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Rojo

Thriller. Drama. Cine negro A mediados de los años 70, un hombre extraño llega a una tranquila ciudad de provincias. En un restaurante, y sin motivo aparente, comienza a agredir a Claudio, un reconocido abogado. La comunidad apoya al abogado y el extraño es humillado y expulsado del lugar. Más tarde y camino a casa, Claudio y su mujer, Susana, son interceptados por el hombre extraño que está decidido a vengarse. El abogado toma entonces un camino sin retorno, de muerte, secretos y silencios.  [+]
El horror interior
Benjamín Naishtat inicia su tercera película con un plano fijo de dos minutos en el que un rótulo sitúa con exactitud el lugar y el tiempo de la acción: una provincia argentina en 1975. La imagen muestra la fachada de una casa, de la que salen poco a poco sus habitantes, algunos con maletas o enseres y otros con las manos vacías, en una especie de triste desfile en el que se adivina un abandono no deseado del hogar. Los siguientes momentos de "Rojo" serán aún más impactantes.

En un alborotado restaurante, un individuo, abogado local, estudia la carta de comidas mientras espera a su mujer; pasados unos instantes, otro sujeto se le acerca y le impele, con muy malos modos, a que le ceda la mesa, ya que él quiere comer inmediatamente. El inicialmente agraviado se convertirá en agresor y humillará al otro hombre ante todos los comensales, lo que desembocará en un estallido de inesperada furia. Con un juego de encuadres prodigioso y un magnífico uso del espacio y del corte exacto de cada plano, Naishtat ofrece casi diez minutos de cine vibrante y agresivo, de músculo visual exhibido ante el asombrado espectador. Tan potente comienzo marca a fuego el contenido de "Rojo".

Como decíamos, la acción se enmarca en 1975. El golpe de estado militar encabezado por Videla tendría lugar el 24 de marzo de 1976. Pero durante los meses precedentes al golpe, en Argentina se promulgaron los llamados Decretos de aniquilamiento, dictados por el Poder Ejecutivo Nacional, redactados durante el gobierno constitucional peronista con la intención de "neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos". Ese mismo año comenzó el drama de los desaparecidos, que explotó durante los años de la dictadura.



La primera parte de "Rojo" sienta las bases de un relato que retrata un entorno de violencia soterrada, dispuesta a estallar en cualquier momento y con cualquier excusa, una sociedad en la que comienza a desarrollarse el tumor de la tiranía y a la que ya se le he inoculado el virus del miedo.

En la maestría del guion y la puesta en escena de Naishtat recae en el hecho de que el horror permanezca siempre en un segundo plano y que la acción vaya mostrando las claves por medio de pequeños detalles, de inquietudes parciales u ocasionales, en una película llena de conversaciones, de palabras, de personajes que hablan y hablan sin cesar y que ocultan, tras su palabrería, su miedo, su impudicia, su mezquindad o su consentimiento. Personajes que, como el protagonista interpretado por Darío Grandinetti, se enredan en un laberinto de corrupción moral que refleja la corrupción social y política que devoraría a Argentina. Sujetos que ya guardan en su interior la enfermedad de la insolidaridad, que solo necesitan de un pequeño empuje para mostrar sus verdaderos rostros. Grandinetti como espejo de todo un país.



"Rojo" adopta un lejano formato de 'thriller', pero es, en realidad, un drama descarnado en el que el terror vital siempre se encuentra subyacente, bajo unas imágenes de gélida desnudez, de una simplicidad visual que se convierte en densidad emocional. Sí, "Rojo" tiene un cierto aire de cine negro, pero es, en realidad, una película de denuncia social, airada y combativa.

Entre la apabullante firmeza expositiva de la película, Naishtat deja pistas que explicaban el sentido último de sus intenciones. Cómo, mientras aumentan las desapariciones, Grandinetti sabe mirar hacia otro lado. Cómo se relaciona con el detective que interpreta Alfredo Castro (un actor monumental, inconmensurable, asiduo en las películas del chileno Pablo Larraín), una suerte de místico desalmado ("Acá se está combatiendo un mal mayor", grita en un momento clave de la película), de disfrazado ángel de la muerte en el que se adivinan los ecos de la crueldad del poder.

Y entre esas pistas, entre esas metáforas que tanto gustan al cineasta argentino, se revela como esencial una secuencia de apariencia intrascendente, pero que condensa toda la perversión que quiere denunciar el filme: una escena en la que Grandinetti recibe junto con su familia a unos amigos; su mujer bebe agua en una taza de café y explica que, como resulta obligado socialmente beber algo en una reunión, oculta su deseo de no tomar nada y acaba enmascarándolo de esta manera. Eso mismo es lo que Grandinetti y quienes lo rodean van a establecer como pauta vital. ¿Por qué no mentir, si es más cómodo que decir la verdad? ¿Por qué no disolverse entre las convenciones, si es más fácil que alzar la voz? ¿Por qué no enzarzarse en un mundo de corruptelas e inmundicias, si es lo más sencillo? ¿Por qué no mirar hacia otro lado, si es lo más seguro? ¿Por qué no hacer todo ello, si aún no haciéndolo nosotros, lo harán todos los demás?

Estas son algunas de las incisivas e inquietante preguntas que plantea "Rojo", que demuestra una vez más que el cine de género puede convertirse en el más combativo cine social.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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