Haz click aquí para copiar la URL

Géminis

Ciencia ficción. Acción. Thriller. Drama Henry Brogan, un asesino a sueldo ya demasiado mayor para seguir con su duro trabajo, decide retirarse. Pero esto no le va a resultar tan fácil, pues tendrá que enfrentarse a un clon suyo, mucho más joven. (FILMAFFINITY)
Apoteosis digital bajo el pulso de Ang Lee
Resulta casi imposible enfrentarse a una película cuyo guion cabe no ya en un librillo de papel de fumar, sino en uno solo de sus papelillos. Y el hecho de que semejante texto esté escrito por tres guionistas, cuando podría haberlo plasmado un escolar de primaria durante un recreo, hace que se pueda afirmar que la desfachatez creativa no tiene límites.

"Géminis" relata las peripecias de un agente del gobierno estadounidense que ejerce de ejecutor y que decide retirarse, porque se siente mayor, el pobre. Pero aún afrontará una última batalla: un clon suyo, más joven, querrá eliminarlo. No es que no se deban contar más detalles de la trama. Es que esta es toda la trama.

Y aquí se podría abandonar el comentario de "Géminis", de no ser por dos cuestiones. La primera es su revolucionaria factura visual. La segunda es aún más importante: tras la cámara se encuentra nada menos que Ang Lee. De modo que habrá dos maneras de mirarla: quedarse aquí y despreciarla como producto comercial en toda regla, de inapetente trama y de tremenda mojigatería narrativa (Jerry Bruckheimer no financia superproducciones de Ingmar Bergman, sino productos comerciales con la pretensión de reventar taquillas) o bien bucear en el titánico reto tecnológico que ha asumido la película y en el trabajo de puesta en escena con el que realza sus imágenes un cineasta fuera de norma.



"Géminis" está rodada en 3D a 120 fotogramas por segundo (y no todas las salas de cine podrán reproducir este formato de nueva generación), lo que se traduce en una fascinante definición de imagen (da repelús pensar que pueda verse en televisores o en otras pantallas todavía más pequeñas). Más aún, los genios de los efectos digitales de Weta han creado el clon de Will Smith (el Smith joven) desde un nuevo desafío: en lugar de rejuvenecer al actor por medio del tratamiento digital de las imágenes, han partido de cero y creado un "actor" nuevo al utilizar como base la interpretación de Smith, atrapada por la tecnología de la captura de movimiento, y fabricar de ese modo un personaje completamente digital que se convierte en el ser humano generado por ordenador más real de la historia del cine.

Es entonces cuando entra en acción Ang Lee. Que el creador de maravillas como "La tormenta de hielo", "Tigre y dragón" y "Brokeback Mountain" es un cineasta con mil caras ya lo sabíamos. Pero se desconocía su adaptación a un "cine-espectáculo" puro en el que dejar caer su mirada cinematográfica hasta apoderarse del resultado. Más allá de su labor siempre incisiva sobre cada encuadre, podría decirse que ha filmado la superproducción con menos acción de la historia. Hay que esperar casi media hora de metraje para la primera secuencia agitada y, apurando un poco, podría decirse que solo hay tres más. Muy largas, eso sí. Y filmadas con una pericia, una sabiduría y una contundencia visual que no se plasmaban en una pantalla desde los viejos 'thrillers' de los setenta, los que filmaban directores hoy casi olvidados como John Frankenheimer, en los que la acción no era un fin en sí mismo, la algarabía no era protagonista y los especialistas se jugaban el cuello a falta de muñecos digitales.



Lee entrega un torbellino de imágenes que exploran la veracidad fílmica y que, al contrario de lo que marcan como canon muchos directores que solo emborronan imágenes, están afianzadas en planos de larga duración, en los que la agitación expresiva no nace del hecho de zarandear la cámara como si padeciese el baile de San Vito, sino de la actividad que estalla dentro del encuadre: cada movimiento sirve para aclarar al espectador dónde se encuentra y desde dónde mira, además de para llenar de potencia dramática las secuencias. La primera escena de acción, un espectacular tiroteo y una memorable persecución en motocicleta entre Will Smith y su clon, es un prodigio de autenticidad cinematográfica, en la que la velocidad y el más que asegurado bullicio nacen de la implicación de la cámara en lo que se narra. Lee convierte una sucesión de acciones de dudosa credibilidad en una contundente realidad e implica al espectador en el relato gracias a la elección de sus posiciones de cámara, a sus precisos reencuadres, al uso de la profundidad de campo y a la vivacidad de sus cortes de montaje (un prodigioso trabajo del montador Tim Squyres recorre todo el filme).

Sí, en el nuevo milenio, en el nuevo cine que llega marcado por los avances digitales (y que, guste más o menos, está predestinado a agigantarse) aún se puede apreciar el trabajo de puesta en escena de un cineasta de fuste. La mirada de un director, su determinación de ejercer como tal, puede eludir la nadería de una historia tan descolorida como enojosa.

Es Ang Lee quien hace olvidar un desenlace que provoca bochorno, cuando no irritación, quien logra que se puedan dejar de lado los socavones de una trama adocenada que va de un lugar a otro sin más orden que el capricho y quien salva escollos como los que plantean personajes inconcebibles como el de Clive Owen, un títere que lanza sentencias tremebundas para demostrar que es una cúspide de malignidad, o como el de Mary Elizabeth Winstead, presente en el filme con el único objetivo de lanzar algunos disparos que otros y de que el héroe tenga una compañía femenina con la que crear cierta tensión sexual. Sí, parece increíble que una película sin guion pueda resultar una película al fin. Pero hace falta llamarse Ang Lee para conseguirlo.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
arrow