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Blaze

Drama Narra la vida del cantante y compositor de country norteamericano Blaze Foley (Texas, 1949 – Nashville, Tennessee 1989). Blaze fue una inusual leyenda de la música del Texas Outlaw Music que engendró a autores como Merle Haggard y Willie Nelson. A través de una historia que recorre tres periodos de su vida, los diferentes hilos exploran su romance con Sybil Rosen; su última noche oscura en la tierra; y el impacto de sus canciones y el ... [+]
Canción a un cantante desconocido
La madurez es un óptimo deseable. Es esa especie de estado de ánimo que, eso sí, no puede surgir por generación espontánea, sino que, al contrario, debe cultivarse a lo largo del tiempo. Se debe confiar pues en que la experiencia acumulada (esto es, las alegrías, desilusiones, frustraciones, éxitos y fracasos con los que nos encontramos a lo largo de nuestro particular recorrido) hagan germinar esta actitud de vida con la que afrontar estos mismos elementos que esperan en el avenir.

Ethan Hawke, con 48 años de edad a sus espaldas (34 de ellos dedicados al cine) parece haber alcanzado este punto ideal. Ahora mismo, su presencia en cualquier película garantiza, por lo menos, el que todas las escenas en las que esté en pantalla, se traduzcan en pequeños-grandes momentos de un gusto interpretativo tal que, hasta sean capaces de elevar a los conjuntos más mediocres. Y esto lo logra con media sonrisa, con gestos discretos, con una ligera fluctuación en su tono de voz... renunciando a los aspavientos de la gente inmadura. No tiene nada que demostrar, está claro, y así, lo muestra todo.



Lo mejor es que todo este conocimiento adquirido en su hábitat natural ha sedimentado tan bien que el hombre es capaz de llevarlo a otras latitudes. Hasta donde debería sentirse más incómodo y, por ende, ceder ante la tentación de la híper-actividad. Ahí entra ‘Blaze’, su nueva película como realizador; un proyecto que, desde la propia elección del sujeto de estudio, es testigo de una falta de angustias que, inevitablemente, distinguen a la propuesta de los productos hermanos con los que muy fácilmente se la puede emparentar.

Blaze es, al fin y al cabo, un biopic. Una película dedicada, como mandan los códigos, a una persona sobresaliente en su campo de actuación. Hasta aquí, todo en orden. Lo que pasa es que la celebridad que presuponemos, en realidad carece de dicho estatus. La película está dedicada, al fin y al cabo, a Blaze Foley, cantante y compositor de country. Una figura tan desconocida que, según palabras del propio director, solo un puñado de muy entendidos en la materia se estremece al oír su nombre.



La fama, requisito que parecía sine qua non en este tipo de producciones, aquí no pasa de ser una promesa incumplida. La meta en un horizonte por definición inalcanzable. Ben Dickey, estupendo en la piel del músico, parece saberlo (y aceptarlo) desde el primer acorde que le arrancara a su guitarra. El tono crepuscular imperante en todo el relato cristaliza tanto en lo visual como en lo escrito, pero más que hacernos temer la noche que está a punto de caer, parece querer que nos reconforte la sedante luz del atardecer. La música, como no podía ser de otra manera, propone lo mismo.

Cada trozo del pentagrama rescatado, por ejemplo, es una invitación sonora a viajar por el tiempo y a reencontrarse con esas sensaciones que nos llevan a nosotros, y solo a nosotros, hasta ese hogar idealizado; hasta los brazos de aquel ser al que amamos locamente. El arte, en otras muchas cosas, se supone que sirve para esto. Por su parte, el trabajo de fotografía a cargo de Steve Cosens da forma a una oscuridad interior (siempre amenazante, pero nunca agobiante), mientras que los capítulos en la biografía resaltados por Hawke nos enfocan hacia la salida al final túnel.



Ésta, de algún modo u otro, siempre puede vislumbrarse o, en su defecto, ser recordada. De lo que se trata, pues, es de poner en valor la luz. Esa fuerza que eleva y que embelesa incluso a las almas más torturadas. En éstas que damos con una imagen que lo explica todo. En la trastienda de un tugurio de carretera (y de muy mala muerte), detrás de una bandera de los Estados Unidos echa trizas, lo que queda de Kris Kristofferson nos mira, mientras una lágrima se escurre por las infinitas arrugas de su cara.

El réquiem es tan bello, que la muerte deja de dar miedo; la canción de amor se oye tan auténtica, que las heridas del corazón amor suenan a acorde celestial. La música, claro, se erige en hilo emocional híper-conductor. Como en las mejores composiciones del ya-no-tan-desconocido Blaze Foley. Ethan Hawke, estupendo en su madurez delante y detrás de las cámaras, se mantiene fiel al espíritu de su particular objeto de devoción, y retrata una muy madura “cara B” del mundo del espectáculo. Con ello, nos acerca a esa América bella en su destrucción; emocionante en un carácter indomable, ejercido éste con la nobleza de quien no tiene ningún afán de protagonismo.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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