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Mauricio (Isla) Mauricio (Isla) · Vheissu
Críticas de Jean Ra
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Críticas 265
Críticas ordenadas por utilidad
6
20 de diciembre de 2012
5 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces sabe mal que una película no te haya gustado más o que no sea mejor. En ocasiones el sistema de puntuación impone este tipo de absurdos. Es el caso de 'La puerta del diablo', dónde coexisten aciertos como catedrales y elementos sin demasiado poder de convicción.

La parte contra los indios, da en clavo varias veces:
- De entrada el punto de vista es el más oportuno para abordar el asunto. Si se hubiera adoptado por ejemplo el de la abogada, la película sería peor. Es necesario para contradecir a esas películas que muestran a los indios como simples bandoleros o son tratados con detestable condescendencia.
- Señala que desde el propio estado (con Lincoln vivo todavía y en el poder?) surgieron ciertas argucias que impidieron a los indios adquirir terrenos y forzaron su decadencia. Sólo los ciudadanos podían adquirir, los indios, al ser “protegidos”, no. Inmundo.
- La película ejemplifica con nitidez lo que es la maquinación política. Vemos a muchos hombres muriendo después de ser manipulados por los odios de unos pocos. Ese es el fundamento de toda guerra.

La parte con los indios la encuentro más aguada. Se ha de recordar que cuando vemos un western estamos ante una película de época y que por lo tanto es necesario potenciar su lado naturalista. Faltan contrastes en ese sentido. Por ejemplo, en la prueba de hombría que se hacen a los muchachos, qué ocurría con los que no la superaban? Vivían dentro de la tribu como repudiados? Mostrarla tal cual no hubiera desmerecido al conjunto. Es algo que, de haber escrito el guión, Coetzee hubiera llevado a cabo. Aún y así se comprende que, dado el público al que se dirigía, se intentara aligerar de hándicaps a la película para que la denuncia llegara a más gente. Pero le resta verosimilitud. Todas esas pequeñeces acaban sumando y explican que aunque lo que se cuenta sea terrible e indignante, yo personalmente no lo viviera de esa forma.
Pero lo que sin lugar a dudas me resulta peor ha sido el personaje de Robert Taylor y su actuación. Tanto en la caracterización como en la interpretación no puedo dejar de ver a un hombre blanco pintado. La película no consiguió hacerme olvidar ese hecho. Hubiese sido necesario no limar tanto sus actitudes y acciones para que se portara como un vaquero corriente de cualquier otro western. Que hable tanto inglés tampoco suena natural.

Dicho esto, reivindico la película como buena e interesante. Lo que vemos es una representación de cómo ciertas naciones consiguen crecer a base de injusticia, de engaños y estratagemas a cada cual más mendaz. Esto se puede aplicar tanto en el caso de la expansión de Estados Unidos en el norte de América como de otras potencias que fundaron y expandieron sus colonias en África o Asia. También a los españoles en América del Sur, claro. O a lo mejor no hace falta remontarse en el tiempo. Hay cosas que no han cambiado. Si por ejemplo nos fijamos en el caso de Palestina veremos que los sionistas israelís funcionan de la misma manera que el Coolan de esta película y tratan de inventarse leyes unilateralmente, manipular a los incautos y propagar sus odios para hacerse con las tierras de aquellos que las pueblan de manera legítima antes que ellos. Es justo entonces decir que la película es algo más que un western funcional y del montón, es una denuncia hecha para romper una lanza en favor de aquellos oprimidos que han sido sometidos a manos de los ruines y despóticos imperialistas.
Jean Ra
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5
8 de julio de 2021
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hay alguien que piensa que esta película es una especie de radiografía del franquismo en bloque, de como ya de muestras de relajación y aperturismo, la verdad es que le compadezco por semejante ingenuidad. O le felicito por tan dichoso candor, porque suyo es el reino de los cielos.

