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España España · Miranda de Ebro
Críticas de Michi
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Críticas 16
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
4 de junio de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gracias a "Persépolis", y al buen sabor de boca que me dejó esa galardonada historia que caminaba entre lo trágico y lo cómico, me aproximé con altas expectativas a " Pollo con Ciruelas", el nuevo trabajo de la pareja cinematográfica formada por por la creadora de cómics Marjane Satrapi (Irán, 1969) y por el también historietista y cineasta Vincent Paronnaud (Francia, 1970).
Al igual que en su anterior propuesta, nos encontramos ante la adaptación al cine de una novela gráfica de la propia Marjane Satrapi. Sin embargo, si en Persépolis el medio elegido para llevarlo a la pantalla grande era la animación, en ésta ocasión los directores se han decantado por la ficción, con la ayuda de intérpretes de la altura de Mathieu Amatric, María de Medeiros e Isabella Rossellini.
Pero aunque el espectador no tuviera la menor idea de que la película está basada en un comic, podría detectarlo fácilmente de una manera intuitiva. La forma en la que se encuadran las escenas. Esos decorados de cartón piedra dignos de cualquier película del Hollywood de los años cuarenta. El uso de las perspectivas, los juegos de sombras o en ocasiones la abundante gama de colores (en claro contraste con el sobrio blanco y negro habitual de sus obras). Todo ello nos trae a la memoria de manera automática las viñetas de cualquier comic.
Tal vez esa manera de dirigir recuerde mucho a la del director francés Jean-Pierre Jeunet, -amante por cierto del storyboard (guión gráfico)- en películas como Delicatessen, Amelie ó Micmacs. Todas ellas fábulas o cuentos en los que la fantasía y el ingenio son piezas fundamentales del relato, como en Pollo con Ciruelas, una preciosa tragicomedia romántica que transcurre en el Teherán de finales de los años cincuenta (una generación anterior a la revolución islámica que se narraba en su anterior trabajo), que espero les guste tanto como a mí.
Michi
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8
4 de junio de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hubo un tiempo en el que el retrato de la sociedad inglesa que nos mostraba el director de cine Ken Loach -en los últimos quince años, en estrecha colaboración con su guionista de cabecera, el escocés Paul Laverty-, a mucha gente le resultaba lejano, exagerado o poco verosímil. Después de más de cinco años de asfixiante crisis mundial, los telediarios de nuestro país podrían realizarse sin problemas con cortes y escenas tomadas de gran parte de sus películas. Por suerte, y para no ahondar en la herida, el director británico ha elegido la comedia negra para contarnos una historia sobre adolescentes en riesgo de quedar excluidos de la sociedad. Un grupo de jóvenes escoceses juzgados por separado por un pasado oscuro repleto de robos, peleas y drogas, (entre los que destaca Robbie por su violencia desproporcionada), que son “premiados” con una segunda oportunidad en la vida en forma de prestación de servicios sociales a la comunidad, y que contarán con la impagable ayuda de Harry, su educador, que dedicará su tiempo libre a intentar reconducir las vidas de éste entrañable grupo.

Muchas son las características que se vienen repitiendo a lo largo de los años en la filmografía de Ken Loach, y que por supuesto son claramente visibles en La Parte de los Ángeles (ganadora del premio especial del jurado del Festival de Cannes del año 2012): el ya mencionado retrato social protagonizado por la clase trabajadora (lo que suele ser aprovechado por sus detractores para criticar su previsible posicionamiento político), una fotografía inconfundible –sobria, sin alardes- o la credibilidad pasmosa que ofrecen sus personajes, gracias al acierto de elegir actores no profesionales, personas de la calle que se interpretan a sí mismos. Tal es el caso de Paul Brannigan (Robbie), quien pasó gran parte de su juventud en medio de la violencia de pandillas e incluso pasó un tiempo en detención de menores. El otro gran protagonista es John Henshaw (Harry) que ya trabajó anteriormente con el director británico en Buscando a Eric.

Ante nosotros la suerte de disfrutar de una comedia de apariencia amable, de relato casi predecible, pero con la marca de la casa del tándem Loach-Laverty, que no esconde la crítica a una sociedad preocupada en aparentar y que debería creer más en las segundas oportunidades. Una celebración de la amistad, del compañerismo, del poder de la unión.
