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Presidente Mitterrand (El paseante del Champ de Mars)

Drama Biografía sobre François Mitterrand (1916-1996), presidente de la República Francesa entre 1981 y 1995. Cuando el presidente estaba ya entre la vida y la muerte, un joven y apasionado periodista intenta arrancarle sus opiniones sobre política e historia, sobre amor y literatura, sus certezas y dudas sobre la vida. Pero el anciano no está en condiciones de hacerlo porque para él pasado, presente y futuro ya son una sola cosa: el tiempo ... [+]
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
11 de junio de 2006
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de la gran interpretación y de unos pocos momentos buenos gracias a ella precisamente, el interés de asistir de esta manera a los encuentros entre el periodista y el político es escaso. La película entra en un bucle desde el principio y las mismas situaciones parecen repetirse una y otra vez.
Otro problema es que requiere un conocimiento previo de la vida política del personaje. El espectador que no lo tenga se aburrirá todavía más, no sabrá leer entre líneas y seguramente le dará un 0. Y yo le daré la razón (en parte), pues no habría costado nada una pequeña introducción. Hay formas elegantes de hacerlo.

Lo mejor: los momentos de decadencia física del presidente y bastantes confesiones "escondidas" entre sus palabras.


Un desperdicio de actores.
jastarloa
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12 de mayo de 2014
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Soportar un pestiño puede dar lugar a veces a contemplar aspectos escondidos en un largometraje. Tal cosa no ocurre en "Presidente Miterrand". Sorprendentemente es un tostón desde el minuto 1 hasta el final, el minuto 117. No obstante voy a aportar unas perlas que suelta la peli sobre el mandatario francés. En ella un joven escritor mantiene continuas conversaciones con el Presidente antes de que dos semanas despues abandone el Eliseo. Pues entre col y col, el Miterrand suelta lechugas como estas: "Nadie ha gobernado tanto como yo desde Napoleon III"..."Joven, ¿Cree que ya no intereso a nadie?". Pero ninguna como la que suelta en un viejo cementerio francés donde le espeta al jovenzuelo gabacho: "Es usted demasiado sentimental, aun le queda mucho que sufrir. ¿Sabe que puede cambiar? Hay que distanciarse de las cosas. Es necesario buscar la pasión de la indiferencia. Es la única manera de avanzar".
Bueno con semejantes mimbres de personaje...si a esto le añadimos un ritmo cansino y unas interpretaciones grotescas, imaginense.
Iker
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20 de febrero de 2017
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Michel Bouquet está a mil leguas de restituir la potente aura que se desprendía de Mitterrand, de dar cabal idea del distanciamiento helado y altanero que mantenía con sus interlocutores.
Tomé plenamente conciencia de ello durante una estancia en Francia, cierta velada en que fue el invitado de honor de la famosa emisión literaria Apostrophes, emitida en directo por TV, en el curso de la cual recuerdo el hechizo que transmitía evocando su apego a los árboles. Sensación más acusada aun cuando acto seguido se prestó a una entrevista en el parte, durante la cual el respeto que le mostró el periodista no era sino la manifestación del sentimiento innato de vasallaje que inspira un ser superior.

Sin prejuicio de lo que ha podido dar de sí el doblaje en español, del que todo se debe temer, con la interpretación de Bouquet Mitterrand semeja un duende malicioso, con algo de payaso.
... Y luego están esos decorados supuestamente elíseos, que hacen más bien pensar en interiores aseados de pisos del montón, ese cuarto de baño y bañera que sugieren acomodos para servidumbre.

¿Que tipo de ceguera intelectual pudo inducir a François Goron, crítico de Telerama, a extasiarse ante la supuesta "potencia teatral de Michel Bouquet,... imposible a discernir de su modelo?
Larrory
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21 de agosto de 2013
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El título español echa un poco para atrás, pues ante el histórico-poético del francés (que en español se queda como subtítulo: El paseante del Champ de Mars) uno teme vérselas con un producto marcadamente hagiográfico, si es que no directamente servil. Una vez vista la película, es evidente que ese título español era de lo más adecuado. Toda ella está empapada de un tono autojustificativo y exaltador del presidente al final de su segundo mandato, con su grave enfermedad ya declarada y en pleno avance. Las voces discordantes son breves, cortas –alicortas–, y más bien sirven de contrapunto para exaltar mejor la versión autocomplacida del interesado. Pues se trata de una película que defiende la versión de Mitterrand, ante su pasado oscuro y contradictorio, su aquí muy suavizada voluntad de poder y su oportunismo en todo momento, así como su sentido monumental y autorreferencial de la historia. Es cierto que también se atiende el lado frágil del hombre viejo y enfermo, pero siempre con el marco olímpico (mejor elíseo) de “gran personaje”. No ayuda el otro personaje, el que lleva el punto de vista (con algún salto narrativo innecesario y casi molesto, como si se tratara de un despiste), el joven periodista que le acompaña para escribir un libro y relatar “la verdad”. Tras ese periodista está el autor del libro en el que se basa el film (también coguionista), y ahí aparece otro flanco autojustificativo de todo el asunto. Cabe decir, además, que ese personaje está pobremente dibujado, y todos los detalles relativos a él (crisis matrimonial, embarazo de su mujer, discusiones políticas con su suegro, expectativa de otra relación amorosa) no logran darle mayor entidad. Tampoco ayuda el actor que lo encarna, aunque ya cuadra que fuera tan inexpresivo y soso. El encargado de encarnar a Mitterrand, Michel Bouquet, es sin duda un gran actor que hace mucho para dotarle de una vida que no acaba de salir del guión, de manera que con su esfuerzo y oficio pone en evidencia lo que no hay en la película, quedándose honorablemente solo en el empeño.
El personaje de Mitterrand resulta inevitablemente declarativo todo el rato, a veces con un punto pomposo que tiende a la comicidad involuntaria: el formato de la película parece no poderlo impedir. En algún momento llega a soltar verdaderas tonterías, como que el régimen de Vichy no tenía nada que ver con Francia. En cambio resulta más atinado lo que dice Bouquet/Mitterrand, en una escena viajando en tren, cuando pregunta a su camarilla de asesores cuál es el color de Francia. Ante la esperable y expectante falta de respuesta contesta él mismo que es el gris. Y entonces hace una exaltación del gris en todos sus matices. De Francia no lo sé –y más bien lo dudo, porque no creo que los países tengan colores propios, y menos uno solo. De Mitterrand, algo habría, aunque al lado de algunos otros colores, sin excluir el negro. Pero de la película estoy bien seguro: gris, gris.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Amin Adabaman
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