Poco sabemos del pasado de Hirayama, sabemos que es un hombre de mediana edad, que es un ser solitario, pero no sabemos qué le ha llevado a la soledad. Sabemos que limpia lavabos públicos en Tokyo, que cada día que se levanta a trabajar riega sus plantas y de camino al trabajo pone en su furgoneta una cinta de cassette y suena un clásico del rock. Sabemos que le gusta leer libros marchitos de segunda mano y hacer fotos a las copas de los árboles con una vetusta cámara analógica. También sabemos que le agrada dar paseos en bicicleta vislumbrando ese río que atraviesa Tokyo y que fenece en la mar...
Sabemos que poco le importa la vida de los demás, y que es un hombre que erige su vida en la austeridad y en la simpleza, en la monotonía diaria que le produce lo necesario para ser feliz: escuchar el "A perfect day" de Lou Reed, adentrarse en la profundidad de una historia que nos cuenta un libro, en plasmar en una foto los extravagantes claroscuros de los entresijos de los árboles para quién sabe si tal vez "entenderlos" mejor... Y todo ello envuelto de esa soledad placentera de su mundo "alternativo"... ¿soledad buscada o sobrevenida...? No lo sabemos, pero... qué más da... Y es que, queridos amigos, no es lo mismo estar solo que sentirse solo.

La Navidad es esa época del año en el que el reencuentro con nuestras familias y seres queridos se ven envueltas de ese sentimiento de bondad infinita y buenismo efímero entre semejantes, y digo efímero porque transcurrido el cual volvemos al espacio temporal del "todo vale".
No todo el mundo vive, o mejor dicho, puede vivir de la misma forma y con la misma intensidad la Navidad, y esto en parte es lo que muestra "Los que se quedan", otra maravillosa película del excelente Alexander Payne que retrata como nadie las miserias y grandezas de los seres humanos. La Navidad refleja ese nexo común que por diferentes avatares hace que tanto la cocinera, como el profesor y el alumno tengan que vivirla, y compartirla juntos. La primera por el infortunio de ver morir a su hijo, el segundo por ejercer una suerte de misantropía y el tercero por el "pasotismo familiar" de su madre y padre político.
En esa interacción de sentimientos que surge entre los tres llegamos a comprender sus vacíos, sus carencias afectivas y sus razones para sobrellevarlas con mejor o peor fortuna. Lo cierto es que, de una u otra manera, la Navidad encadena entre ellos un férreo sentimiento de entendimiento mutuo y de solidaridad entre sus almas.

Recuerdo haber escuchado la letra de una canción (mi memoria se pregunta si pudiera ser de Joaquín Sabina...) que decía que no hay peor nostalgia de aquello que pudo ser y no fue. Y algo de esa letra irradia en el espíritu de esta melancólica película de tiernos amores pueriles y de cómo los avatares de la vida y, en ocasiones, sus inexplicables designios y derroteros, movidos por esa suerte de casualidad que a veces es causalidad influye en eso que llamamos destino y que éste haya sido uno y no otro, sin saber cómo ni por qué.
Esa providencia budista del "in-yun" que no viene a ser otra cosa sino los "inexorables caprichos del azar" determinaron la vida que vivimos, pero siempre en el longevo pozo de la memoria permanece lo genuino, lo esencial, lo que trasciende... Y es lo que Nora siempre guardará en lo más atávico de su alma, ese recuerdo sempiterno, atemporal, perenne de su amor infantil...

Cuando vi esta película a mi cerebro vino una frase de mi difunto padre, a quien tanto mento y del que tanto me acuerdo cada vez que reseño, que decía que esto de la vida, esto de vivir y pulular a través de los círculos vitales, era una suerte de tragicomedia... Y la verdad, es que la sensación que me produce "Tres anuncios en las afueras" no deja de ser algo parecido a ello. Más allá de ese misterio sin resolver del crimen de la hija de la protagonista, que incesantemente busca al culpable, surgen una serie de dicotomías, paradojas, reveses, sinsentidos, que se desarrollan cuando este tipo de acontecimientos ocurren y que no dejan de recrear ese áurea cuasikafliano y al mismo tiempo cómico de la vida. Todo ello lo percibo en la evolución de los personajes del film y en esas súbitas e impredecibles reacciones envueltos en ese ambiente trágico que de forma súbita y espontánea se tornan en hilirantemente cómicas, es decir, cómo de la profunda desgracia se irradian sonoras carcajadas, en una especie de yin y yan, en el que las fuerzas de la naturaleza, más que opuestas son complementarias... Cuando el día se apaga emerge la noche, cuando la vida termina aparece la muerte. A todo ello, se aúna un estentóreo aroma "coeniano" que impregna e imbuye a este paisaje fílmico.
En el film se menta a Oscar Wilde, a mi admirado a Oscar Wilde, que en una de sus ingeniosas y elocuentes sentencias venía a decir algo así como: la vida es un teatro, pero su reparto es deplorable.

Sin ser una de las cumbres fílmicas del neoyorkino, ni de llegar a la altura, en mi modesta opinión de su "Cafe Society", " Wonder wheel" me recuerda, con todos los paroxismos amorosos típicos de su filmografía, una especie de revisitación del Otello shakespeariano en versión femenina, donde los celos arrebatadores del personaje interpretado por Kate Winslet hacen bueno ese dicho popular que reza "Ni contigo ni sin tí" y que en tantas ocasiones se dan en cuantiosas relaciones, en las que se confunde el amor con la obsesión o con la dominación sobre la persona, sobre el presunto ser amado, y digo dominación porque amar no es adueñarse de alguien, sino que amar es dejar ir.