Hay que tener en cuenta el tiempo en el que esta película surge y quién la dirige y encabeza. Si alguien ha visto "Canciones para después de una guerra" comprenderá que cuando el eje nazi-fascista quedara malherido en el régimen cundía el desasosiego, pues si bien no se había apoyado como estado, las alianzas, negocios y apoyos mutuos con la Alemania nazi o la Italia fascista eran de sobras conocidos. En el discurso público se pasó de la jactancia y el dogmatismo triunfalista al disimulo, no convenía que las embajadas se llevaran una impresión "errónea". Si algo caracterizó al régimen nacional-católico era el oportunismo, la hipocresía y... el clasismo. En ese contexto, que una figura como Neville, que descendía de la nobleza, venga con este producto, tan ameno, inofensivo y simpático no venía mal para transmitir una idea de pluralismo social... que en el fondo era inexistente.

Porque si bien es cierto en la narración se destila cierta crítica a la gazmoñería y el talante reaccionario más casposo, luego hay que interpretar que quien firmó el guion fue alguien bien posicionado y relacionado con el régimen, que además contaba con un bagaje de obras teatrales y películas nada sospechosas, y que encima esa crítica se hace con numerosos paños calientes. Porque, efectivamente, se nos presenta a una mujer infelizmente casada y que termina relacionada con una familia tan retrógrada como cursi, pero a la vez también se nos expresa que este desgraciado matrimonio de Mercedes no lo era tanto, ella amaba tranquilamente a Ramón, a su manera, sin desdicha, porque tampoco era malo, solamente torpe y sin gracia, y... ¡qué buena fortuna! El pobre diablo adquiere una costumbre perjudicial que en poco más de una semana lo quita de en medio para que la dama pueda ocuparse de su vida íntima, además esa familia tan apolillada no impone una costumbre de la época: que se quede ya a residir de forma permanente con su familia política a causa de su viudedad.

Por lo tanto, no tenemos un alegato en favor del divorcio o una crítica furibunda al matrimonio o al talante conservador de la sociedad, en todo caso vemos que Mercedes está bien acomodada y que lo único que pasa es que le gustaría vivir una vida más alegre con alguien más en sintonía con ella. O algo así, porque ella tampoco se puede decir que sea un prodigio de ingenio y liberalismo, lo único que sucede es que su zopenca familia política es zafiamente gazmoña, cualquier cosa puede perturbar su casposa moral, incluso Isabel, la amiga de Mercedes que trabaja en el circo, les parece Josephine Baker, y claro, por contraste pinta que la vida bohemia de esta chica es muy progresista y desenvuelta.

Por lo demás, Miguel Ángel, la gran oportunidad perdida de Mercedes, resulta que es también un señorito que vive en el barrio de Salamanca, que puede permitirse comprar cuadros caros, que porque luego resulta que debe venderlo para comprar un abrigo de visón (en el 1945 había familias que no tenían ni para la leche de los hijos) pues que tampoco vive una situación tan boyante, qué cosas. O sea que en el fondo todo queda enmarcado en las clases acomodadas, para ellos si que puede haber verdadero progreso y se puede hacer la vista gorda, al grueso de la sociedad les queda el crucifijo y la mantilla. También hay que tener en cuenta que el tono en el que se expresa la película en todo momento es ligero y desenfadado, en absoluto reivindicativo, ni tiene intenciones de movilizar o marcar una oposición frontal a los poderes dominantes. Se nos quiere presentar como un oasis en la España casposa, cuando lo único que vemos es la expresión de un señorito con ínfulas de cosmopolita al que se le puede pasar una frivolidad porque de todas formas desliza sus dardos sin mucha saña y con no pocos atenuantes, incluso es fácilmente interpretable que las actitudes más negativas las demuestra una sola familia, que por muy rancia que resulte, se demuestra como un sector aislado, una mancha inofensiva de una sociedad muy sana y vitalista, que no había persecución en ninguna parte, ni autoritarismo y que todo era vino y rosas, con bailes dónde se toca jazz manouche y otras músicas alegres.

En fin, que la vida les guarde la candidez.

