"Sólo dormíamos. Nos encantaba dormir cuando era el momento de dormir. Sin sexo. Quiero decir, teníamos sexo… pero lo que realmente nos encantaba era dormir como bebés el día entero."

Este monólogo, que el protagonista interpreta ante su compañero de trabajo y vecino, marca la pauta de lo que será la película. Adultos que, ya creciditos, se comportan como niños. Niños que, demasiado pequeños, se comportan como adultos. O lo intentan.
Gran idea, muerta desde un principio, la película se convierte en un experimento fallido.

Y es que como experimento que es, tiene sus riesgos. El primero de ellos es el que suena a masturbación de la directora-guionista-protagonista, que se dibuja en la pantalla como un repelente personaje torturando al espectador con su inseguridad adolescente (aunque ya no lo sea) y sus, cuando menos dudosas, aspiraciones artísticas. El segundo es la superficial construcción de los secundarios, que resultan pedantes hasta no siéndolo en absoluto, dotando a todo lo que acontece en la pantalla de un toque de banalidad totalmente inadecuado para la propuesta original.

Pero el gran fallo, supongo, es no saber aprovechar sus virtudes. Tanto el gran final, que condensa todo el mensaje, como el desarrollo del personaje más interesante de largo de la película, el niño pequeño, se ven lastrados por una serie de insustancialidades, sinsabores y una gran sensación de sosez general. Saltan a la vista ansias de epatar, de impresionar, de ser original, de sorprender. Y, claro, con tan poquito no se puede.


Además, por otra parte:

I'm gonna be free.
I'm gonna be free.

And I'm gonna be brave.
I'm gonna be brave.

Y mucho más parloteo. Sencillamente desesperante. Ah, y luego un pez. Pues vale.