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El crack Cero

Cine negro. Drama Seis meses después del suicidio del afamado sastre Narciso Benavides, una misteriosa y atractiva mujer casada visita a Germán Areta, prestigioso ex policía de la Brigada Criminal y ahora detective privado, para que inicie una investigación exhaustiva sobre el “Caso Benavides”. La mujer está convencida de que el sastre, que era su amante, fue asesinado. Aunque su instinto le dice a Areta que la gente sólo mata por amor o por dinero, irá ... [+]
Esencia de Areta
Esta historia empieza como lo hacían las dos anteriores (o las que aún están por venir, según cómo se mire): un momento de calma se descubre como antesala de un estallido de violencia. Una escena prácticamente costumbrista se transforma, en un abrir y cerrar de ojos, en una situación crítica; en un punto de ebullición que requiere de una toma de decisiones a la altura de la gravedad de las circunstancias. Primero estábamos en un bar-restauran de carretera, y la gente comía, bebía y jugaba a las tragaperras de manera totalmente despreocupada, pues nadie sospechaba que dos maleantes estaban a punto de irrumpir en escena.


Después estábamos en un garaje. Ahí, dos amigos se libraban a los imperecederos placeres de la tertulia. La añoranza de tiempos pasados, como casi siempre, tomó el control de la conversación, y les llevó a revivir los greatest hits pugilísticos del Madison Square Garden… y a lo mejor les impidió ver lo que acechaba a la vuelta de la esquina: una panda de gamberros apostados en el interior del coche de uno de ellos. Ahora (es decir, antes de todo esto), estamos en un local donde se celebra una partida de Mus. El monopolio masculino en este tipo de ambientes es roto por la presencia de una mujer que maneja las cartas con innegable soltura. Pero esto, de verdad, es el comienzo de siempre… para la historia de siempre. Da igual si el tiempo avanza o retrocede: al final, todo sigue igual.


De repente, una pareja rompe la atmósfera apacible en la que nos habíamos instalado. Él es un bruto, un indeseable que se dirige a ella a base de gritos, de menosprecios, de insultos… y que la zarandea, la trata con violencia y la arrastra de mala manera a la peligrosa intimidad de los servicios. Pero por suerte, tanto en aquel bar-restauran, como en ese garaje, como en este local, encontramos al mismo personaje. Un hombre de mirada penetrante, y cuyo labio superior está delimitado por un fino bigote que tiene algo de antifaz: un rasgo físico que traza cierta aura icónica. Se trata de un antiguo y distinguido miembro del cuerpo policial… reconvertido a investigador privado, o mejor dicho, a ese hombre que en España lo hace todo (genial).


Treinta y seis años después de ‘El crack dos’ (treinta y ocho desde la primera incursión de ‘El crack’), José Luis Garci (de tres cuartos de siglo de edad) revive una de las figuras más míticas de su filmografía, y lo hace evitando la tentación de lo crepuscular. En una época marcada cinematográficamente por la recuperación de los mitos del celuloide a partir del combustible en el depósito de reserva de la vejez, el cineasta madrileño opta por lo contrario, es decir, por el rejuvenecimiento. Germán Areta cambia pues las arrugas en la frente de Alfredo Landa por la piel tersa y lisa de Carlos Santos.


Pasamos, con ello, de esa mirada fiera pero cansada, a esta a la que se le intuye un leve deseo de sonreír; a una que todavía se está curtiendo… pero que ya impone todo el respeto que merece el posesor de ese apodo que lo dice todo. ‘El crack Cero’ responde, como insinúa el propio título, a la voluntad de acercarse a los orígenes de la leyenda. Con este movimiento, la saga pasa de moverse en la (por-aquel-entonces) actualidad, a confirmarse como una producción de época. Ahora toca mirar atrás, al noviembre del año 1975, para ser exactos, o sea, al punto crítico en que toda una nación estaba pendiente de la salud de un solo hombre, para ver si las cosas cambiarían… o si por el contrario, seguirían iguales.


La frágil salud de Francisco Franco se instaura como telón de fondo en esta “nueva” investigación que, como cabía esperar, será una premonición; una declaración de intenciones, si se prefiere, con respecto a todo lo que está por llegar: el Areta de Alfredo Landa era de aquella manera porque el Areta de Carlos Santos es así. Un diálogo entre actores, personajes y títulos enmarcado en la misma franquicia, confluencia similar a la propuesta por el James Bond de Sean Connery y el posterior (¿o anterior?) de George Lazenby en la fundacional ‘007 al servicio de su majestad’. Como sucedía en aquel caso, la trilogía de “El crack” trata sobre la construcción de la identidad (¿nacional?) a base de heridas incurables.


El paso del color al blanco y negro se descubre como la única apuesta irónicamente innovadora en un conjunto que, por todo lo demás, decide mantenerse fiel a los principios que definen la identidad del sello. Un respeto por la esencia que habría firmado el propio Germán Areta, el detective de olfato infalible; el hombre que habla, que escucha, que mira con suma atención… y que está condenado a recordarlo todo. Con todo esto, José Luis Garci luce veteranía y firma un emocionante ejercicio de cine de la resistencia (al paso del tiempo, se entiende). En la elección de tomas estáticas, en el uso de la música para la transición entre escenas, en el trabajo actoral, en la escritura de un texto muy auto-consciente de que todos sus diálogos existen para ser filmados… ‘El crack Cero’ se comporta como lo que es: una película antigua. Y a mucha honra.


Garci nos habla, al fin y al cabo, de un país (el nuestro) al que se le niega el respiro del cambio. Entonces, para tratar dicho fenómeno, ¿qué mejor que un cine igualmente empeñado en permanecer exactamente igual? Esta España, plasmada a partir de un prisma profundamente “mesetario”, llama al desencanto y al posado nostálgico por igual, y toma cuerpo a partir de una película en la que lo clásico no teme caer en la consideración de añejo, al contrario, parece estar encantada con que se la catalogue así. Del mismo modo, en tiempos de grandes producciones rehenes de las nuevas (híper-)sensibilidades del gran público, alivia profundamente ver la libertad con la que se expresa un artista que siente que, a estas alturas, no tiene por qué dar explicaciones a nadie. A lo mejor, a él mismo. Es por esto que ‘El crack Cero’ funciona también en clave de -merecido- auto-homenaje: se trata, a fin de cuentas, de otra reverencia a esa manera de contar historias que profesa José Luis Garci (y ahora mismo, pocos más); esta de la que, visto lo visto, está locamente enamorado.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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