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Triple frontera

Thriller. Acción Cinco amigos, todos ex veteranos militares y antiguos operativos de las Fuerzas Especiales, se reúnen para planificar un asalto a una zona fronteriza poco habitada en Sudamérica. El objetivo: robar a un poderoso narcotraficante. Por primera vez en sus prestigiosas carreras, estos héroes anónimos asumen una peligrosa misión en su propio beneficio y no en el de su país. Pero cuando la situación sufre un giro inesperado y amenaza con ... [+]
Amigos y dinero
En medio de la polémica surgida en torno al cine rodado para la televisión, encarnada en el síndrome de "Roma", resulta que Netflix continúa haciendo películas. Sin mirar atrás. Guste más o menos, el consumo de cine en streaming frente al consumo de cine en salas es un hecho. Y no parece que vaya a cambiar, más bien al contrario. Habrá tiempo para incidir en ello con la futura llegada a la plataforma de Scorsese y su "The Irishman". Entretanto, quizá convenga insistir en el concepto de puesta en escena, que es lo que realmente marca la diferencia estética entre el cine y la televisión, independientemente de que a los viejos cinéfilos nos cueste entender que los jóvenes vean películas en la pequeñísima pantalla de un móvil. Ha cambiado, quizás, el soporte, pero no la manifestación artística. Así, si la puesta en escena sigue siendo la guía del aficionado al cine, nos ahorraríamos sentencias como la que asegura que “el mejor cine se hace en televisión y son las series”. Y convendríamos en que no es lo mismo, ni de lejos, el lenguaje del cine ("Roma") y el de la televisión ("Juego de tronos": excelente televisión, rodada magníficamente, pero televisión al fin).

Valga todo lo anterior para reafirmar que Netflix sigue estrenando películas. Y lo va a seguir haciendo. Buenas películas que no se verán, o se verán muy poco, en las salas de cine. Como "Triple frontera", en la que la puesta en escena cobra un valor esencial. Ahí quedan sus planos secuencia, sus medidos encuadres, el uso de la stadycam y el uso del fuera de campo, concebido todo ello como lenguaje puramente cinematográfico por su director, J. C. Chandor.



Triple frontera bebe de muchas fuentes. La congregación de unos exmilitares de las Fuerzas Especiales, unidos por fuertes lazos de amistad, en una última misión que tiene como objetivo de asaltar el territorio de un peligroso narco, está marcada por mucho cine anterior. Los ecos de los héroes de Howard Hawks están presentes en la camaradería de los protagonistas, en su virilidad y en su unión fraterna; Hawks se hubiera encontrado cómodo filmando a este grupo. También se rastrea el aroma de las viejas películas bélicas sesenteras centradas en “misiones suicidas”, al estilo de "Los cañones de Navarone" o "Los héroes de Telemark". Incluso el humor de obras como "La gran evasión" asoma en algunas imágenes.

J. C. Chandor sabe asimilar a sus predecesores, no es un simple depredador de referentes, sino una esponja que absorbe cine y lo devuelve combinado con personalidad. Lo demostró en "Margin Call" y, especialmente, en "El año más violento", donde ya ejerció de habilidoso alquimista para combinar un poco de Coppola, otro tanto de Lumet y una buena dosis de cine negro clásico. Y es un director moderno que se siente atraído por los modos clásicos, hermanado en cierta forma con cineastas como James Gray y James Mangold. En sus películas late el amor por el cine clásico y también vibra una fluidez narrativa que está al alcance de muy pocos. Chandor rueda con precisión, en busca del encuadre correcto, de la imagen exacta, lo que no le impide entregar secuencias de acción tan trepidantes como poderosas, que agitan la pantalla y que no desmerecen en la comparación con las grandes películas del género bélico.

En "Triple frontera" también brilla el ajustado guion del propio Chandor coescrito junto con junto Mark Boal, ganador del Oscar por su libreto de "En tierra hostil", quien se reencuentra con la directora Kathryn Bigelow, aquí volcada en labores de producción. Los diálogos, afilados, secos, son un valor añadido y definen a los personajes tanto como sus acciones. Son personajes unidos en una suerte de hermandad regida por un estricto código de honor. También podría haberlos acompañado Sam Peckinpah, Como en su cine, esa hermandad solo se romperá cuando aparezca de por medio el dinero, en el último tramo del metraje (que, cierto, pierde un poco de tensión narrativa), aunque quizá ya anduviera alterada por un hecho fundamental: los héroes del filme ya no luchan por su país, símbolo de su unidad, sino por su propio lucro, embarcados en luchas que ya no tendrán nada de ideológico. Es en ese momento cuando, pese a que la trama se alargue demasiado, la película adopta un tono más sombrío y desencantado.

Sí, definitivamente, Netflix está haciendo buenas películas.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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