A banda de eso, en líneas generales, lo que encontramos es una obrita leve, de carácter marcadamente teatral y de estilo acartonado, en la que Conchita Montes despliega un registro actoral pésimo, con las reacciones más espasmódicas y las expresiones más rígidas que jamás se haya visto. Sus bromas y situaciones, de tan blancas que son, a nadie molestarán ni siquiera a esas hipotéticas mentes melifluas que la cinta critica, en verdad les parecerá "muy bonita".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jean Ra
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5
20 de julio de 2012
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Qué bonico es evocar la infancia! Al ver esas infectas playas atlánticas me he acordado de las playas andaluzas a las que íbamos en vacaciones. Durante el trayecto anhelaba que hubieran unas olas enormes contra las que poder zambullirme, pensaba en los kontikis del chiringo, la fiambrera con la tortilla o, en caso que mi madre no se hubiera levantado temprano, las montañas chanquetes fritos del restaurante... eso sí, el trayecto estaba lleno de curvas y, en ese Simca especialmente ideado para multiplicar la calor, resultaba tan empachoso que a veces tardábamos un buen rato en reponernos. El problema con esta película es que confunde el trayecto a la playa con la playa misma. Las obras de Demy eran un espectáculo derrochador de encanto y luminosidad y por lo tanto ésta también debería haberlo sido. Pero en vez de atrapar esas costas, Varda se concentra en las curvas que son las chiquillerías intrascendentes de una infancia perfectamente convencional (que no universal) y lo hace empleando un lirismo descafeinado porque está convencida que todo el mundo comparte su adoración hacia su difunto esposo. No contagia los fotogramas de aquella plasticidad que evocaba una enorme fuerza vital, siempre se queda corta. Menciona emociones sin llegar a registrarlas. No hay más que fijarse en la escena del bombardeo. Demy declara a cámara que ese día le hizo odiar la violencia para siempre y la escena de ficción en sí, cocida pero no enriquecida, no refleja semejante horror. Se filma sin sentido de la atmósfera, con la misma llaneza que otras escenas cotidianas. Tampoco se siente la gracia de una función de marionetas o de las películas de Marcel Carné. No por casualidad creo que, a esas edades, se le nota más cómoda en "Los espigadores y la espigadora" que recreando el estilo de "Cleo de 5 a 7". Se ha hecho anciana y ya no está dotada del empuje le hizo crear "La felicidad"... ¿o es que entonces recibía cierta ayuda?

Justo es, eso sí, concederle que ha hecho un film-persona. Para lograr esto, por ejemplo, además de mencionar sus gustos culturales, se solapan imágenes documentales del cuerpo de Demy con las de su infancia ficcionada (pelo/plantas del jardín, el jersey que él lleva puesta/la calceta de su madre) y las imágenes de Varda y Demy se conjugan tan harmónicamente que queda perfectamente claro de dónde proviene la mirada del cineasta fallecido. Se compone un retrato nostálgico pero no edulcorado y eso, aunque es una cualidad, también hace pensar que no es algo muy Demyesco, pues si algo abunda en "Los Paraguas de Cherburgo" o "Lola" son esas cucharadas de azúcar que Varda ha olvidado echar a este homenaje más próximo a lo testimonial que a lo sensual. Casi dan ganas de pedirle que se calle de una vez y que deje oír lo que Demy quiere explicarnos.
Jean Ra
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9
3 de noviembre de 2022
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Son palpables, desde que se inició como director de cine, la progresión y evolución en el tránsito estético que ha supuesto para Jacques Audriard, partiendo de unos peculiares thrillers hasta alcanzar este drama coral, donde se podría decir que se nos presenta un cuarteto de personajes ubicados en un barrio popular de París, ni especialmente problemático (como "Les Misérables") ni especialmente glamuroso. Cuatro perfiles psicológicos que se mueven en un tiempo de deriva existencial y afectiva, en un mundo dónde la estabilidad emocional, laboral o material muchas veces brillan por su ausencia.

Con "Un prophète" sin duda dio el gran salto en su carrera, con "Dheepan" logró de nuevo dar la campanada y ya antes con "De óxido y hueso" se atrevió con el drama, con lo cual se comprobó que es un director con varios registros, y que al paso de los años ha acertado a progresar y refinar su estilo. Ciertamente no hay que olvidar que en cada una de esas películas hallamos alguna escena llamativa y espectacular que sirve de clímax. Un desesperado rescate en el hielo, un gran tiroteo en un coche, otra lucha llena de plomo y fuego. En "París distrito 13" no encontramos ese tipo de elementos, en cambio se centra, con un talante más sobrio, en el desarrollo de los personajes, en sus subidas y bajadas, sus dudas, desengaños y ansiedades, sin guardarse un espectacular golpe sobre la mesa para coronar la narración.

