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España España · Barcelona
Críticas de Amor DiBó
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Críticas 12
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
2 de septiembre de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 2012 Stephen King publicó una novela sobre un viaje en el tiempo en el que astutos productores de Hollywood vieron la enésima posibilidad de convertir un bestseller de este autor en éxito televisivo. Cuatro años después, el 15 de febrero de 2016, la cadena norteamericana Hulu, retransmitía el primer episodio de esta serie producida al alimón por la Warner Bros y la BRP. En sus diez episodios se reproducen con bastante fidelidad los mensajes que quiso transmitir Stephen King. El primero de todos ellos: “El pasado se resiste a ser cambiado”. El segundo: “Lee Harvey Oswald mató a Kennedy”. Así pues –y esto quizás sea lo más importante de la novela y lo que a algunos espectadores poco interesados por la historia les puede pasar desapercibido– Stephen King nos está diciendo que no hubo conspiración para matar a Kennedy y el crimen fue la obra de un “loco solitario”, para colmo, consumado borderline. En cierto sentido, 11.22.63 es la respuesta “oficialista” al JFK (1991) “conspiranoico” de Oliver Stone.
No es la primera película sobre viajes en el tiempo. Incluso en España a los directivos de TVE les ha dado por este género otorgándole rango gubernamental (El Ministerio del Tiempo, 2015 que ya va por la segunda temporada y se habla de la tercera, adaptada por China y Portugal y plagiada en EEUU). Las cinco temporadas de Fringe: el límite (2008-2013) discurren por análogos derroteros y Viajero en el tiempo (2007) es, a la postre, otro calco a pesar de haberse cancelada a los pocos meses de su primera emisión. No tendríamos dificultades en encontrar unas cuantas series más que tomen como excusa argumental las peripecias de quienes se adentran en un tiempo que no es el suyo.

La crítica completa la pueden leer en Agoradeideas:
http://agoradeideas.blogspot.com.es/2016/09/112263-version-oficial-frente.html
Amor DiBó
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9
28 de agosto de 2016
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me creo que en Hollywood exista un personaje como “Ray Donovan”. Es lo primero que hay que retener de esta serie de la que ya se está rodando una cuarta temporada: que todo en ella es verosímil. A la vista de la calidad humana, moral y de la inteligencia de algunos “famosos”, ha aparecido en EEUU y especialmente en California, la figura del “solucionador”, personaje contratado especializado en desfacer todos los entuertos en los que son capaces de zambullirse, por estupidez o ingenuidad, los famosos: rockeros, DJs, figuras de la NBA, actores de moda, empresarios, propietarios de estudios, etc. Es algo parecido al papel del “señor Lobo” de Pulp Fiction: el tipo que resuelve situaciones comprometidas y casi irresolubles.
Tal es el oficio de Ray Donovan que da nombre a la que, sin duda, es una de las mejores series que haya producido jamás Showtime y que Netflix nos ha obsequiado en este caluroso mes de agosto. Es difícil construir un anti-héroe como el protagonista, hacer creíbles, no solamente las situaciones más desquiciadas, sino también las andanzas del resto de los personajes centrales. La serie es como un bancal de cebollas en donde cada bulbo tiene una y otra capa, diestramente superpuestas ninguna de las cuales hace que el relato pierda interés. Ningún personaje, ni principal, ni secundario, es maltratado por el guionista: todos, absolutamente todos, están pintados con unos rasgos que los hacen verosímiles y dotados de unos diálogos ingeniosos, lacónicos y que no admiten tiempos muertos.
Uno de los leit-motiv de la serie son los abusos de menores cometidos por sacerdotes católicos y que parece un tema de moda en la cinematografía norteamericana (véase la galardonada Spotlight) y entre los humoristas de aquel país (John Mulaney o Anthony Jeselnik, cuyos shows son también ofrecidos por Netflix), pero el enfoque que le da esta serie tiene que ver, sobre todo, con los efectos psicológicos de estos abusos sobre las personas que los sufrieron, que ocupan un lugar central en la trama.
Salvo el capítulo inicial en el que parecía que los guionistas tardaron en encontrar el ritmo que finalmente explotarían y daba la sensación de que todos los que participaban en la serie se sentían inseguros, a partir del segundo capítulo encuentra su tono y se convierte en una de las mejores series producidas en esta década. Así pues, hay que pedir algo de benevolencia para este primer episodio.
Si esta serie gusta –y gusta mucho– es porque “pasan cosas”. Los personajes están en continuo movimiento, no hay descanso ni relajación para el espectador; vanamente buscaríamos diálogos inútiles o ramplones, tomas innecesarias o escenas prescindibles o que no aporten nada a la trama. Ritmo trepidante, sensación de que en caso de levantarse para ir al WC el espectador se va a perder unos segundos esenciales, son los elementos que han otorgado a esta serie un lugar en el Olimpo de las seriéfilos.
