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Downton Abbey

Drama Año 1927. La familia Crawley y su carismática servidumbre se preparan para el momento más crucial de sus vidas. Una visita del rey y la reina de Inglaterra desatará una situación de escándalo, romance e intriga que pondrá en peligro el futuro de Downton... Continuación de la aclamada serie televisiva, 'Downton Abbey'. (FILMAFFINITY)
Solo para fans
Hubo un tiempo en que fue muy fácil ser fan de "Downton Abbey". Después, la cosa se fue haciendo más complicada. Fueron seis temporadas y a partir de la tercera descubrimos que las tramas se repetían (y que seguirían haciéndolo) y que la serie derivaba hacia una asumida autocomplacencia, libre de aristas, en la que ningún conflicto afectaría al 'statu quo' y donde incluso los villanos resultarían ser buenos tipos. Pero había algo que enganchaba en la serie de Julian Fellowes. Buena parte de culpa la tenía, desde luego, la excelente reconstrucción de la época, habitual en las series británicas. Y, por descontado, su estupendo reparto, en el que hasta el personaje más ignoto tenía detrás un intérprete magnífico. Con todas sus enormes carencias, era una serie ante la que no quedaba otra solución que dejarse llevar. Y queríamos a los Crawley y a su cohorte de sirvientes.

Varios años después, nada ha cambiado. "Downton Abbey" llega a los cines como si estuviera conservada en formol. Idéntica a como se despidió el 25 de diciembre de 2015. De manera que el espectador que no haya visto ningún episodio de la serie quedará un tanto desconcertado ante lo que no es más que un capítulo más largo, más lujoso y más rimbombante. Pero quienes hayan sido asiduos a la mansión de lord Grantham se pegarán un atracón. Más aún si se piensa que el centro de la acción será nada menos que la estancia durante una noche de la familia real en los dominios de los Crawley, lo que dará pie a una de las subtramas más divertidas, el enfrentamiento entre el séquito real, con cocinero francés incluido, y los sirvientes de Downton, que se ven relegados en sus funciones, con el momento cumbre de una enconada pelea para servir la cena regia.



Este "Downton Abbey" es un reencuentro con unos viejos amigos que regresan tal y como los dejamos. Quede claro, pues, desde el principio, que se trata de una película blanda hasta la exasperación, de entramado dramático débil, cuando no inexistente, y con un dibujo de personajes ininteligible para quien los conozca por primera vez. Una obra esencialmente bondadosa en la que el antaño perversísimo Barrow se ha convertido en un tipo a quien uno confiaría a su propia madre (¡y con principios!) y la abuela Violet, verdadera estrella de la función, que en los primeros compases de la serie era dueña de una lengua de serpiente y casi una devoradora de humanos, ahora es una anciana a quien achuchar que hasta se echa alguna lagrimilla y todo…

Sí, "Downton Abbey" no tiene demasiado sustento. Pero ¿a qué fan le importa eso, si lo que busca es, precisamente, que haya cambiado el formato de pantalla para que todo haya seguido igual? Como prueba de la absoluta complicidad con que se ha planteado este regreso solo hay que asomarse a sus primeros minutos: durante los títulos de crédito, se presenta el entorno tal y como se hacía en la serie original (incluidas las icónicas campanillas con las que los sirvientes reciben las llamadas de los Crawley). Y a los cinco minutos, ya ha aparecido todo el elenco. Que ningún fan se quede descontento por haber tenido que esperar a su personaje favorito.



Julian Fellowes, que ha escrito casi 50 episodios de la serie, se desenvuelve a gusto en esta entrega especial de dos horas. Se sabe los personajes de memoria. Conoce todos los resortes dramáticos y cómicos de la trama. Y no se desvía un ápice de lo establecido. Por su parte, Michael Engler, director de cuatro entregas de la serie y del episodio final, demuestra haberse estudiado a fondo los capítulos que realizó. Su puesta en escena no escatima los habituales y recurrentes primeros planos; tampoco ahorra los envolventes movimientos de cámara que también fueron señas de identidad de la serie y deja caer los esperados travelins por los pasillos de la mansión. Y la principal figura de estilo de "Downton Abbey" resulta excitante vista en la pantalla grande: su estructura se basa en el desarrollo de secuencias muy cortas, algunas de apenas dos minutos, en las que las tramas que viven los personajes se mueven de manera paralela hasta llegar a cruzarse unas y perderse en el infinito otras, lo que en el cine causa casi una sensación de extrañamiento, como si para tal ritmo secuencial no fuera ese su escenario natural.

Cautelosa y mansa, casi beatífica, "Downton Abbey" rebosa pompa y circunstancia y es precisamente en su voz grandilocuente donde encuentra su razón de ser. Y no traiciona su recuerdo. Más aún, lo engrandece. Muy pocas series llevadas a la pantalla de cine pueden presumir de ello.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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