Michi
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8
7 de marzo de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizá usted sea de los que siente un incontrolable amor por los políticos; tal vez uno de los que agitan banderas en los mítines y aplauden a rabiar sus consignas y monsergas; de los que aguanta estoicamente los codazos y empujones para ganarse el beso entusiasta del político de turno. O igual -y sin llegar a esos extremos-, usted es de los que a día de hoy aún mantiene la pequeña ilusión de que la clase política sea capaz de ponerse a trabajar para sacarnos adelante. Si por el contrario usted es Humano, enhorabuena, ésta es su película.

George Clooney, el afamado actor y proclamado por derecho propio guapo de Hollywood de las últimas décadas, dirige, produce, escribe e interpreta Los idus de marzo, una película a caballo entre el cine político y el thriller. Como director, esta es ya su cuarta película (anteriormente dirigió Confesiones de una mente peligrosa (2002), Buenas noches y buena suerte (2005) y Ella es el partido (2008)), y nos demuestra que al igual que en su faceta de actor, tiene buen ojo a la hora de escoger historias.
La proyección de esta película no podría ser más oportuna. El guión, adaptado de una obra teatral del Off-Broadway Neoyorquino, en el que Clooney vuelve a colaborar junto a Grant Heslov, (con el que ya escribiera Buenas noches y buena suerte; ambos guiones candidatos al Premio Oscar), es un retrato de los entresijos de la vida política, de la hipocresía moral de algunos, capaces de llegar a límites ofensivos para llegar a lo más alto. Y además George tiene la gran destreza de no rozar la caricatura, lo que ciertamente restaría credibilidad a los personajes. A pesar de no basarse en hechos reales, las informaciones que abarrotan las portadas de los periódicos en los últimos años, confirman que la realidad no debe andar demasiado lejos de lo que aquí se relata.
La película está llena de dardos en forma de diálogos de una profundidad brutal. Para que sean certeros, se necesitan unas actuaciones de lujo. Y Clooney, que se guarda el papel principal –que no protagonista- ha convencido a varios de los mejores intérpretes de la actualidad para involucrarse en la película. Marisa Tomei, Evan Rachel Wood, Jeffrey Wright…. Pero sobre todo me centraré en tres: Ryan Gosling, -este sí, protagonista- sin duda entre los más brillantes de la nueva generación de actores de Hollywood, que encarna al joven asesor de la campaña del Gobernador Mike Morris (Clooney); y Philip Seymour Hoffman y Paul Giamatti –fantásticos como siempre- que interpretan a los directores de campaña de los dos candidatos demócratas.

No quiero olvidarme del cartel que promociona la película porque es espléndido. Esa recreación del joven idealista Stephen Meyers sujetando una revista en la que aparece el gobernador Morris, en la que uno no sabe distinguir donde empieza Gosling y donde Clooney. Como cuando algunos son incapaces de distinguir donde acaba la ambición y empieza la codicia.
Michi
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8
14 de diciembre de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca he sido un gran admirador del cine de Lars von Trier. Y no porque me caiga antipático el hombre o no me gusten sus películas; simplemente porque no las he visto. Y sé que roza el delito no haber visto Dogville, Bailar en la oscuridad o Los idiotas. He de reconocer que el movimiento Dogma 95 -del que Trier junto a Thomas Vinterberg es creador- no me apasiona. Será por los mareos que me provocan los movimientos de la cámara al hombro, o esa iluminación de telenovela de bajo presupuesto, o que se yo, pero siempre he sido un poco reticente a este cine.
Pues bien. Con estos antecedentes, una tarde decidí poner fin a esta desconfianza y me dirigí al cine para ver Melancolía, la última del director Danés; y en versión original (¡toma ya!), para ponerlo más fácil. Yo, que no estaba muy convencido de que el bueno de Lars me fuera a convencer, me compré un combo grande de palomitas, por si acaso; que si no te gusta la película, pues oye, al menos ya has merendado. Pues eso, que entro a la sala y me busco acomodo entre los 5 cinéfilos gafapastas que poblábamos la sala. Mi expectación por la película en una escala del 1 al 10, era de un 4 como mucho. En éstas comienza la película, y mientras me acurruco en la butaca recibo uno de los mayores impactos visuales que he vivido en mi vida. Un prólogo de 10 minutos de unas imágenes en cámara súper-lenta de una belleza extrema, acompañados con el épico preludio de la ópera de Richard Wagner “Tristán e Isolda”. Y ya sólo recuerdo salir del cine con la mirada perdida (tras otros diez minutos finales impactantes, por cierto), y tirar el combo de palomitas intacto.
