Dirigida por Edward Burns, un director conocido por sus películas que mezclan las historias íntimas, normalmente de parejas de treintañeros mezclada con unas dosis de comedia.

En esta ocasión el film de Burns tiene un cierto trasfondo amargo. El film nos cuenta la historia de Abe (David Krumholtz), que ha ido a Nueva York a buscar a su mujer que se ha fugado de su casa y aparentemente se ha liado con un rockero. Para conseguir dar con ella, recurrirá a los servicios de Jack (el própio Edward Burns) un detective privado, de costumbres cuanto menos curiosas. Ambos recorreran la gran manzana tirando del hilo que lleve a encontrar la mujer de Abe.

En el fondo, el film viene a retratar a dos solitarios unidos por las circunstancias (el uno abandonado por su mujer, el otro viudo). El director Edward Burns circula por la misma ciudad que retratara tantas veces en multitud de películas Woody Allen, pero sin tanto trascendentalismo. El estilo de Burns es más sencillo, centrándose en la extraña relación que se desarrolla entre Abe y Jack. Al final lo que menos importa es el paradero de la mujer de Abe, ya que lo que le importa a Burns es precisamente hablar de seres solitarios, abandonados por las circunstancias y cómo se enfrentan a un mundo bastante hostil con desconfianza.

Película sencilla, sin grandes pretensiones y que el propio director evita alargar demasiado, son los grandes alicientes de esta película.