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La rodilla de Clara

Romance. Drama. Comedia Jerome, un escritor de mediana edad, intenta conquistar durante sus vacaciones a una joven de 17 años que tiene novio. Instigado por una novelista, lleva adelante una operación de seducción que tiene mucho de afirmación personal. (FILMAFFINITY)
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Críticas 23
Críticas ordenadas por utilidad
13 de mayo de 2009
68 de 72 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quinta entrega de la seria de seis films titulada “Los cuentos morales”, del realizador francés Éric Rohmer. El guión, del propio Rohmer, desarrolla una idea de Alfred de Graaff (supervisor de producción del film). El film se rueda en escenarios naturales de Annecy (Alta Saboya, Francia) durante el verano de 1970. Nominado a un Globo de oro, gana el Premio Louis Delluc y la Concha de oro (mejor película) del Festival de San Sebastián. Producido por Barbet Schroeder y Pierre Cottrell (“Mi noche con Maud”, 1969) para Les Films du Losange, se estrena el 15-XI-1970 (Francia).

La acción dramática tiene lugar en el Lago de Annecy y alrededores durante varias semanas (junio/julio) del verano de 1970. Jerome Montcharvin (Brialy), diplomático, agregado a la embajada de Francia en Suecia, de 35 años, que se halla a punto de contraer matrimonio con su novia sueca, acude a Annecy con el propósito de gestionar la venta de la antigua vivienda familiar de verano. Allí coincide con su antigua amiga, la novelista italiana Aurora (Cornu), que le presenta a sus amistades. Ocupada en una novela sobre las relaciones amorosas de una adolescente y un hombre mayor, le ruega que atienda a Laura Walter (Romand), una quinceañera que se siente atraída por él, hija de la propietaria de la casa en la que se aloja. De ese modo cree que le podrá ayudar a componer los pasajes centrales del relato. Las cosas se tuercen cuando Jerome se siente poderosamente atraído por Clara (Monaghan), hermanastra de Laura, de 16 años, aficionada al tenis, al voleibol y a navegar en canoa por el lago. Tiene novio, Gilles (Falconetti).

El film suma drama y romance. El realizador construye un relato desprovisto prácticamente de acción física, que trata de concentrar la atención del espectador en lo que ocurre en la mente del narrador (Jerome). La narración no explica, ni dice, ni expone, sino que se limita a mostrar, sin artificios, la evolución de los pensamientos y sentimientos interiores del protagonista. Le interesa, sobre todo, que el espectador perciba las emociones interiores del mismo. Para ello le invita a la contemplación directa y sincera.

Es importante que el espectador entienda en sus justos términos la supuesta fijación de Jerome por la rodilla de la muchacha. La rodilla no es un elemento fetichista a la manera de los pies en Buñuel o Truffaut. No es ni un símbolo, ni una alegoría que trasmita sugerencias o indicaciones sobre el deseo de posesión de Jerome. Es la supresión de la idea de posesión o, substitutivamente, su sublimación perfecta y completa. El placer no estriba tanto en el acto físico, como en la búsqueda y la aplicación de las estrategias y los juegos de seducción para conseguirlo.

