El taiwanés Ang Lee viene a ser como el equivalente cinematográfico a Madonna, todo lo que hace lo pone de moda ya sean románticas adaptaciones de Jane Austen, espectaculares películas sobre chinos voladores o una película de ovejeros sodomitas. Gracias a "Brokeback Mountain", vamos a poder disfrutar (o aberrar de) unos cuantos futuros westerns y a un mogollón de películas de temática filogay. Pero, consideraciones aparte, he aquí otro dramón de amor imposible en el que, como el adulterio ya no es lo que era, el impedimento será la ambigua condición sexual de los protagonistas. Digo ambigua porque no creo que el planteamiento de Lee se base en que los personajes tuvieran una homosexualidad reprimida en lo más profundo de sí, sino que lo que nos avisa es que el amor de tu vida puede llegar bajo la forma más inesperada y a veces ni siquiera encaja con tus propios esquemas, de modo que puedes hacer dos cosas: cambiar esos esquemas o dejar que pase de largo y arrepentirte para siempre. Los ovejeros de "Brokeback Mountain" se quedan a medias de ambas opciones, sin acabar de decidirse hasta que el tiempo, inevitable enemigo, toma la más cruel de las decisiones por ellos. La historia se vuelve una píldora amarga, más digerible gracias a la profusión de bellos paisajes (que rozan peligrosamente el postalismo), un guión que se desarrolla a trompicones hasta el perfecto final y un prodigioso actor -Heath Ledger- en el mejor papel de su vida, acento a lo John Wayne incluido.