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Mujercitas

Drama. Romance Amy, Jo, Beth y Meg son cuatro hermanas en plena adolescencia, que viven con su madre en una Norteamérica que sufre lejanamente su Guerra Civil. Con sus variadas vocaciones artísticas y anhelos juveniles, descubrirán el amor y la importancia de los lazos familiares.
De la hermandad a la sororidad
Admito que el estado de ánimo con el que afronté mi primer encuentro con este, el segundo largometraje dirigido en solitario por Greta Gerwig, seguramente no era el más adecuado. Confieso que acudí a la cita con una mezcla de miedo y, aún peor, pereza. Tanto un sentimiento como el otro se debían a la poca conexión que logré establecer con ‘Lady Bird’, la aclamada anterior película concebida y comandada por esta cineasta, un boom tan generacional que, a lo mejor por esto, en ocasiones me hundió profundamente en esa brecha -insalvable- que separa a los jóvenes de los ya-no-tan-jóvenes.

Por esto, y porque ‘Mujercitas’ me parecía (como me lo parece ‘Ha nacido una estrella’, por ejemplo) esa obra de prestigio reconvertida, por obra y gracia de la maquinaria hollywoodiense, en una especie de ritual de sangre ofrecido, a lo mejor, a unos dioses antiguos. A unos seres todopoderosos y a menudo tan crueles como perezosos (también conocidos como “gran público”) que exigen, de forma periódica, que se les satisfaga con esos rituales y liturgias que tanto conocen... y de las que nunca se cansan. Ahí estaba, pues, la que bien podía ser otra adaptación (una más, vaya) de la novela homónima de Louisa May Alcott, esa historia que tantas veces se nos había contado antes, y que por ende, ya no podía sorprender.

Y sin embargo, la presunta repetición caló en mí como una experiencia sorprendente, incluso única. A nivel personal, con ‘Mujercitas’, Greta Gerwig me recordó la falta de prejuicios con la que debemos acercarnos siempre a una propuesta artística. Bendita cura de humildad, cargada de argumentos que además consagran la fuerza y la razón de una voz a la que no quedará más remedio que escuchar con total atención. Y a lo mejor, también con devoción. No por imposiciones de los tiempos presentes, sino por el talento que atestigua cada frase pronunciada; cada opinión valientemente arrojada.



Incluso con aquellas en las que parece que no lleva razón, se percibe esa verdad -humana- de quien entiende que cuando nos equivocamos, es cuando más podemos crecer como personas. No en vano, esta versión (o mejor dicho, reinterpretación) de ‘Mujercitas’ está cimentada (e igualmente agitada) en un proceso de aprendizaje que, a efectos prácticos, y como no tarda en descubrirse, marca el tempo en el recorrido vital de cada una de las protagonistas. Como en todas las adaptaciones anteriores, la narración se detiene en aquellos puntos que, a estas alturas, ya esperamos; aquellos que, por pura repetición, tanto acaban calando en la memoria.

Pero más allá de los peajes esperables, Gerwig empieza a dejar su propia huella (pues al fin y al cabo, de esto trata su película) evidenciando ese gusto por el riesgo que solo puede residir en los espíritus atrevidos, valientes... jóvenes. El primer factor diferencial de esta ‘Mujercitas’ con respecto a sus “hermanas” está en una narración partida en dos mitades, separadas la una de la otra por un lapso de siete años. Tiempo suficiente, como decía, para crecer; para aprender. En esta ocasión, saltamos hacia delante y hacia atrás en un calendario que parece avanzar y retroceder en única atención a los deseos más volátiles del cuerpo.

Lo llaman calentón, pero en realidad, la cinta se entiende mejor como resultado de la conjura de pulsiones más calmadas; de fuerzas que solo pueden surgir de experiencias debidamente sedimentadas. Porque solo con sabiduría -vital- se puede entender la sentencia con la que empieza esta aventura: “He tenido muchos problemas, por esto escribo relatos alegres”. Lo declaró la responsable originaria... y se lo apropia ahora alguien que puede ostentar, con total legitimidad, el mismo estatus de autora. Al fin y al cabo, lo que hace aquí Greta Gerwig es convertir el material ajeno en propio, o si se prefiere, firma un producto nuevo a partir del cuento de toda la vida.



En esta ocasión, el pasado reciente y el pretérito se fusionan en un todo que no se sabe si es un conjunto de recuerdos, o si por el contrario es la luminosa y esperanzadora promesa para un futuro que ya está a tocar. Renunciando a la narración lineal, la directora y guionista nos envuelve en una nebulosa de sensaciones que dan cuerpo, a lo largo de dos horas y cuarto de metraje, a los grandes enigmas cuya resolución marca, a fin de cuentas, el paso de todo ser humano por este mundo. El misterio que rodea tanto la vida y la muerte, como a aquello que los une (¿el amor?) se desvela con sincera y emocionante fe en la energía más pura de todas: la bondad humana.

Por el camino, recordamos que Saoirse Ronan y Florence Pugh operan actualmente en una esfera casi divina, y que en ese mismo nivel encontramos a Alexandre Desplat y a Yorick Le Saux. Actuaciones, partitura y fotografía igualmente excelsas: un conjunto que brilla porque así lo hace cada una de sus piezas. Del mismo modo, el dibujo que Greta Gerwig ofrece de las cuatro hermanas protagonistas puede leerse en clave de -formidable- composición feminista. Cada “mujercita” afronta el crucial trago de la entrada en la vida adulta a su propia manera, sin responder a tópicos en la creación de personajes, sino atestiguando la imprevisible serie de avatares que da forma a cada uno de nosotros.

La belleza, la fragilidad y la determinación son elementos de la misma ecuación, y responden a aquel axioma del principio: después de haber sufrido problemas, vamos a buscar la alegría. Por su parte, Greta Gerwig (confirmada como estupenda artista... y como gran mujer) parte de un relato con consideración de clásico... para aterrizar en un moderno canto dedicado a las virtudes de la feminidad. Patrimonio todas ellas de dicho género, sí, pero afortunadamente contagiosas. A nosotros, espectadores, también se nos invita a aprender, y a inspirarnos (sobre todo a partir de un impresionante salto meta-artístico propuesto a modo de cierre) con la vida de Louisa May Alcott... que bien podría ser la de Greta Gerwig... que bien podría ser la nuestra. Da tanto gusto como un libro soberbiamente escrito y encuadernado.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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