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La influencia

Terror Alicia regresa a la siniestra mansión de la que huyó siendo una niña -un hogar que nunca ha albergado infancias felices-, convertida ahora en una joven madre de familia. Acompañada por su marido y su hija Nora, de nueve años, Alicia busca rehacer su vida mientras se ve obligada a enfrentarse a un pasado que creía enterrado y a un cuerpo que se resiste a morir: el de Victoria, la posesiva matriarca de la familia, quien ha caído en un ... [+]
¿El terror era esto?
El escritor británico Ramsey Campbell, considerado por los seguidores de la literatura de terror como uno de los herederos de H. P. Lovecraft, ya había sido adaptado en dos ocasiones en el cine español. Jaume Balagueró lo hizo en "Los sin nombre" y Paco Plaza en "El segundo nombre". Ahora lo retoma Denis Rovira van Boekholt, que debuta en el largometraje avalado por tres cortos de desigual interés, el interesante "Ángel", el desvaído "Lazarus Taxon" y, el desasosegante "El grifo".

Campbell es un escritor interesado en ahondar en ambientes malsanos y en relatos oscuros que penetren en los rincones poco amables del ser humano. Y en ese tono comienza "La influencia", con la llegada de la protagonista, Alicia, acompañada por su marido y su hija pequeña, a una tenebrosa mansión familiar cargada de terroríficos recuerdos infantiles. En tan siniestro lugar permanecen su hermana Sara y su madre, postrada en un coma irreversible. Alicia se verá obligada a enfrentarse con su pasado, más aún cuando la pequeña Nora comience a mostrar una misteriosa fascinación por la abuela inerte. Pronto se revela que la madre es una suerte de culmen de la malignidad, entregada a prácticas de brujería y empedernida maltratadora de sus dos hijas durante su infancia.



El porqué de todo ello será uno de los enigmas de una película que comienza medrosa, continúa aburrida y finaliza insensata, porque la cosa es que la "La influencia" es un relato al que en todo momento se le ven las costuras, que incita al espectador a un juego tramposillo y en el que su presunto terror llega acompañado por trucos de guion y, en especial, por sustos que quieren ser tremebundos, pero que solo sobresaltan porque están arropados por golpes de música lanzados con un inaudito volumen. Digámoslo ya, golpes de música que exasperan al más templado. ¿De verdad que en 2019 no se puede hacer una película de terror sin tan cavernícola recurso? Un personaje pasea por un pasillo en penumbra: una música percutante lo acompaña; un personaje se asoma a una habitación siniestra: una música ominosa resalta su mirada; un personaje accede a un objeto que revela parte del misterio: una música siniestra adorna sus movimientos; un personaje no hace nada: una música persiste tras la imagen. Y ante cada sobresalto… ¡decibelios!

Lo cierto es que uno comienza a recelar ya a los diez minutos de metraje cuando llega, con su correspondiente estrépito sonoro, el primer susto de la función… causado por el hecho de que a Alicia le ponga su señor esposo una mano en el hombro mientras se está mirando en el espejo del cuarto de baño. Desde ese lamentable momento, por desgracia, todo irá a peor.

La previsibilidad más absoluta reina en una puesta en escena entregada a cumplir todos los patrones más rancios del género. Los acontecimientos se suceden sin otra lógica que los caprichos del guion y ninguna imagen se impregna de inquietud, en parte por las agresiones auditivas que provocan los mazazos musicales, en parte porque la cámara parece estar situada siempre en el lugar equivocado. Mientras, los personajes se comportan sin razón alguna, toman decisiones incomprensibles, permanecen impávidos a la espera de las agresiones del mal y se acercan a la resolución del misterio o se desvían de ella según convenga, se asustan o están tranquilos al albur del capricho, encerrados a menudo en primeros planos carentes de toda expresividad.



Entre bostezo y bostezo, uno puede preguntarse por qué en una casa donde va a habitar una niña hay un hacha gigantesca colgada en la pared que nadie se plantea retirar (sí, es para que más tarde, cuando llegue el presunto terror, puedan insertarse algunos planos del filo amenazador arrastrado por el suelo). O uno puede dedicarse a pensar por qué la cámara muestra planos cenitales sin venir a cuento, por qué se anula la profundidad de campo ahora sí y ahora no, por qué un escenario tan tétrico como la mansión está filmado con tan poco sentido de lo fantástico, o por qué la casa está llena de objetos de todo porte, recolectados por la malvadísima madre, que no tienen peso alguno en el devenir dramático de los acontecimientos (no falta de nada: polvorientos libros de conjuros, muñecas enteras o desmembradas, espejos, calaveras, bestias disecadas, y todo el más amplio espectro de objetos que pueda servir para punzar, cortar o seccionar).

Y sobrecoge, pero no de terror, ver a una Emma Suarez maquillada cual bruja satánica aún en su lecho de muerte, ver a una buena actriz como Maggie Civantos enfrentada a un personaje vacío (su importancia parece ser capital en el relato y más tarde la película se desentiende de él de un plumazo), ver a una actriz tan limitada como Manuela Vellés intentado incorporar a su interpretación registros que no puede alcanzar… En fin, asistir a una película de terror que, pese a su sobresaliente diseño de producción, se muestra impostada, hueca y finalmente irritante. Una obra que apuesta por el más burdo efectismo visual hasta llegar a un tramo final que abraza una especie de 'grand guignol' con gore incluido, se supone que para revolver en la butaca a quien ya se haya adormilado un poco.

De manera que cuando llega la respuesta al hecho de por qué mamá se ha convertido en el compendio mismo de toda la malignidad planetaria, el espectador no sabe ya si mirar a la pantalla o seguir atento a la puerta de salida de la sala, que parece que no se abrirá jamás. Y aún habrá que deglutir, con la pantalla ya en negro antes de los créditos finales, una frasecilla, para colmo ya escuchada anteriormente, como "resumen" de todo lo padecido.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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