El mundial de fútbol 2010 de Sudáfrica será recordado, entre otras muchas cosas, por Larissa Riquelme. Esa chony Paraguaya de tatuajes talegueros, que se esconde tras dos enormes tetas siliconadas y un vestido tan corto como sus principios. Larissa prometió desnudarse si su equipo llegaba a la final de tan distinguida copa, pero viendo que la tarea era cuanto menos difícil rectificó y donde dijo final quiso decir semifinal. Claro que como era de suponer, Paraguay perdió. Pero ella se desnudo igualmente como premio a la afición y a el equipo. Era más que evidente que lo que semejante señorita quería era desnudarse de cualquier manera y a cualquier precio, todo es poco a pagar para gente como Larissa si el objetivo es triunfar. Esto es exactamente lo mismo que le pasó al inútil de Gabe Ibañez con su gélida, absurda y fallida "Hierro".

La fotografía, el montaje y los efectos consiguen enamorar durante todo el metraje. A pesar de ello y de que Elena resulta ser colosal en un valle de sombras donde todo resulta excesivo, injustificado y ridículo, "Hierro" es un fracaso absoluto condenado a el olvido instantáneo. El guión de Javier Gullón es tan plano como mediocre, lejos de ir in crescendo, decepciona a cada paso que Anaya da por la isla.

El resultado son 91 minutos de topicazos, de una vulgar constumbre injustificadamente efectista, para desembocar en un final acorde con toda la mierda que nos han hecho tragar antes. Por mi parte, no pienso ser condescendiente con personajes como el señor Ibañez y sus patologías. Mi tiempo resultó ser demasiado caro como para perderlo con algo como "Hierro", a pesar de Elena a la que regalo un puntito de los dos que le doy a esta bazofia. El otro es para la estética con la que se envuelve tanta mediocridad e incompetencia.

La lectura de este film es que Gabe quiere triunfar, a cualquier precio, como Larissa Riquelme. Y que Elena, como a muchos otros, le pone cachondo.

En esta bazofia de película, la detestable Verónica Echegui da vida a "Juani". Una chony de extraradio con grandes aspiraciones. Da igual que sea una pobre ignorante sin graduado escolar, da igual que su coeficiente intelectual sea igual a cero, da igual que no sepa donde tiene la mano derecha, si algo tiene claro nuestra amiga, es que quiere triunfar sea como sea. Por lo que parte hacia los Madriles con una mano delante y otra detrás, esperando que algun iluminado descubra un supuesto talento, que no tiene. Dejando atrás a un padre desolado, a una madre frustrada, a un novio subnormal que le pone los cuernos y un puesto de cajera en un Media Mark del que nunca debería haber salido.

Bigas Luna tira por tierra su escasa reputación homenajeando a una generación de gilipollas, conocidos estos como los "pelo-ceniceros" y las "poligoneras". Se trata de un reducto de la actual sociedad que solo sirve para decir gilipolleces, joder coches a base de meterles fibra y comerse pastillas bañadas en Red Bull los fines de semana. Hablando mal y pronto, el cine del amigo Bigas para mi siempre ha sido una mierda, pero esto roza la vergüenza ajena. Si ya era malo, con esto sin duda se ha superado a si mismo.

Verónica, deja a un lado su rol de pija-alternativa para dar vida a esta petarda. El resultado es la creación de un personaje sobreactuado y ridículo, que roza el absurdo cada vez que abre la boca. Las conversaciones entre las dos amigas, "Juani" y "Vane", son completamente subrealistas. Quien mejor lo hace, es Dani Martín interpretandose a si mismo, ya que es lo único que tiene que hacer para dar vida a su personaje, un soplapollas.

Lo mejor; La música de Hanna y Mala Rodríguez, poder venir aquí a decir lo inútiles que son Verónica Echegui y el amigo Bigas Lunas, saber que al menos las siguientes 1000 o 2000 películas que veas van a ser mejores.
Lo peor: Que Bigas Luna tenga la misma nacionalidad que yo, que siga haciendo cine, que viva de esto.

"Yo soy la juani", es el pesadillesco resultado que se obtiene cuando un mediocre director Español juega a ser "Danny Boyle".

Vamos a coger dos gordas que den mucha pena, hagamoslas arrastrase por la pantalla contando su mierda de vida y diciendo palabras malsonantes todo el tiempo. Quien sabe, lo mismo nos dan algun premio.

