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It. Capítulo 2

Terror. Fantástico Han pasado casi 30 años desde que el "Club de los Perdedores", formado por Bill, Berverly, Richie, Ben, Eddie, Mike y Stanley, se enfrentaran al macabro y despiadado Pennywise (Bill Skarsgård). En cuanto tuvieron oportunidad, abandonaron el pueblo de Derry, en el estado de Maine, que tantos problemas les había ocasionado. Sin embargo, ahora, siendo adultos, parece que no pueden escapar de su pasado. Todos deberán enfrentarse de nuevo al ... [+]
El paso del tiempo es el verdadero terror
La memoria del pasado y la realidad del presente. El dolor del paso del tiempo, que suprime los recuerdos y borra la adolescencia, en la que el sufrimiento siempre camina de la mano del descubrimiento. El pesar de hacerse adultos. Todo ello late, incesante, en las imágenes de "It. Capítulo 2". Una película que, en realidad, son dos. La primera es un acomodado filme de terror, a ratos ingenioso, a ratos chapucero y, por encima de cualquier consideración, aparatoso. La segunda es una película arriesgada y emotiva que se acerca a las vidas de unos jóvenes que se enfrentaron al horror, jóvenes que ahora son adultos y que deben hacerlo de nuevo, aunque ahora también hayan de afrontar que ya no son quienes fueron. Por descontado, triunfa la primera, una obra de un gran estudio y de intención abiertamente comercial, pero la segunda, la película que pudo ser y no es, se filtra, incluso con sonora potencia. 27 años después, volvamos a Derry.

Todo el entramado narrativo de "It. Capítulo 2" se sostiene en las palabras de uno de los personajes: "Asusta cambiar. Las cosas que deseamos dejar atrás, los recuerdos que querríamos alterar, los secretos que debemos guardar son las cosas de las que cuesta más alejarse". El olvido. El devenir de los años. Temas centrales que, hasta en el festival de algarabía que preside casi todos sus fotogramas, no olvida este nuevo acercamiento de Andy Muschietti al perturbado, pero casi siempre sensible, universo de Stephen King.

Los jóvenes protagonistas de "It" han crecido, mejor o peor tratados por la vida (en general, peor). Y en su existencia actual encontraremos uno de los agujeros del guion de esta segunda entrega de su biografía, porque para retratar lo infeliz o lo rutinario de su realidad actual se echa mano de la mayor colección de tópicos posible, desde la mujer maltratada hasta el rico empresario o el escritor frustrado. Pero se puede pasar por encima de ello, porque los recordamos como fueron. Como nos sedujeron en "It". Y porque queremos volver a verlos juntos, ya que han de regresar a Derry. Pennywise también lo ha hecho.



Volverán cinco de los siete miembros de "Los perdedores": Beverly, Eddie, Bill, Richie y Ben. Mike nunca abandonó la ciudad y es quien ahora reclama su regreso. Stanley no lo hará, por razones más que poderosas. Y así comienza una nueva lucha contra Pennywise y contra el pasado que regresa. De modo que deben convertirse de nuevo en "Los perdedores". Por ello, y aunque en la trama predomine la presencia del grupo de amigos adultos, también asistiremos a 'flashbacks' que muestran momentos arrinconados en la memoria, algunos de desatada emotividad, de indecible ternura (el poema que Ben escribió a Beverly, el mensaje trazado por Richie con una navaja en una madera, que desvelará una emotiva parte de su personalidad). Lo malo es que esos recuerdos acaban por jugar en contra de la película: aunque el trabajo del elenco de nuevos actores sea impecable, las secuencias de los adolescentes siempre harán sombra a las de los adultos.

Insistimos, la nostalgia y la mirada hacia un pasado más feliz está presente siempre en "It. Capítulo 2". Pero llega el momento de mencionar otros factores. Los del efectismo, el estrépito, el alboroto y el "todo vale". Porque Muschietti, atrapado por la vorágine de la constante agitación, con Pennywise en escena o sin él, se apoya en un guion que se mueve entre vaivenes, que no razona sus propuestas narrativas y que, por momentos, supone todo un patrocinio del lugar común. Y se entrega a una orgía visual en la que parece querer repasar todos los movimientos de cámara que hayan existido desde los hermanos Lumière hasta hoy. La mayor parte del metraje se convulsiona entre los patrones visuales del terror ochentero, la fanfarria de la superproducción desatada, la presencia constante de monstruos variopintos y la acumulación de sustos siempre cortados por el mismo patrón. Una mezcla agitada por una cámara en perpetuo movimiento, que busca el espectáculo por encima de la expresividad y, de manera especial, por una música ensordecedora, omnipresente y finalmente horrísona. Una especie de pánico al silencio recorre el filme, en el que incluso la sonora explosión de un globo llega acompañada por un salvaje golpe de música. Agotador. Y signo de los tiempos. No se trata de reivindicar el "Nosferatu" silente de Murnau, pero sí de bramar que todo tímpano humano tiene un límite.



Al lado de ello, Muschetti recupera en ocasiones su alma de director, no de orquestador de fuegos artificiales, y ofrece destellos de verdadero cine de terror: secuencias como la que muestra a Bill encerrado en el laberinto de espejos de una feria, intentando salvar a un chiquillo de las fauces de Pennywise. O la que exhibe al payaso luciferino rogando a una niña desvalida que sea su amiga, antes de devorarla en un plano de insólita crueldad. De hecho, estos instantes despiadados dirigidos a víctimas infantiles, tan inusuales en una superproducción, dan entidad a la película entre el barullo en que se encuentran sumergidos. También momentos de auténtico pavor, nacidos de la mínima expresión, que se incrustan entre la inundación de efectos especiales, como la breve, pero escalofriante, aparición de Pennywise sin maquillaje de payaso, o la secuencia en la que Beverly visita a una anciana que ahora vive en la que fue su casa, en la que el uso de la profundidad de campo lanzará, con extrema sutilidad, escalofríos desde la pantalla.

Finalmente, uno piensa que no compensa demasiado el reencuentro con "Los perdedores". Quienes fuimos sus compinches en "It" queremos recordarlos como fueron. Aunque si ellos están obligados a crecer, tal vez nosotros también. En cualquier caso, y si es cierto que, en ocasiones, hay escenas que valen toda una película, los últimos minutos de esta secuela devuelven la emotividad más honda y la mirada más cálida hacia "Los perdedores". El escritor en que se ha convertido Bill lucha con un problema de creatividad: sufre para encontrar buenos finales. Pues, pese a todo lo anterior, este es el correcto, señor Muschietti. Prohíba usted una tercera entrega.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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