(Sigue en el “spoiler” sin desvelar partes del argumento)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Miquel
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29 de diciembre de 2007
54 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta curioso que Jean-Marie Maurice Scherer, profesor de literatura, crítico de cine, redactor-jefe de Cahiers de Cinema se oculte bajo el seudónimo de Eric Rohmer (Eric por von Stroheim y Rohmer por el autor de Fu-Manchú). Rohmer, nacido en 1920 es autor prolífico, con más de ochenta películas en su haber, muchas como guionista, las más como guionista y realizador. Comenzó a hacer cine en 1959 y se dió a conocer en 1967 con "La coleccionista", en el Festival de Berlín. Tras "Mi noche con Maud", rodó en 1970 "La rodilla de Clara", que forma parte de sus seis cuentos morales. Rohmer, licenciado en Filosofía y Letras, es un intelectual que transporta al cine sus inquietudes filosóficas y morales. Junto al bello lago de Annecy, que pintó Cezànne, en un ambiente de vacaciones, tiene lugar la levísima acción, que da pie para que el autor exprese, a través del protagonista, en una serie de diálogos con una amiga escritora, su opinión sobre el amor y sobre la amistad, y efectúe un riguroso autoanálisis crítico de su conducta y de sus sentimientos en su relación con los demás. La conversación mantiene, siempre, un tono culto, refinado y sutil que nos obliga a prestar una atención constante, pues no importa tanto lo que sucede, apenas si sucede nada, como el estar atentos a la propia resonancia interior.
Es un film para la inteligencia, que sorprende nuestros ojos con una rara belleza.
El ermitaño
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19 de enero de 2010
35 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
El día que Servadac -uno de los rohmerianos más recalcitrantes que conozco- me confesó que “La rodilla de Clara” le había dejado algo frío, no pude evitar que una ligera tiritona recorriera todo mi espinazo. “Joder, vaya ánimos -pensé- mi segunda tentativa con Rohmer va a ser un rotundo fracaso. Fijo”.

Sin embargo, lejos de desilusionarme, decidí persistir en mi empeño y abordé la célebre cinta del maestro francés con toda la voluntad y el coraje del mundo. Consideraba que si había sido capaz de tragarme (con sumo placer, por cierto) “Mi noche con Maud” no veía por qué no podía hacer lo propio con la de Clara y su rodilla. Aún así, la frase de mi amigo Servadac seguía retumbando en mi cabeza (“me dejó fríiiiiiiiiiiiio”, “me dejó fríiiiiiiiiiiio”, “me dejó fríiiiiiiiiiiiio”, “frío, frío, frío, frrrrrío”). Por segunda vez, un leve escalofrío transitó por mi espalda hasta que se detuvo en su parte baja. En el culo, no. En los riñones, concretamente. Estaba visto que necesitaba una manta.

Así pues, confortablemente arropadito en mi manta de polyamida azul adquirida en Ikea y encomendándome -al mismo tiempo- a rouse cairos, Quim_Casals y todos los santos de la corte celestial, me dispuse a ver “Le genou de Claire” (que bonito suena en francés ¿no?) pasara lo que pasara. ‘Peti qui peti’, como decimos en català.

Sorprendentemente, a los pocos minutos ya había conseguido meterme de lleno en la conversación rohmeriana de turno. Una conversación que, como bien saben los que ya han visto esta peli, se desarrolla a lo largo de todo un mes. Sí, habéis oido bien: de todo un mes. El de julio, en concreto. Parando, lógicamente, para comer, beber, mear, cagar y dormir. Unos agradables recesos que, sin embargo, el espectador no puede llegar a disfrutar por obra y gracia de un montaje que los mutila y focaliza toda su atención en el noble ejercicio de la plática continua. Porque no veas como le dan a la sin hueso los personajes de Rohmer. Una pasada, de verdad. Parece que les den cuerda. Bla, bla, bla… bla, bla, bla… bla, bla, bla… Y aunque de tonterías y banalidades el tío de la barba frondosa, la escritora y las dos mocitas sueltan unas cuantas, la incontinente oratoria del cine rohmeriano cuenta con la ventaja que, de vez en cuando, lo que dicen estos personajes tiene sentido y, además, es interesante.

(to be continued)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Taylor
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22 de octubre de 2016
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dijo Luis Buñuel que si se le permitiera, el cine sería el ojo de la libertad. Pero nos tranquilizó diciéndonos que podíamos dormir tranquilos, que la mirada del cine estaba dosificada por el conformismo del público y por los intereses comerciales de los productores. Pero que el día en que el ojo viera y nos permitiera ver, el mundo estallaría en llamas.