La serie está concebida en función de los distintos círculos en los que se mueve el protagonista: la célula familiar básica, esposa y dos hijos adolescentes con más problemas que una tostadora fabricada en China. En este primer círculo se generan problemas de convivencia (Donovan es de natural infiel). Luego, la familia originaria del protagonista: una ruina de padre macarrilla recién salido de prisión, especializado en generar de la nada problemas en cadena. Donovan lo quiere fuera del ámbito familiar, pero él, una y otra vez, se obstina en regresar y no tardar en generar el enésimo problema. Ray Donovan aprecia a sus tres hermanos, uno de ellos, negro (al padre le encantan “los culos negros”) y los otros dos “averiados” (uno con parkinson temprano y el otro anoréxico sexual), cuya vida se polariza en torno a un gimnasio de boxeo. En cuanto al tercer círculo está compuesto por el entorno laboral de Ray Donovan perfectamente definido: sus empleados directos, un ex agente del Mosad y una lesbiana que lo mismo soluciona un roto que un descosido, y el bufet de abogados judíos para el que trabaja; finalmente, el último círculo está compuesto por los famosos convertidos en máquinas de generar problemas que Ray Donovan debe solucionar. No le va mal: a fin de cuentas, un famoso que debería de pagar la mitad de su fortuna por una demanda de paternidad, está dispuesto a soltar gustosamente uno o dos millones de dólares para que alguien le resuelva el conflicto. Y Ray Donovan se apresta a ello eludiendo cualquier norma moral. Combinando todos estos elementos, las situaciones que se desencadenan son siempre nuevas e inesperadas. Así pues podemos calificar al planteamiento de la serie, a la construcción de los personajes en la mesa de diseño y al andamiaje de la trama, como sencillamente geniales.
Amor DiBó
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3
28 de agosto de 2016
53 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estaríamos dispuestos a recomendar esta película solamente a los incondicionales de Woody Allen, advirtiéndoles, eso sí, de que correrían el riesgo de revisar su opinión sobre este director. En efecto, no creemos que pueda gustar ni siquiera a los que han logrado digerir y disculpar al peor Woody Allen (el exclusivamente alimentario que practica el viejo refrán español de “cría fama y échate a dormir”). Resulta comprometido, pues, recomendar a alguien esta película y no se nos ocurre ningún grupo social que pueda acogerla favorablemente, sin bostezos o cabezaditas durante la proyección. Solamente en el caso de que esté usted terminando la carrera de ciencias audiovisuales y dedique su tesina de licenciatura a Allan Stewart Königsberg, más conocido como “Woody Allen”, deberá ver casi obligatoriamente esta cinta, para concluir que incluso los más grandes directores de Hollywood, van y decaen. El resto de personal puede abstenerse de ver Café Society y jamás tendrá la sensación de haberse perdido algo valioso o entretenido.
Allen va camino de los 81 años, tiempo más que suficiente para haber amasado una fortuna considerable y haber dado al cine algunas de sus más memorables cintas; iría siendo hora de que se retirara. Pero, al parecer, los grandes nombres de Hollywood mueren aferrados a la claqueta. Debe ser un síndrome difícil de superar eso de filmar una película con cuatro ideas tópicas (en este caso, reflexiones ácido-sacarínicas sobre el amor), lanzarla utilizando los trucos del oficio y poder añadir algunos miles de dólares a la cuenta corriente.
De hecho, Allen lleva ya demasiadas películas “alimentarias” desde que se inició el milenio y en especial en los últimos ocho años. Desde que, literalmente, le sopló al Ayuntamiento de Barcelona una cantidad inconfesable (entre uno y dos millones de dólares) por ubicar en la Ciudad Condal su deleznable Vicky, Cristina, Barcelona (2008), Allen ha multiplicado este tipo de películas (Medianoche en París, 2011 o A Roma con amor, 2012) que, benévolamente, en el mejor de los casos, calificaríamos de “discretas”. Incluso, Si la cosa funciona (2009), hubiera sido un fracaso de no ser porque Larry David, bordó su papel protagonista; la película, de todas formas, no ha conseguido cubrir todavía los costes de producción. En lo que se refiere a Irrational Man, con Joaquin Phoenix, tuvo un resultado económico mediocre y unas críticas así mismo divididas entre quienes la consideraban rematadamente pretenciosa y aburrida y quienes la alababan como última genialidad de Allen. Magia a la luz de la luna (2014), no fue más que otra pastosa comedia romántica superpuesta a una crítica al espiritismo. Nada del otro mundo. Venía detrás de Blue Jasmin (2013), aclamada por la crítica pero con una acogida mucho menos entusiasta entre el público que la consideró un “producto menor”. Cuando un director genial ya no es capaz de construir otra película genial, o él ha decaído o habrá que acusarle de conformismo, pereza y “alimentarismo”. Así que ustedes mismos. El balance desde que se inició el milenio no es muy favorable, pues, para el cine de Woody Allen. Su gran momento, ha pasado.
