una casa de la campiña francesa a lo largo de 10 días de junio de 1970. Theo Van Horn (Orson Welles), de 60 años, es un magnate excéntrico, dominante y misterioso, que se ha casado en segundas nupcias con Helene (Marlène Jobert), a la que había adoptado cuando era niña. También adoptó a Charles (Anthony Perkins).

El film combina elementos de drama, misterio, suspense y crimen. Chabrol se esfuerza en construir una atmósfera densa en torno a la familia, algunos de cuyos miembros se ven sometidos a chantaje por unos desconocidos. La música, la decoración opresiva y la arquitectura cluastrofóbica de la casa, contribuyen a crear un clima inquietante. Se añade la extraña personalidad de Theo, vanidoso y altanero, la fragilidad de Charles y los sucesos extraños que le rodean: se despierta en la habitación de un hotel de Paris, con las manos ensangrentadas y sin recordar lo ocurrido en los últimos días. El aislamiento y soledad de la casa refuerzan el ambiente opresivo. Pese a que el guión estaba escrito en francés, muy a última hora se decide rodar en inglés, lo que da lugar a unos diálogos poco eficientes y con errores de traducción. Protagonizada por actores de postín, Orson Welles concentra la atención por la preminencia de su papel y por su notable interpretación. Las referencias a las inclinaciones pedófilas de Theo y Helene son poco claras. Los desnudos son estáticos y rígidos. El texto contiene numerosas referencias religiosas (diez mandamientos), dedicadas sobre todo a la divinidad. Se mencionan dioses griegos (Zeus), romanos (Júpiter), el israelita (Jehová) y el cristiano (definido por la niña del tren). Incorpora citas cinéfilas dedicadas a Buñuel y Truffaut (pies), Hitchcock (posturas de Perkins tomadas de "Psicosis"), Rupert Julian (capa y sombrero del fantasma de la Ópera) y otras. Añade algunas citas cultas (Brahms y Bach). Diferencia perfección de belleza.

La música, de Pierre Jansen y Dominique Zardi, habituales de Chabrol, presenta un conjunto de melodías dramáticas, cuya variedad se basa en los diferentes instrumentos que las interpretan (cuerdas, viento, marimbas, etc.). La fotografía, de Jean Rabier, hace uso de tomas largas y muy largas, generosos movimientos de cámara con grúa y frecuentes "zooms" de aproximación y alejamiento. En la escena inicial el movimiento de la cámara pone de manifiesto, con sorpresa, que la imagen de Perkins es la de un espejo.

No es la mejor película de Chabrol. Sus limitaciones y carencias no le impiden contener elementos interesantes, en especial para los aficionados al cine del realizador francés.
Miquel
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27 de agosto de 2007
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película densa (está cargada de simbología religiosa subvertida y envenenada), misteriosa, agobiante y perversa, extrañamente colorista teniendo en cuenta la turbiedad y la negrura de lo que narra, en la que Anthony Perkins paga con la locura unas tormentosas relaciones con su padre (imponente y señorial Orson Welles), relaciones viciadas por los celos, la opresión religiosa y el sentimiento de culpa.
Si en "Psicosis" era la madre, esta vez le toca al padre ser el elemento desestabilizador del hijo.

Acompañan a Perkins y a Welles un Michel Piccoli algo ausente y una bella Marlène Jobert (madre en la vida real de Eva Green).
Sahar
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17 de abril de 2016
4 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Grotesco engendro del diablo de un tedio, despelotado y ambiciosamente psicotrónico, que ni en el mismo infierno, por demasiado exagerado y mostrenco, tendría cabida.
Con forma de cine negro o investigación jeroglífica, esta historia (sic) se cuenta a través de un mejunje, popurrí estupefaciente, gótico-simbólico-filosófico-religioso que no hay abogado del estado, seminarista albanés u otorrinolaringólogo gibraltareño que lo pueda toser o hincar el diente, ni modo.
Desgranemos, hagamos exégesis y pedagogía para todo el pueblo ahora.
Esto es Edipo (Perkins atlético, vaya brazos y manos hipertrofiadas, sensible y desquiciado como en él es de lo más habitual) angustiado y sangriento que se lía la manta la cabeza, además de escultor, imaginaos por un solo momento, y va directo a por el padre, Zeus en todo lo alto, para así poder retozar como dios manda con la madre de sus días en color.
No. Es Jesucristo, el mismito, que, tras haberse tragado de una sentada muy provechosa todos los mandamientos métrico decimales, decide un buen día derrocar a su padre viciado, gordo como cachalote y blandamente siniestro (el Welles imperial, con barba, batín de entretiempo y venerabilidad a regalar), para poder pecar día y noche, sin freno ni descanso, infinitamente, de todo, fornicio, masacre, saqueo, iconoclastia, blasfemia, sacrilegio, bisutería, lenocinio, satrapía, ave maría, nunca serás mía, elecciones generales...
Que no, que no, que tampoco. Que a Moisés lo abandonaron sus padres para que no lo matasen y un rayo impío y borrascoso....
En realidad, es la novela perdida que escribieron en su lejano día el matrimonio (gracias a la ley retroactiva de un político español casi postrero) formado por Chandler y Tomás de Aquino cuando vivían todavía en la Grecia clásica y se compraron para los veraneos un nidito de amor en la Judea de los profetas; obra magna que representa la lucha a muerte, eterna, entre la ciencia y la fe, o de cómo el hombre en su vana vanidad se dejó confundir por la superchería supersticiosa y los cantos de sirenas afónicas o, todavía mucho mejor, la deconstrucción esmerada e ipso facta de toda la santa tradición cultural greco-latina-judaico-cristiana, ahí es na, solo para empezar a hablar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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