Toro

La importación del modelo genérico del thriller al contexto español ha dado frutos muy interesantes en los últimos años, como demuestran las obras de Urbizu, Rodríguez o Monzón. Lamentablemente, Maíllo, que se había atrevido a debutar en el largo con un sugerente ejercicio de ciencia-ficción, no sale tan airoso del reto. Enfrentado a un guion sobrecargado de contenidos y de referencias simbólicas (los toros, la religión, la arquitectura, las relaciones paternofiliales, la cultura del dinero fácil, el amor, la traición, el destino... ¡hasta los ojos!) y falto de verosimilitud en el diseño de algunos personajes (Romano, sobre todo) y de escenas de acción claves (el robo en el apartamento, el enfrentamiento final), el director opta por una estetización constante, que abarca de la fotografía a la música, pasando por unos títulos de crédito de un barroquismo innecesario. Todo ello en busca de un cierto hálito poético que nunca llega a cuajar, porque en realidad la trama pedía otra cosa: más sequedad, nervio y pericia narrativa, y menos flamenco y violencia de diseño. Una pena, entre otras cosas porque se desaprovechan dos buenos actores (Tosar y Sacristán) que aquí nunca acaban de resultar creíbles. No ocurre así con Casas, que sostiene muy dignamente la película gracias a una composición del personaje tan estudiada (esos andares, esa entonación) como comedida.