No es la única decepción de la temporada. Quien esto escribe, fan habitual de los hermanos Coen, sufrió uno de los mayores desengaños cinematográficos de su vida con ¡Ave César! (2016) por mucho que contara con la presencia de George Clooney, Ralph Fiennes o Scarlett Johansson. Ser “superdirector” o “superguionista” en el pasado, no es garantía de seguir siéndolo en el presente. Hay que batir el cobre en cada película. Y el clima de Hollywood no parece proclive a hacerlo. Allen se ha obstinado desde 1969 en hacer una película al año, y cuando se han superado los ochenta este ritmo no puede realizarse sin una inevitable caída en picado de la calidad.
Si hay que encontrar algún mérito a la película es, indudablemente, la ambientación y la fotografía. Eso es todo. Y es lo mejor que podemos decir de la película. Este envoltorio hace que la película sea como aquella caja de bobones que te habrán regalado en alguna ocasión. El celofán de colores, la misma caja, los adornos y lazos, te deslumbran, pero cuando, finalmente, has logrado meterte un bombón entre mandíbulas, te das cuenta de lo insustancial y grosero del contenido. Y entonces te preguntas si eran necesarios tantos oropeles para tan poco contenido. Bueno, pues con esta película pasa otro tanto.
Mi recomendación sería que si Woody Allen tiene necesidad compulsiva de dirigir a las actrices que le seducen, lo siga haciendo con webcam o con el móvil, y proyecte los resultados en el salón de su casa ante un grupo de invitados condescendientes e incondicionales seleccionados por él mismo, saque su mejor whisky, les obsequie con cupcakes y mantenga con ellos conversaciones ingeniosas mientras sigue la proyección. Lo que no puede seguir haciendo es dilapidando su prestigio cinematográfico con este tipo de películas. No basta luego con que la productora aliente a que los críticos eviten decir lo que verdaderamente les ha parecido la película: hace falta que el producto convenza al público. Y si no, más vale no lanzarlo. Y en este caso no debería de haberse hecho.
Recordamos ahora, la figura de Dalton Trumbo que ya estuvo presente en la filmografía de Allen en aquella memorable película La Tapadera (1976). Como se sabe, Trumbo, impedido por la Comité de Actividades Anti-Norteamericanas a desarrollar su papel como guionista, pagó a ilustres mediocridades para que firmaran sus guiones. En este caso, un inexistente (pero deseable) Comité del Buen Hacer y de la Calidad, hubiera debido prohibir a Woody Allen (o a los Coen), firmar determinados productos que solamente servían para erosionar el prestigio de directores y guionistas en otro tiempo geniales. Y que el bodrio figurara como ópera prima de algún joven desconocido… ¿Para cuándo “directores tapadera” para enmascarar las pifias de directores consumados?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Amor DiBó
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8
17 de julio de 2016
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera temporada de Happy Valley nos dejó muy, muy buen recuerdo. Llegaba el mismo año en el que se estrenaba las primeras temporadas de las series norteamericanas Fargo (2014) y de True Detective (2014), así que era inevitable realizar comparaciones. De muchas más modestas aspiraciones que True Detective, Happy Valley está mucho más próxima a Fargo: una historia de policías alejados de los grandes rascacielos de Londres y Nueva York, una trama que discurre en lugares sin historia, próximos al Edén, en donde todo debería ser felicidad y dicha, estrecheces económicas aparte, pero sin grandes inseguridades, conflictos, ni crímenes escabrosos. Quienes sigan series inglesas sabrán reconocer en Happy Valley ciertas similitudes de encuadre con Broarchurch (2013).

La protagonistas es una policía madura, con años de experiencia en el cuerpo y que en ambas temporadas, exteriormente, da sensación de una gran solidez interior. Sin embargo, sus problemas personales la sitúan próxima al derrumbe anímico por cuestiones familiares, cuestiones que, a fin de cuentas, tienen una relación directa con su trabajo. Ésta segunda temporada está, en buena medida, ligada por los cabos sueltos dejados en la primera.

La recomendación completa se pude leer en:
http://agoradeideas.blogspot.com.es/2016/07/happy-valley.html
Amor DiBó
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8
17 de julio de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay series que marcan estilo en la televisión mundial. Borgen es una de ellas. Trata sobre la política danesa: recordará a muchos House of Cards (que trata sobre política estadounidense), Marseille (que trata sobre política marsellesa, que se como aludir a toda la política francesa), o nuestra olvidable serie de Antena 3 El embajador (que intenta tratar de política española… sin, por supuesto, hacer nada más que una caricatura insulsa). La “madre” de todas estas series y la que se anticipa a todas ellas es Borgen: House of Cards aparece en 2013 y, aunque sus promotores se empeñen en hacer de ella una adaptación de una miniserie británica del mismo nombre que data de 1990, seguramente nadie se hubiera acordado de ella de no ser por las tres temporadas de Borgen que se prolongaron entre 2010 y 2013.

La crítica completa se puede leer en "AgoradeIdeas":
http://agoradeideas.blogspot.com.es/2016/07/borgen.html
Amor DiBó
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