Metroland

Película independiente que engrosa el curriculum vitae de un Christian Bale bastante joven, en una época de su vida que se caracterizaba ya por la buena elección de los papeles, arriesgando y marcando rasgos diferentes en su carrera. Lo mismo para Emily Watson, ya que su personaje aquí es el eje principal de la trama, haciendo de mujer misteriosa dotada de un grado de perdición hacia el personaje de Christian Bale que no hace sino explotar la poderosa química que esta pareja posee tras las cámaras para sumergirnos en la historia de un hombre que se debate en la exploración de su vida actual comparándola con sus aventuras del pasado.
Muchas cosas se pueden decir, enseñar y mostrar en esta película que son ciertas. En cierto punto de nuestras vidas miramos hacia atrás y queremos saber si ha merecido la pena. No una cosa, no una carrera, o un trabajo, o un matrimonio. Sino todo.
Este punto de inflexión real es lo que Saville ha sabido plasmar tan bien en "Metroland". La vida es como una estación del metro. Bale, atrapado entre Elsa Zylberstein y Emily Watson sin remedio, se encontrará frente a dos tipos de amor diferentes, dos elecciones. El punto negativo de la película es que es un tanto predecible llegado a un punto concreto: todos sabemos que aquel compañero con el que sostendremos elevados coloquios platónicos acabará ganando al pasional, en una guerra de desgaste, al que solo nos ofrece sexo a la larga le acabaremos viendo como un cutre, una persona fácil y vacía y perderemos el interés igual que como comenzó, es como una condena.... El sexo acaba aburriendo, pero no la conexión mental, que tampoco excluye el sexo, con lo que es más completa. .
Por eso "Metroland" es una interesante película. Es la única que conozco que plantea esta disyuntiva en una especie de triángulo amoroso entre las dos mujeres y Bale, y su mejor amigo reapareciendo en escena, para intentar traer a la "aburrida" vida de Bale un poco del cachondeo solterón de siempre.
Lo tradicional se impone o no se impone, pero nunca desaparece. Lee Ross cae en la sobreactuación pero Jonathan Aris no.
Buena película reflexiva, cercana y tan sencilla que dan ganas de repetir. Buenos escenarios franceses, pero mejores ingleses.