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Aladdin

Fantástico. Musical. Romance. Aventuras Aladdin (Mena Massoud) es un adorable pero desafortunado ladronzuelo enamorado de la hija del Sultán, la princesa Jasmine (Naomi Scott). Para intentar conquistarla, acepta el desafío de Jafar (Marwan Kenzari), que consiste en entrar a una cueva en mitad del desierto para dar con una lámpara mágica que le concederá todos sus deseos. Allí es donde Aladdín conocerá al Genio (Will Smith), dando inicio a una aventura como nunca antes había imaginado. (FILMAFFINITY) [+]
En tierra de nadie
Los mejores triunfos de este "Aladdin" de Guy Ritchie son las memorables canciones de Alan Menken, Howard Ashman y Tim Rice, y el personaje del genio de la lámpara. Lo malo es que ambos ya estaban presentes en el original animado de 1990. ¿Se puede pedir riesgo en una película de Disney en 2019? Parece que no. Pero sí se podría pedir, al menos, un poco de arrojo, ya que este 'remake' con personajes reales llega firmado por un director eminentemente gamberro. Pues tampoco. Aquí no hay rastro del autor de "Lock & Stock" o "Snatch: Cerdos y diamantes", ni de quien destrozó la figura de Sherlock Holmes en 2009 y 2011 en dos películas lamentables pero, al menos, rodadas con personalidad.

Así las cosas, hay que conformarse con lo que hay. Y lo que hay es un Disney del nuevo milenio en estado puro. Espectáculo desatado, buenos sentimientos, romanticismo y humor a partes iguales y una confirmación de que el protagonismo absoluto recae en el departamento de CGI. Planteamientos que, en sí mismos, no son ni buenos ni malos, pero que encorsetan las películas dentro de la pista de un circo que cada vez sorprende menos. De modo que resulta muy complicado, como pretende "Aladdin", encerrar a tres películas en el espacio de una sola: una infantil, una juvenil y una adulta. La última resulta casi inexistente y las dos primeras se confunden y anulan entre sí.



"Aladdin" no puede evitar moverse en la indefinición. En esa imprecisión cinematográfica que ha colonizado el cine comercial hasta anular cualquier atisbo de originalidad. Las películas, hechas en serie, derogan incluso la identidad de un director singular como es Guy Ritchie que, probablemente, no tenga la culpa de la impersonalidad en la que navega una obra que está firmada por él como podría estarlo por cualquier otro buen profesional. Quizá el cine comercial del nuevo milenio esté abocado a estas señas de identidad.

Tras comenzar con un clásico "érase una vez...", la película mantiene durante casi todo su primer acto un tono aventurero que recuerda al aroma del cine clásico, en una suerte de preciosismo visual rodado con cierto brío y sin demasiadas estridencias. Incluso la canción "Arabian Nights", uno de los emblemas musicales del filme de 1990, está incluida con suma pericia durante los títulos de crédito, que acompañan a unas imágenes filmadas casi "a la antigua". Sin embargo, su fuerza se apagará progresivamente, atada a las consignas del cine contemporáneo: todo debe valer para todos los públicos. De manera que se llega a un tercer acto que, por descontado, apuesta sin tapujos por la grandilocuencia y el apogeo de los efectos especiales y que culmina en un pandemonium de agresividad visual en el que el director pinta poco o nada. Es el momento en que el CGI se revela como el verdadero autor de "Aladdin".

Aclaremos ya que los mejores momentos del espectáculo se encuentran en su secuencias musicales, en las que las canciones de Menken, Ashman y Rice lanzan tanta emotividad que vibran en la pantalla por sí mismas, no por el tratamiento visual que ofrece Ritchie. También hay canciones nuevas escritas en colaboración con Alan Menken por Benj Pasek y Justin Paul, presentes en "La La Land" y "El gran showman". Y una de ellas, "Speechless", puede convertirse en otro éxito: un himno de autoempoderamiento cantado por la princesa Jasmine, filmado con habilidad en un plano secuencia (digital, por supuesto). Y entre la planicie emocional que entrega la película, también supone un acierto la intensidad con que está filmado el tema por excelencia de la función, "A whole new world" (Oscar a la mejor canción), con el vuelo del protagonista y la princesa a lomos de la alfombra mágica. Ya que estamos, resulta obligatorio resaltar que Naomi Scott recrea a una princesa Jamine blandengue y uniforme, aunque brille como cantante, y que Mena Massoud es un Aladdin tan falto de carisma y presencia fílmica como endeble vocalista.



Ahora bien, entre tanta impersonalidad, entre tanto páramo fílmico, "Aladdin" cuenta con un escudo de indiscutible validez, y ese es el genio de la lámpara. Si en la película de 1990 era parte fundamental de su atractivo, en esta se convierte en un pilar indiscutible. Un personaje que casi forma parte del imaginario de los espectadores de Disney y que ahora se rearma con una fuerza inusitada. Por supuesto que hay que alabar el trabajo de Will Smith (a quien parece que está de moda criticar), el verdadero núcleo de las pocas bondades de esta película. La lástima es que se trata de un actor que se ha permitido a sí mismo muy pocas veces demostrar su excelencia. Smith participa en demasiadas películas mediocres, cuando no funestas. Pero ha demostrado su calidad dramática en filmes excelentes como "Alí" y también en otros vulgares como "En busca de la felicidad". Y su potente capacidad cómica se reafirma en su recreación del genio de la lámpara. Su carisma es tan grande (ayudado por unos asombrosos trucajes que consiguen que, ahora sí, el apogeo de efectos especiales esté justificado), que la película late cuando está en escena y se adormece cuando está ausente. El genio de la lámpara pasa demasiado tiempo dentro de ella.

Probablemente los chavales se lo pasen en grande con una película como esta. Ya hubiéramos querido los aficionados veteranos tener al alcance, en nuestra infancia, los ordenadores que dan forma a las imágenes de "Aladdin"”. Pero no tiene por qué resultar purista ni altanero reclamar un poco de alma, un poco de sentimiento, un poco de cine, a los productos 'mainstream'.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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