El reto de toda película biográfica ha consistido siempre en orquestar fielmente una deconstrucción, en revelar al ser corriente que se esconde detrás del mito. Pero en 'Jackie', el director Pablo Larraín afronta el reto de representar, simultáneamente, la realidad y la leyenda. Esta película no es un biopic. Al menos, no uno al uso. A través de la escenificación de la entrevista que la exprimera dama concedió a un periodista de Life, el cineasta deja al descubierto el dolor que arrastra la protagonista.

'Jackie' es el tablero de juego de Larraín. El director chileno, sirviéndose de una magnífica combinación de flashbacks y flashforwards, convierte los tormentosos días posteriores al asesinato de JFK en un proceso de fetichización y desmitifacación simultáneas de la figura de Jackie Kennedy. Enmarcada entre ese trágico suceso y el pomposo funeral del presidente estadounidense, la película separa la imagen pública del mito y la celosa privacidad de la mujer. Un doble núcleo de una gran obra. Una obra que no es tanto una narración de la historia, como una inmersión en el sufrimiento de quien se ve convertida en un icono errante que no sabe encontrar su lugar en el mundo.

Natalie Portman, desde la responsabilidad de lo público y la intimidad de lo privado, se convierte en las distintas imágenes de Jacqueline Kennedy. Su perfecta contención hace creer que sólo ella podría haber protagonizado esta película. Ese temple, combinado con el atrevimiento de Larraín, hace de 'Jackie' una autopsia que muestra, sin concesiones, la flaqueza y la fuerza de quien, aún sumida en el dolor de la pérdida, se esforzó por asegurarse de que la imagen de JFK fuera casi de leyenda.

Pocas veces el cine presente muestra las características de arte. A veces lo consigue, pero el resto del tiempo no es más que un medio de comunicación. Tenemos pocos directores capaces de hacer lo que quieren y necesitan hacer, valientemente contrarios a lo que la mayoría del público dicta. En este grupo entra un Martin Scorsese que tiene poco que demostrar.

El cineasta americano muestra en <<Silencio>> su faceta más metafísica -que no es la más querida, pero sí valiente y, creo, necesaria en su forma hoy día-, y nos relata el violento conflicto cultural que se produce a la llegada de los misioneros jesuitas a Japón en el siglo XVII. Dicho conflicto es la excusa para emprender un viaje de reflexión compleja y contemplativa sobre la fe y sobre la imposición de una religión sobre otra.

El argumento es atractivo. La historia resulta interesante en los debates sobre las religiones y sobre la cultura, estremece en algunos momentos de sufrimiento y se torna inquietante en la duda, en el permiso a fracasar, en la ceguera y la arrogancia de quien no está dispuesto a renunciar a los preceptos de su Fe. Pero me falla la comunicación. Salvando algunos momentos protagonizados por los temas anteriores, la narrativa me resulta tediosa, y aun con su sufrimiento e inquietudes, esta película apenas consigue transmitirme nada. Miraba, miraba y creía ver, pero apenas he sentido.

Para esta obra, Scorsese cuenta con unos mensajeros magníficos. Todo el reparto está increíble, Adam Driver muestra su valía, pero es que Andrew Garfield se sale. Es por eso que, con unos comunicadores tan buenos y un trasfondo interesante, mi falta de empatía me hace pensar que la historia no iba dirigida a alguien como yo. He sido un espectador casi indiferente, deseoso de que la película acabara a partir de la última media hora -cuando el argumento parece perder un poco el norte dirigiéndose hacia un cierre un tanto inconsistente-.

Intrigas bélicas, suspense, romanticismo… el clasicismo de <<Aliados>> es notable. Zemeckis resucita un género al estilo de la vieja escuela -americana-. Es una historia de espías que, sin embargo, no aporta nada nuevo.

La acción romántica, de encanto hollywoodiense, se torna en un thriller de espionaje,cuyos mayores enredos -aun como garantes de expectación-, se quedan en nada. <<Aliados>> es una película de intrigas clásica, pero mal ambientada, 100% Hollywood. El comportamiento de algunos de los personajes, y especialmente en los contextos en que se muestra, resulta impensable en la época es que está ambientada. Sus protagonistas no aportan nada nuevo, lo único que distingue a este Brad Pitt del de otras películas es la vestimenta. Marion Cotillard, por su parte, cumple con lo poco que el guión le exige.

Se trata de una película entretenida que, sin embargo, no quedará para el recuerdo.

Prepárese. Póngase cómodo y disfrute. Disfrute de una de las mejores experiencias que nos ha proporcionado Pixar, porque sí, lo ha vuelto a hacer. 《Del revés》 es desde ya mismo un clásico imprescindible. Una absoluta delicia.
Paradójicamente, es su brillantez la que supone un muy pequeño 《pero》 al film. Es una obra maestra para grandes y pequeños, pero no demasiado pequeños porque, pese a la sencillez y la agilidad con que está contada, su complejidad y profundidad (que maravillará a los más mayores) podría suponer una cierta dificultad de comprensión para los más benjamines.
Derrocha originalidad. Sorprenderá a todos y nos cautivará desde el principio, pero no hasta el final, sino durante mucho más tiempo. Se convierte en algo tremendamente personal y reflexivo. Es una obra muy profunda y conmovedora.
Se trata sin duda una de las más brillantes cintas de animación que se han realizado. La materialización exquisita de la película es digna del trasfondo de la misma.
Prepárese ya mismo y vaya a verla, porque es tan sumamente íntima que todo lo que se diga se quedará corto.
Sobran las palabras.

La temática del cautiverio en un refugio que se degrada progresivamente sigue dando de sí. Ya en 1962 Luis Buñuel encerró en la mansión de los Nóbile a un grupo de la alta burguesía mexicana. Entonces, los protagonistas no podían salir por razones inexplicables, y la prolongación del encierro acabará dinamitando las convenciones burguesas bajo la inmisericorde mirada del cineasta español.

Alex de la Iglesia y Jorge Guerricaechevarría, en esta ocasión, convertirán al ordinario lugar de paso por excelencia, un bar, en la prisión de un variopinto grupo de parroquianos. Alguien está disparando contra quien se atreve a poner un pie en la calle. El quién y el por qué tendrán que descubrirlo mientras los nervios van tomando, poco a poco, el control de cada uno de ellos.

El arranque es estiloso, lúcido, energético y provocador. La brillantez en los inicios es ya el sello personal de Alex de la Iglesia. ‘El bar’ mezcla el misterio con la comedia, el temor de sus ocupantes con la mayor de las impotencias. Los personajes se van definiendo, aunque sin mucha profundidad, lo justo para llegar a sentir algo de empatía por alguno de ellos. Sin embargo, a partir del primer tercio de película, el también reconocible caos de Alex de la Iglesia toma el control para confundirlo todo. El encanto y el posible trasfondo iniciales duran poco. El gusto por el exceso y las arbitrariedades para cerrar las tramas resulta ya pesado y destruye la poca empatía que se pudiera tener con alguno de los personajes. Y sin empatía, no hay implicación por parte del espectador. Y sin implicación, no hay tragedia.

En definitiva, como viene siendo habitual en el cine de Alex de la Iglesia, un cuestionable desarrollo y un mal cierre desmerecen una obra que, por todo lo demás, resulta impecable.