Esa sensación de estar pegado al respaldo de la butaca, ojiplático perdido, ante una historia de la que no sabías nada de antemano, es uno de los momentos mágicos que a veces nos regala el cine. Y para conseguir que a todos ustedes les ocurra lo mismo, me he prometido no contarles mucho de la película (de ahí la anécdota, que quizá a alguno de ustedes les resulte insulsa, pero que, oigan, a mi me ha servido para rellenar la crítica de una forma bastante aparente)
Podría hablar sobre muchos de los temas que trata la película. Enfermedades mentales como la depresión, la manera con la que cada persona las afronta (ya sea viviéndolas en sus propias carnes –como les ha pasado en la vida real al propio Lars von Trier o a Kirsten Dunst-, o compartiendo vida con gente que las padece), las formas de enfrentarse a una muerte anunciada, el eterno debate entre ciencia y religión,…. O incluso podría hablar de cómo con una misma idea, el cine de Hollywood es capaz de crear una aberración envuelta en explosiones y tontas historias de amor, y por el contrario el director danés ha creado esta maravilla. Pero les recuerdo que me he prometido no contarles más.
Tan sólo que las interpretaciones son de lo mejor de la película. Kirsten Dunst recibió en el festival de Cannes el premio a la mejor actriz. Fue también en Cannes, con la película Volver de Pedro Almodóvar cuando este premio recayó en todo el elenco femenino. Pues yo hubiera hecho lo mismo con Melancolía (y que me disculpen Kiefer Sutherland y John Hurt por dejarles fuera), porque Charlotte Gainsbourg está al nivel de la Dunst -si no lo supera-, y Charlotte Rampling, en un papel menor eso sí, también raya a gran altura.
Michi
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7
20 de junio de 2012
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bahman Ghobadi se forjó, con sus películas Las tortugas también vuelan y Media Luna (galardonadas con la Concha de Oro en el festival de Cine de San Sebastián en sus ediciones de 2001 y 2006 respectivamente), una merecida reputación gracias a sus historias de importante calado dramático, regalando al acomodado público de occidente esas dosis de miseria, dolor y exotismo cultural que año tras año buscamos en el cine de oriente medio y que hace arrasar particularmente al iraní en los festivales de medio mundo.
Quizá cansado de mostrar esa cruda realidad rural de sus compatriotas, en su última película, Nadie sabe nada de gatos persas, se adentra en uno de los problemas sordos de la Teherán actual: la incesante censura del gobierno de Mahmud Ahmadineyad y la fuerte presión de los fundamentalistas religiosos ante la música y los sonidos “impuros” de occidente. Una represión a las expresiones artísticas que emitan ese impertinente tufillo a aperturismo. Una persecución que lleva a muchos jóvenes a pasar por la cárcel, pero que no les impide seguir formando miles de grupos musicales. Oleadas de jóvenes que luchan desde el subsuelo, desde la clandestinidad, desde la oscuridad de los garajes y azoteas de una ciudad que late con fuerza a pesar de las dificultades. A través de este docudrama (todos los personajes de la película -exceptuando a Nader, el incansable representante musical de los protagonistas Ashkan y Negar- son reales y se interpretan a ellos mismos), el aclamado director nos acompaña en un paseo por la música actual iraní; por un mundo repleto de trabas en forma de permisos, autorizaciones y leyes absurdas, de la que obviamente tampoco se escapa el cine. La mayor parte de la filmografía de Bahman Ghobadi, premiada en medio mundo, no ha sido estrenada en las salas de Irán. Sólo puede verse a través de copias piratas distribuidas por el propio director. Nadie sabe nada de gatos persas (ganadora del Premio Especial del Jurado en la sección “Una cierta mirada” del Festival de Cannes 2009) fue rodada de manera clandestina, en apenas tres semanas, cámara en mano, sin licencias de ningún tipo. Por supuesto, no estrenada en Irán y con un Bahman obligado al exilio si quiere volver a hacer cine.
Un formato casi documental (quizá la parte de ficción, sobre todo el final, reste un poco de credibilidad a la historia), plagado de videoclips musicales, de denuncia, pero sobre todo de esperanza. La esperanza de ver a una importante y creciente cantidad de jóvenes luchando por algo que no debería ser discutido: la libertad artística. Como muy bien explica uno de los músicos en la película, “hemos subido aquí para poder gritar, para despertar a la ciudad, a todos estos edificios, a las calles. Si cantamos enterrados el sonido no pasa del techo”.
Michi
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