No me interesan los problemas de este par de ballenas sobreactuadas, me la sudan sus vidas, no simpatizo con ellas, no me dan pena, no me emocionan. El mayor drama en "Precious", es ver el monstruo en el que se ha convertido Mariah Carey, su poca vergüenza ajena. Ver lo bajo que ha caido mi admirado Lenny Kravitz, ver que un jurado (por llamarlo de alguna manera) otorgue premios y nominaciones a un nefasto melodrama al cual se le ven de lejos sus oscuras intenciones.

El cínico e inútil de Lee Daniels con su trazo populista , pretende metersela por detrás a el público más desentrenado y conformista. Ese público que se emociona viendo las lorzas de la pobre chica negra, construida de manera oportunista y descarada por y para dar pena a jurados sedientos de buenas intenciones y a espectadores incautos.

Empiezan ya a tocarme un poco los cojones los Oscars tipo Mo'Nique. Las grandes actuaciones nacen desde el talento y la inspiración, no necesitan dudosos elementos adjuntos que las caractericen o acentúen. Véanse como ejemplo de lo correcto Naomi Watts en "21 Gramos", Natalie Portman en "Black Swan" o Kate Winslet en "Revolutionary Road" y "The Reader". Me aburren por contra los premios como el de Charlize en "Monster", el de la primera negra porque no hay ninguna o el de la gordita malsonante que tenemos entre manos.

"Precious" no es más que pura basura demagógica y sentimentalista. Exagerada, pretenciosa, sensacionalista y cínica. 105 minutos de manipulación y burdo engaño, con un ridículo estilo vanguardista que chirría entre excesos de grasa y suburbios. Cine barato de instituto.

A partir de aquí, que la experiencia y el criterio de cada uno la puntue.

Quien le iba a decir a algunos que la gran sorpresa en su año de estreno, llegaría de la mano de un Sueco fondón de 45 años que se esconde detrás de unas gafas de pasta. Poco tiene que ver, eso sí, con sujetos de similar atuendo e inagotables pretensiones. Ya que si algo tiene "Let the Right One In", es que es humilde y honesta en sus formas, tanto con ella misma como con el cine en general, por el que no hace otra cosa que favorecerlo con su existencia.

Alfredson huye de lo convencional hasta el punto de despreciarlo, se ve que a el Sueco le aterrorizan los lugares comunes de un género cuanto menos peligroso a la hora de definir con justicia a un cineasta. El resultado es una obra sombría y sin precedentes, y no hablo del mérito que le corresponde a la novela, sino de lo puro y estrictamente cinematográfico. La fotografía ochentera, la más que notable banda sonora y la gélida Suecia de nieves perpetuas, forman un marco perfecto para una cinta sobre la soledad, sobre el peso de la culpa, y sobre el horror que supone sentirse sin un lugar en el mundo. Kare Hedebrant y Lina Leandersson logran enaltecer el conjunto, luchando en un "tour de force" por unir sus distintas naturalezas, convirtiendo tan amarga historia en un deleite para los sentidos.

Eli y Oskar más que amarse se necesitan. Pero ojo, que en este caso el verbo "necesitar" no es cualquier cosa. Ya que a fin de cuentas, amar consiste en eso, vivir consiste en eso. Y si algo está claro, es que el cine también los necesita a ellos, a Alfredson y a "Let the Right One In".

Uno de los mejores documentales que he visto en mi vida, y he visto muchos. Por todas las claves que esconde y por la manera de mostrar los códigos de un estilo de vida tan peligroso e integro como apasionante.

Kevin Pearce se crio con el legendario Shaun White, aunque quizá de eso ya nadie se acuerde. Les unía mucho más que una amistad por aquel entonces, Pearce le hizo morder el polvo (o la nieve) en infinidad de ocasiones a el Tiger Woods del snow, de hecho su ascensión meteórica parecía destinada a terminar con el bueno de White, a quien le tenía comida la moral. Con las olimpiadas en el horizonte y unos Half-Pipes con paredes de 7 metros, ambos llevaron la batalla por ganar a otro nivel. Pero en un deporte sin margen de error, un mal salto le salió demasiado caro a Kevin Pearce.

Pero este documental va mucho más allá de todo eso. También habla de una amistad sin fronteras, de la familia, de encontrar tu lugar en el mundo, de decisiones y consecuencias, del ADN de los auténticos deportistas y de como uno de los mejores riders de la historia tendría que tratar de aceptar un día que ya nada volvería a ser como antes.