Hubo un periodo donde el cine vio, donde el cine-quimera nos brindó el privilegio de la visión: Las décadas del 60 y del 70. Fue el esplendor de asistir al nacimiento del cine como instrumento activo de la verdad poética, del lirismo furioso, combativo y descarnado. Fue la desesperación asumida. El cántaro se había desbordado: Florecieron las vanguardias, recrudeció el cine político y militante, el código de la censura norteamericana comenzó a relajar las mordazas, se flexibilizó el canon industrial del tanque hollywoodense y se resintieron las rancias letanías conservadoras; las cosas comenzaron a llamarse por su nombre: se dijo genocidio y racismo, descontento social y violencia institucionalizada. El sexo en todas sus variantes se plasmó en rutilante tecnicolor y los héroes se cansaron de serlo. No hubo final feliz. Ni tampoco principio.

El sueño del cine siempre había estado vedado y resguardado por los centinelas de la moral imperante, cancerberos reaccionarios que operaron siempre mediante la omisión, la modificación, el reagrupamiento de los materiales y la siempre efectiva prohibición. Los censores del sueño fílmico son y han sido siempre los causantes de la desfiguración. Pero en este período, el cine se volvió un juego peligroso para los estándares, un material inflamable de rigor expresivo y densidad ideológica. Comenzó una guerra de luz y de sombras que subvirtió la realidad material y la devolvió al mundo de los sueños prohibidos y los deseos ocultos. La fuerza impulsora de la época nos recondujo al sustrato de lo vivo, de lo embrionario, de lo primigenio, al origen de nuestra dinámica más profunda. El ansia visionaria de estos creadores fue como una tinta invisible que brotó del alma desnuda, un punto de fuga que apuntó hacia el infinito. Nunca más el cine nos bendijo con un periodo tan lúcido de estridencia y arrebato creativo. Ni antes ni después alcanzó esas cimas.
Es por eso que…urgente reivindicación para:

LA RODILLA DE CLARA

¿Por qué volver sobre ella?

Porque Éric Rohmer representa el paradigma del cine de la "no-acción" de la Nueva Ola francesa, cine profundamente evocador, difícilmente imitable, sólo Richard Linklater y su trilogía de Céline y Jesse pueden considerarse herederos dignos de su universo. Rhomer, certero cazador, encargado de atrapar silencios y repartir soliloquios entre monólogos maravillosos. La rodilla de Clara es un elogio de la palabra, catalogo exhaustivo del conversador incansable, un sentido homenaje a la diáfana retórica de agridulces amores de verano, casi como emprender un viaje a través de aquel jardín de las delicias donde todo se parecía a todo y nada era más importante que otra cosa: La vida como coyuntura de situaciones imperecederas e irrepetibles.
nahuelzonda
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24 de noviembre de 2011
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocos como Éric Rohmer para trasladarnos esas sensuales apreciaciones sobre el descanso, la buena compañía y el placer; todo ello acompañado de forma habitual por la luminosa fotografía del hispano-cubano Néstor Almendros.
En esta ocasión nos hallamos a orillas de un lago que sestea entre verdes montañas, participando de las conversaciones de una pareja de amigos, ociosos intelectuales en proceso de cambio, que para animar sus días de asueto deciden poner a prueba las dotes de seducción de él, que contraerá matrimonio de forma inmediata, para que ella, novelista en busca de personajes, pueda situar el experimento en su argumentación literaria. Una adolescente, hija de una amiga de la escritora será la presa elegida; pero he aquí que aparecen Claire y su novio, y el cazador resulta cazado por la indiferencia de la guapa e insustancial jovencita hacia su persona.

Quienes no aprecien esa verbosidad frondosa de Rohmer que desnuda a la mínima expresión el mundo de las relaciones de la burguesía, se aburrirán, o al menos se adormecerán, con el suave oleaje de las aguas cautivas, con el canto de los pájaros y con el "corre-corre que te pillo" de la brisa picarona. Los que, como yo, gustan de esa exposición de impropias tentaciones de la gente bien, disfrutarán del tacto y la sensibilidad del director para contarlas.
Sinhué
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