Alguien quizá podría replicarme que no, que "París distrito 13" echa mano de otro tipo de munición, pues no es mentira que hay una llamativa cantidad de escenas sexuales y de desnudos -que hará arrugar la naricita a los estómagos más puritanos- y estos son elementos que destacan en una pantalla. Yo replicaría que Audriard no ha cambiado la muerte por el sexo, más bien, si prestamos atención, comprobaremos lo complicado que resulta a los personajes hacer confluir los afluentes del sexo y el amor en un mismo caudal cuando por un lado hay libertad individual, de elección profesional y sexual, pero a la vez no se goza de una verdadera estabilidad material, laboral y emocional que aporten seguridad e incluso aplomo. Audriad, por descontado, es lo bastante inteligente como para no entrar en juicios de valor, tan sólo desea que pensemos en estos caminos de la libertad, antes cargados de incertidumbre que de verdadera emancipación..

A muchos nos ha llamado el uso de la imagen en blanco y negro. Convencionalmente esto es interpretado como prurito de elegancia impostada, un guiño a la nostalgia que permite abrigar una obra con prestigio cultural, nociones que no creo presentes en esta narración, de talante más moderno, con no pocos gestos ácidos y estridentes, dónde no se ocultan los gestos antipáticos de sus personajes y que en general yo diría que profesa una mirada honesta. Al preguntarme sobre el porqué de esta elección formal me viene a la memoria el "París nos pertenece" de Jacques Rivette. En ambos largometrajes hallamos un retrato coral, existencialista y generacional de personajes que deambulan por la ciudad de París, una indagación realizada con un lirismo contenido y que dan buena cuenta de las contradicciones que debe afrontar una generación particular.

Una aproximación que, a mi entender, también viola cierto pacto implícito presente en las producciones comerciales, dónde es necesario que nos presenten a personajes que nos resulten simpáticos o agradables, y si no lo son que sus neuras resulten divertidas o provocadoras. Audriad no converge con eso y por el contrario conocemos a personajes que, como por ejemplo Émilie, caen en no pocos gestos francamente antipáticos, sin embargo conforme comprendes mejor sus motivaciones, así como su realidad familiar y social, acabas comprendiéndola. Y ahí es dónde yo creo que reside un gran valor de "Les Olympiades", pues no busca la identificación sino la comprensión en favor de lo fidedigno y de hecho estos perfiles psicológicos me parece que se ajustan bastante a lo que por ahí encontré hace algunos años. Los parisinos pueden ser muy bohemios y desenvueltos, divertidos en ciertos puntos, y a renglón seguido mostrarse displicentes y ariscos, incluso pasotas.

En este barrio de Olympiades los personajes bregan con sus dudas y sus conflictos, se equivocan, tropiezan y siempre andan en busca del reinicio definitivo. O provisionalmente definitivo. Los desengaños les avinagran el carácter, los problemas siembra la desconfianza en sus mentes, les bloquean y les hace ir por caminos inciertos, todo lo que era sólido nos parece negado, se ha evaporado. Y no obstante, a final de cuentas, el panorama no es negro al completo, existe en alguna parte una rendija que podría arrojar luz y darle un giro al panorama, un beso de cuento en un parque, una muestra de fraternidad que nos hace comprender que esa persona está ahí para nosotros. Audridad no quiere abandonarse al pesimismo, no todo está perdido, parece decirnos. La búsqueda, persistir en la búsqueda, es importante.

