Es un hecho que Lars es un director que gusta de jugar y revolver los géneros cinematográficos. Ejemplos claros son el musical de Dancer in the dark, el cine de terror/sci-fi en Epidemic y Antichrist y el género de gánsters/político/thriller de Dogville.
En esta ocasión mete en la licuadora de su imaginación una chickflik subvertida: Justine parte de la idealización que este tipo de comedias alcanzan, es decir, el matrimonio. Después, conforme pasa la fiesta, ella pasa de ser un rompecabezas de un cuadro burgués a un ser solitario, un pez fuera del agua cuya tristeza radica en la severa sensación de no sentirse parte de ese mundo. Comienza Melancholia.
La segunda parte, Claire, es la contraposición de Justine. Ambos seres chocan, uno, esperanzado en que existe el valor de la vida, la otra, resignada a morir por considerar que lo humano y lo animal no merecen ser tratados con valía.

En resumen, los aciertos: metáforas, la destrucción de los sentimientos, invadidos por la Melancholía. Las fallas, sci-fi poco creíble, un planeta que choca con otro sin antes advertir ningún tipo de alteración en la tierra sino hasta pocos momentos antes de colapsar.

Buena película que narra las peripecias, dolorosas, de una embarazada. El paralelismo con el día de Navidad es evidente, sólo que la atmósfera es opuesta: El interior de la casa es obscuro, el asesino viste un atuendo negro, en contraste con el blanco del de la protagonista. La última escena es muy impactante debido a la toma fija, desde arriba, de la cámara. Sin duda el estilo en que se cuenta la historia, cuyo ritmo acelerado y a veces un tanto efectista son los únicos puntos en contra, está ad hoc con la atmófera y el tema de la película.

Desde que se inició la llamada “guerra al narco” tal parece que la violencia dejó de entenderse como una conflagración entre buenos y malos y pasó a ser una máquina demoladora de vidas, un sinsentido como la vida misma. En esa vorágine de horror entendemos que familias, gobiernos y policías han compartido el cruel destino de la muerte violenta, pero más allá de eso, el arte necesita configurar un discurso que proponga un sentido, es decir, al arte se le pide superar la barbaridad de la vida misma, tan abyecta y miserable. Lo que “La libertad del diablo” propone es ofrecer un retrato frío y vacío del egoísmo, salvajismo y violencia intrínseca que campea en las tierras de México. Más allá de su insípido estilo hay un abismo insondable que por ridículamente realista es insufrible.

Si algo bueno tuviera que decir sobre esta mediocre película, sería la intención de crear, tomando como base la estructura de una historia de supervivencia, una especie de sátira sobre las fake news, el mundo dividido en opiniones y los temas en boga como el calentamiento global, las redes, etc., pero a todo este batidillo le falta sabor, ya que, con un inicio trepidante, se arruina la sorpresa, después no se puede ir más que en bajada en cuanto al ritmo, con chistes que no pegan y con un montón de clichés del cine de este tipo. Se trata de un divertimento para espectadores que ya se cansaron de tocarse los domingos en la mañana y prefieren ocupar sus esfuerzos en entretenerse un poco.

Después de que este director latinoamericano apuntó su estrella guía a Hollywood a partir de un trabajo decente, el chileno Larraín se vende a las garras avaras yanquis para humillarse como el más miserable de los mejores orfebres con una película a leguas hecha a modo en donde, como suele pasar con la pléyade de latinos en el imperio, la idea brilla por su ausencia a cambio de estampitas que no tienen más profundidad que el dibujo de una llanta o los diálogos insulsos y mediocres. En fin, como consejo, puedo decir que esta película es evitable como la carne de gato.