Con este título Audridad creo que ha conquistado cierta madurez cinematográfica, si bien ya antes había demostrado lo excelente director que es, ahora también enseña que es capaz de lograrlo con una pirotecnia más moderada, agarrando las fauces del tiempo con pulso firme y esculpiendo en el tiempo las dudas de una generación diferente a la suya. En Cannes "París distrito 13" recibió una acogida muy negativa, fue fuertemente vituperada por la audiencia que acudió a esa sesión de cine, lo que hace pensar si no sería necesario moderar el consumo de alcohol y otras sustancias lúdicas a la hora de exhibir las películas, pues por lo visto provoca por ahí una seria disonancia cognitiva.
Jean Ra
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7
27 de febrero de 2024
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En algún punto de principios del siglo XXI, Michael Mann iba a dirigir 'The aviator', el biopic de Howard Hawks, dónde el magnate del cine, al igual de Enzo Ferrari, también es un motor de emprendimiento que influye en la sociedad de dónde surgió y a la vez posee una vida privada de lo más atribulada. Por azares que ignoro, cómo se sabe, Michael Mann quedó relegado a tareas de producción y la dirección cayó en manos de Scorsese. Pero queda claro que Mann se quedó con las ganas de dirigir un biopic de esas características y durante años ha estado persiguiendo este biopic sobre Ferrari, hasta que al final lo ha logrado.

He de decir que ideológicamente este título choca bastante conmigo. Toda la película se sostiene en los planteamientos del liberalismo, y no sólo por la cuestión de poner en el centro a un gran empresario, también cómo diferentes ideas permean los conflictos de sus personajes.

"Por dentro como quieras, por fuera como los demás", reza una de sus máximas. De esa forma, vemos a Enzo Ferrari que asiste a misas con sus trabajadores para que vean que es un hombre de firmes principios morales, una figura respetable. Buena parte de su negocio se sostiene precisamente en su figura pública, por eso mismo no puede finalizar su matrimonio con Laura, ya roto, y formalizar su relación paralela con Lina Lardi, en un lugar tan conservador como Italia, eso supone una afrenta, casi un motivo de repudio. Aunque a simple vista no lo parezca, eso también guarda conexión con la trama de las carreras y los coches que diseña.

Su personaje público le sirve también para atraer talento, a pilotos, pero también le da acceso a la prensa, con quien puede urdir artículos que le permitan mover otros resortes que luego influirán en el destino económico de su empresa (*). Y a la vez la prensa también es un agente que tensiona su conciencia y su imagen pública, una fuerza con la que debe lidiar y echar no pocos pulsos. Y es que una cosa es que las cosas sucedan y otra que trasciendan a la esfera pública y se conviertan en vox populi. En la película suceden diversos accidentes pero mientras permanecen en circuito cerrado se sobreentiende que es un riesgo que se toma al participar, gajes del oficio, otra cosa es cuando el accidente afecta a personas ajenas, a espectadores, entonces la imagen pública de Enzo Ferrari queda seriamente comprometida, de forma equivalente a sus problemas matrimoniales. Por eso cierta escena accidentada es expuesta de forma tan cruenta, porque ha trascendido al mundo real y eso tiene un peso diferencial.

Por lo demás, Enzo Ferrari es expuesto como un héroe liberal, su historia es una exaltación del trabajo duro, que aquí siempre se caracteriza como honesto, y muestra qué precio hay que pagar por trascender en un sector tan notorio; es un emprendedor que maneja su destino con conocimiento y astucia, un hombre al que las pasiones puede situarlo en peligro, pero que sin embargo su fortaleza interior permite dirimir con ellas con razonable entereza. También es un personaje que mira con desdén a los trabajadores, a los que en alguna escena califica de vagos por acogerse a sus derechos; ya digo que en lo personal choco bastante con todo el planteamiento ideológico esbozado en "Ferrari". Pero también creo que cuando uno lee un libro o ve una película no debe ir sólo a confirmar sus ideas, también es sano confrontar las propias certezas y lo importante es que Mann en esta ocasión expresa todo ello de forma coherente y razonada, no exige adhesión, sólo comprensión.

Un largometraje ambicioso, de factura mayormente clásica, alejada de ciertos experimentos con la fotografía de títulos anteriores, que también pone en evidencia que Michael Mann, por más que sea un hombre anciano, todavía posee ideas interesantes y fuerzas para rematarlas con vigor. Si a eso le añades que su visionado es mayormente entretenido, entonces no hay mucho más que objetar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jean Ra
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